Occidente, y en ella incluimos a pesar de las diferencias culturales se
refiere, al Japón, país geográficamente asiático, pero que comparte los valores
institucionales de una republica democrática. En efecto, tal como sucede con
España, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Noruega, Suecia o Dinamarca, el Japón es
una monarquía parlamentaria a diferencia de las absolutas como Suazilandia,
Arabia Saudita, Bután; aunque Jordania,
Bahréin, Emiratos y Catar que se denominan constitucionales, también lo son,
por lo que no las catalogamos como
democráticas tal como las entendemos en Occidente, cuyo elemento
identificador es la separación de los
poderes públicos, la economía de mercado y el respeto a los Derechos Humanos a
tenor de la definición y alcance que les
otorgan las Naciones Unidas.
Dinamarca es un caso digno de análisis, como
en efecto lo es. Una monarquía parlamentaria, miembro de la CEE, poco más de
seis millones de habitantes asentados en unos 43 mil kilómetros cuadrados,
considerado el país menos corrupto del mundo, uno de los tres con menos
delincuencia del orbe, el que paga los salarios mínimos más alto, también los
impuestos (46%), seguridad medica, educación gratuita, el más feliz y uno de
los mejores lugares para vivir. Es la referencia de lo que lo se ha dado en
llamar “el estado de bienestar social”. Paradójicamente ostenta la más alta
tasa de suicidas del mundo, !vaya uno a saber por qué!.
Dinamarca viene al caso porque el ultimo
libro de Francis Fukuyama “Political order and political decay” hace un
análisis de lo que ha sido Occidente desde la revolución industrial hasta
la globalización de la democracia y, el
artículo del arquitecto español Luis Fernández-Galiano “Dirección: Dinamarca”
(El País, 16.01.15) que nos ha sido introducido por el inquieto intelectual
venezolano Marcos Villasmil, dirigente de la democracia cristiana
internacional, trata sobre la situación política de España y la posible
repetición, en versión europea, de lo que Chavez hizo en Venezuela con el
Socialismo del siglo XXI. En este caso, llega de manos de Pablo Iglesias y su
novel partido Podemos que tiene en jaque
al Popular español y al PSOE, y no incluimos a la Izquierda Unida, porque ya se
pasó con toda su historia a sus filas. En su concienzuda reflexión Fernández
Galiano culmina su artículo de la siguiente manera: “La crisis económica se ha
doblado aquí con otra institucional, y no sabemos si el laberinto de senderos
que se bifurcan nos lleva a Copenhague o a Caracas”.
Lapidario ¿verdad? Duro, dramático, no solo
para España sino para nuestra región, para El Salvador, Nicaragua y,
particularmente para nosotros los venezolanos que ya somos víctimas de una
anomalía histórica comandada por forajidos de la peor especie.
El tema no es simplemente académico o
disquisiciones sobre el deber ser y el ser. Es concreto. Si Dinamarca es un
objetivo a conseguir como modelo de vida societaria, equidistante del
totalitarismo estatista (el modelo chavista, cubano, comunista) y el
capitalismo incontrolado o autoritario (EE.UU., China), es evidente que algo
está fallando en Occidente y, en nuestra región en particular, donde convergen
elementos del feudalismo, mercantilismo,
capitalismo y socialismo, sin que se haya logrado, o en vías de alcanzarse,
salvo en Chile, Colombia, Uruguay, Panamá e intentos que dejan que desear en el
plano democrático como los de Ecuador y Argentina.
Algo tiene Dinamarca y, por supuesto, la
mayoría de los estados europeos, algunos asiáticos y africanos, del cual
carecemos en gran medida: el sentido de la conciencia de los valores culturales
éticos que son asumidos como un valor nacional, entre ellos el respeto al orden
jurídico y la solidaridad.
Sentirse y saberse parte de un todo que
el país, no de una parcela social,
económica, racial o religiosa; y ello solo se obtiene mediante un pacto social
inscrito en la conciencia de cada individuo y en el colectivo, sobre la necesidad de un modelo político-económico que
garantice la búsqueda del “estado de bienestar social” como un objetivo
nacional.
De lo contrario se nos presenta un nuevo
siglo de incertidumbre, revoluciones, delincuencia, aventuras, corrupción
comandados por forajidos, mientras el mundo occidental sigue avanzando y la
región estancándose y haciendo causa común con terroristas y disociados fundamentalistas. La pregunta
fina del arquitecto español se nos impone: ¿Dinamarca o Caracas?.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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