La regla que impera en una sociedad de bienes
colectivos es precisamente esa misma: que los bienes son colectivos. Es decir,
son "de todos". A esto, Garret Hardin lo llamó "La tragedia de
los comunes" que se sintetiza en la fórmula por la cual "lo que es de
todos no es de nadie". Entonces, "todos" están habilitados a
tomar "su parte" de esos bienes colectivos. El problema consiste en
que, al no haber propiedad privada, cualquier parte (o el todo) de esos bienes
le "correspondería" a cualquiera. Y es aquí cuando empiezan las
verdaderas dificultades.
Fue la vigencia de la propiedad colectiva la que
determinó que la sociedad tribal desapareciera (más que cualquier otra causa).
Esto lo explica muy bien F. A. von Hayek. Y, necesariamente, los intentos por
reflotar la propiedad colectiva tribal (pero ahora a gran escala) ocasionaron la
caída de la URSS y sus países satélites. No es que la gente sea
"intrínsecamente ladrona", sino que son las instituciones (en el
caso, la propiedad colectiva) la que la vuelve ladrona. Aunque el ejemplo del
ladrón se aplica -en rigor- a sociedades no colectivistas y no a las que lo
son.
Efectivamente, en el colectivismo impera el
derecho del primer ocupante, que en el caso de la URSS, sus países satélites,
Cuba, Corea, etc., ese primer ocupante no es otro que el mismo estado o
gobierno. En la sociedad tribal, ese lugar era el del Jefe o Cacique. Hoy lo es
el estado-nación. Las "reglas" las impone el Jefe, Cacique,
Presidente, Führer, Duce, César, etc.
Ahora bien, no hay que perder de vista que
tanto el individualismo como el colectivismo son -en última instancia- un
producto cultural, y que su "imposición" desde una cúpula de poder
sería imposible si no existiera en esa sociedad un substrato cultural que la
hiciera posible. En realidad, el procedimiento es el inverso, una vez dadas las
condiciones culturales necesarias como para que uno u otro sistema se imponga,
lo demás se da por añadidura.
Lo que produce pues que nuestra sociedad
actual sea -en su mayor parte- colectivista es indispensablemente este factor,
por encima de cualquier otro.
La aceptación irreflexiva de nociones etéreas
y vacías de contenido, tales como "el bien o interés público" o
"interés o bienestar general" y expresiones análogas, como opuestas
al bien particular o individual, es la que ocasiona que la sociedad actual se
haya volcado al colectivismo, en la convicción de que existiría un
"conflicto irreconciliable" entre los intereses individuales y
"los colectivos", sin percibir que resulta imposible la objetividad
de cosa tal como "intereses colectivos" excepto que como la mera suma
de los individuales, con lo que el supuesto "conflicto" no es más que
una pura invención de quienes explotan tales creencias en su provecho personal,
por ejemplo los políticos, cuyos discursos rebosan de apelaciones a favor del
"bien público", el "interés general", "del
pueblo", de "la gente", etc.
No hay, en este esquema, oposición alguna
entre intereses individuales reales y un "interés colectivo" irreal
por imposible existencia de este último.
Invocar la fórmula vaga del "bien común" no sirve de nada, en tanto y en cuanto no se precise qué se quiere significar con la misma, ya que es imprescindible que quien recurra a ella clarifique -para empezar- "común a qué grupo de referencia" sería el "bien" que se califica como "común". En efecto, "la sociedad" no es un todo homogéneo, monolítico y univoco. Ni siquiera se trata de un ente corpóreo, con el cual se pudiera conversar, escuchar o ver. Consiste, en última instancia, de una construcción mental, que cada uno de nosotros se representa de diferente manera, esencialmente por estas mismas razones.
Lo anterior implica que "la
sociedad" o "comunidad" no es un único y exclusivo grupo, sino
que -en rigor- se trata de un conjunto de subgrupos, que -a su vez- se dividen
en conjuntos menores y así sucesivamente, hasta llegar al individuo, núcleo
básico de lo que se llama "sociedad".
Ahora bien, de todo esto se deriva que el
interés individual de una persona puede ocasionalmente oponerse al interés
individual de otra persona, o de más de una persona, pero no infinitamente, sino
hasta un pequeño número limitado de estas, pero nunca puede entrar en conflicto
con un imprecisable "interés social" o "común" que no se
define a priori, y que -en principio- abarcaría un número incalculable de
personas, que, para el sujeto en cuestión, no sólo actualmente no conoce, sino
que sería imposible conocer, geográfica y temporalmente.
Por análogas consideraciones, nadie puede
"enfrentarse" a los "intereses" de "la patria",
de "la nación", del "estado", del "pueblo", de
"los negros", de "los judíos", de "los
cristianos", de "los rusos", de "los americanos", etc.
Nadie puede oponerse a "intereses colectivos", porque estos no
existen, son imaginarios, habida cuenta que no pueden ser identificados, ni personalizados
en seres de existencia física concreta.
En sentido inverso, los
"representantes" de supuestos "intereses colectivos",
autoproclamados defensores del "bien común", ejemplo típico de ellos
los gobernantes, si pueden atacar a los intereses individuales, y de ordinario
es lo que hacen. No sólo se enfrentan sino que, en la mayoría de los casos,
dedican mucho empeño en desplazarlos, y -en última instancia- en destruirlos,
en la medida en que desafíen al interés personal del poderoso.
La diferencia entre un gobernante y el resto
de las personas fuera del gobierno, es el poder del primero y la indefensión de
las últimas. A primera vista, podría decirse que en este supuesto, el interés
particular del gobernante conseguiría contraponerse al "interés
común" de los gobernados. Pero sería caer en la misma trampa que opera en
el sentido contrario (que es en el que maniobran los ideólogos políticos que
manipulan la "respetable" noción de "interés común"). No se
trata más que de un caso en el que el interés particular del gobernante esta en
contraposición a un determinado número de intereses individuales de quienes
están en el llano, fuera del gobierno, es decir, excluidos de la posición de
poder que el detentar el gobierno de un territorio otorga a quien lo esgrime.
Gabriel
Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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