La
amenaza no tan velada del vicepresidente de La República, Jorge Arreaza, sobre
la disponibilidad de suficientes celdas para encarcelar a “los afrentosos”,
ocasionó cierta alegría y tranquilidad en la población. Pero al completar la
lectura nos invadió el abatimiento y angustia al oír que las celdas referidas
por el alto funcionario no eran para encarcelar a los apropiadores de más de
20.000 millones de dólares denunciados por Giordani, ni para el 97% de los
delincuentes impunes (cifra de la Fiscalía) que acechan a la mayoría honesta.
Entonces,
¿para quiénes son esas celdas?; pues para los que osen refutar el rumbo de este
gobierno socialista que lo está haciendo “muy bien”. El carácter de esa
sentencia emitida nada menos que desde la vicepresidencia evoca capítulos
lúgubres de nuestra historia republicana cuando cualquier funcionario “con
poder” se arrogaba la potestad de prescribir desde su púlpito sentencias de ese
talante. Por ejemplo los fotógrafos de calles (que somos casi todos) estamos
amenazados por transmitir por las redes sociales imágenes con inmensas colas en
supermercados y tiendas.
Esas
celdas (no en su ámbito informático), por cierto ubicadas en una institución
militar, no son propiedad del señor Arreaza ni están a disposición de sus
fallos. Con la demolición de la cárcel “La Rotunda” en 1936 se ahuyentaron los
espíritus malignos de la dictadura gomecista aleccionados para maltratar a los
adversarios políticos, sobre todo a jóvenes de la “Generación del 28”, tan o
menos jóvenes que el mismísimo vicemandatario Arreaza.
Los
gobiernos evidentemente democráticos se esmeran por conciliar sobre todo cuando
están en crisis inquiriendo mayor anuencia para acometer los conflictos. La
libre expresión, en sus diversas variantes, está protegida por todas las
Constituciones democráticas del mundo. Se presupone que es el mismísimo Estado
el que debe garantizar a los diferentes grupos, con o sin metas opuestas, el
goce de derechos para expresar sus opiniones. Cuando esa posibilidad se pierde,
el estatus deja de ser democrático para convertirse en “otra cosa”.
Por
otra parte, es ilusoria la libre expresión si ésta no permite que todos los
grupos puedan poner de manifiesto, sin temor, la voluntad de ejercer cierta
influencia política. El Vicepresidente está a tiempo de entender que la
conducta democrática infiere débitos y créditos en lo social y público; por lo
tanto no todos están forzados a discurrir en concordancia con la concepción que
él profesa. Y que las cárceles se construyen para otros propósitos.
Las
encuestas revelan que el gobierno, por su fragilidad, tiene más jugadores que
espectadores. Funcionarios a toda hora y en cambote inundan casi todos los
medios para loar la revolución mientras los conflictos se extienden. Esa
realidad, indeseable, menoscaba el bienestar de la mayoría pues crea más
agobios que respuestas.
Basta
ver como la inseguridad, escasez y carestía se extienden por todo el territorio
originando parálisis administrativa y por ende el desconcierto social. Dentro
de ese abrupto escenario, no se entienden las declaraciones del vicepresidente.
¡No señor Arreaza!, no hay que llenar las celdas de Ramo Vede sino los estantes
vacíos de supermercados y abastos.
Miguel
Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
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