Tres
fracasos en los escasos 38 días que cuentan de diciembre a enero, han
determinado el fin del socialismo petrolero y el ingreso del país a una suerte
de naufragio que Maduro ha calificado como de “Dios proveerá”.
En
orden cronológico los articularía: 1) La decisión del gobierno cubano de
descongelar sus relaciones con Estados Unidos y empezar un proceso que puede,
en el corto plazo, instalar embajadas en Washington y La Habana, y en el largo,
poner fin al embargo estadounidense a Cuba que rige desde 1960.- 2) El fracaso
colosal de la reciente gira de Maduro por China, Rusia y el Medio Oriente
buscando un crédito jumbo para medio recuperar las maltrechas finanzas
nacionales. 3) La negativa de los países de la OPEP (menos Irán) a oír hablar
siquiera de recortes en la producción de crudo para recuperar los precios,
añadiendo (¿cómo premio de consolación?) que un petróleo a 100 dólares no se
conocerá en decenas de años
.
Seguramente
cuando ya Maduro no esté, o haya abandonado la política, y de los años en que
destruyó los vestigios de lo que quedaba de la economía venezolana sólo
recuerde que, algunas veces, hablaba con un pajarito, o que viajaba en unos
jets que alquilaba por 500 mil dólares diarios al gobierno cubano, o que era
muy elogiado entre presidentes, jefes de Estado, príncipes y reyes por lo
cuidada y abundosa de su negra cabellera.
“También
me gustaba vestir bien” se diría “y con trajes de marca, que, por lo general,
me recomendaban Rafael Ramírez, Cilia, el camarada Ruperti, o los muchachos de
la televisión, Winston y Roque. Última moda, sí señor. Aunque si había que irse
por lo étnico, ahí estaba yo, luciendo mi turbante árabe, o mis plumas de Inca
boliviano.
Los
camaradas cubanos… !Qué decepción!… O mejor dicho… !Qué traición!
…. Sacarnos el
jugo de esa manera para después decirnos: “Chao chigüire” o “si te he visto no
me acuerdo”. Menos mal que el “presidente eterno” ya había fallecido. No diría
que se hubiera muerto, pero sí que habría sufrido mucho, demasiado. Ver
impotente como Raúl le daba un golpe de Estado a Fidel, porque eso fue lo que
pasó, le dio un golpe, no a su hermano, a su padre, aprovechándose que ya los
años no le daban, y sacándolo de juego sin permitirle hablar, ni escribir una
palabra, una sola palabra… Traición, traición.
Me
acuerdo de la noche, de la fatídica noche, en que me enteré. Yo estaba en una
Cumbre, creo que la 47 de jefes de Estado del Mercosur. Un una ciudad
argentina, Paraná, en plena selva amazónica. ¿Amazónica? ¿Eso no queda muy al
sur? Bueno, donde quedara. Lo cierto es que estaba en mi habitación del hotel
jugando una partida de truco con el canciller porteño, Héctor Timerman. E
irrumpe Rafael Ramírez, y sin mediar palabras, empieza a gritar: “Nicolás,
Nicolás, lee esta vaina” y me da un papel.
La
verdad es que no lo podía creer, leía el papel y no lo podía creer. Lo leía y
lo leía y no lo podía creer. Me acuerdo que Timerman decía: “¿Qué pasa, qué
pasa?” Y en eso entra Cristina, como una loca, y dice, más bien grita: “Héctor,
llama a la cancillería y confírmame esto”. ¿Pero qué tengo que confirmar?
pregunta Héctor. Y Cristina: “Boludo, lo que están gritando todos los medios en
el mundo, páginas web y redes sociales, que Cuba y Estados Unidos acaban de
restablecer relaciones diplomáticas. No joda, y ustedes jugando truco. Lo
anunciaron Obama y Raúl en trasmisión simultánea”. El canciller sale y regresa
en minutos, 10, 15, 20 y dice: “Confirmado, absolutamente confirmado” y de un
lado se oye: “Nos jodió el negro”. Y de otro: “El negro no, Raúl”.
Quiero
contar ahora, pasados tantos años, que después me enteré que el gobierno de
Raúl había contactado a los gringos a las pocas horas de expirar el “presidente
eterno”, cuando aún no se habían secado las lágrimas de cocodrilo que
derramaron por su muerte. También que los imperialistas aceptaron, pero con el
compromiso -que igualmente debían cumplir los mediadores canadienses y el Papa-
que ningún gobierno latinoamericano, y en especial. los de Venezuela y Brasil,
debían saber nada del inicio de las negociaciones. Y fíjense ustedes que el
traidor de Raúl lo cumplió al pie de la letra, puesto que todos los presidentes
del Mercosur (creo que menos Pepe Mujica que era medio obamista) pasaron la
noche estupefactos.
Pero
sobre todo nosotros, los venezolanos, que fuimos los más jodidos y burlados,
porque hay que ver los reales que se gastaron durante 10 años para levantar
aquel dinosaurio, para sacarlo de la tumba donde yacía medio enterrado y ya
muerto, y darle aquella dosis o transfusión de 125 barriles diarios de petróleo
cuya mitad (todo el mundo lo sabe) era liquidada en el mercado spot, y la
refinería de Cienfuegos que se llevó más de mil millones dólares, y las
misiones Barrio Adentro y tantas otras, y las triangulaciones, y el dinero
líquido, y las urbanizaciones, y la modernización del tendido eléctrico. ¡Dios
mío, tanto, tanto dinero que yo creo pudo alcanzar los 200.000 millones de dólares!
Sí,
recursos que se dilapidaron, se tiraron al mar, o más bien, a las fauces de
aquellos dictadores insaciables y, con los cuales pudimos solucionarle tantos
problemas a nuestros pobres, a nuestros sufridos pobres. Pero nadie lo
advirtió, y menos el “presidente eterno”, que en todo acertó, menos en la
traición que nos caería desde La Habana. Bueno, dicen que los maridos cornudos
son los últimos en enterarse.
Pero
con todo lo doloroso que pudo ser el acto de la traición de Raúl Castro, no fue
el único ni traumático que me sucedería en la tragedia que viví en los 38 días
que corrieron de diciembre del 2014 a enero del 2015, pues me esperaban la
puñalada trapera de los chinos, de los que llamaban “los camaradas chinos”, y
de seguidas, cuando aún no nos reponíamos, el “atentado ” de los árabes, “de
los hermanos árabes”.
Y
otra vez, qué fortuna que el “presidente eterno” no estuviera vivo, porque de
seguro, si no hubiera muerto de un patatús, sí pienso que la deserción de
aliados tan íntimos y cercanos le habrían arruinado la salud para siempre.
Empiezo
relatando lo especialmente cruel que resultó el “camarada” Ji Jinping en las
dos reuniones que sostuvimos, y en las cuales, asomé nos concediera un
préstamo, crédito o financiamiento de 10.000 a 15.000 millones de dólares para
aliviar las colapsadas cuentas nacionales, y con un aval que fuera extensión
del Fondo Chino, o de más participación (sin adelantos) en la Faja Petrolífera.
Si
les cuento que empezó preguntándome cómo se habían evaporado en tres años el
total de 20.000 millones de dólares del Fondo, y si me había dado cuenta que
las garantías del mismo se había hecho espuma con un petróleo que se iría a 20
dólares el barril en los próximos años, que qué había pasado con los casos de
corrupción que lo espalillaron, y si era cierto que el único preso era un
chino, un triste chino, pues les diría poco.
Porque
siguió lo peor, y vino cuando me “sugirió” que fuera al Fondo Monetario y
negociara un acuerdo con el FMI, y después cuando, al final, propuso que podían
darnos 5000 millones de los verdes pero a cambio de una participación del 30
por ciento en PDVSA, le entregáramos tierra venezolana hasta 10 millones de
hectáreas para desarrollarlas con campesinos chinos y traspaso de todas las
empresas de la CVG.
Oh,
vergüenza de vergüenza, humillación de humillaciones que de, todas maneras, fue
digerible comparado con la petición de Rouhaní, el presidente de Irán, de que
Cilia usara burka, o shador -¡qué se yo cómo llamaba esa vaina!- en Teherán, y
con la frase que me zumbó el jequecito de los Emiratos en Qatar, de que por qué
no nos dedicamos a desarrollar la agricultura en vez de estar viviendo de las
regalías petroleras… ¡Desgraciado!
En
definitiva, que último acto de la tragedia, que, de todas maneras, esperó por
un epílogo, como fue la tristemente célebre “Memoria y Cuenta” que me obligaron
a presentar a los venezolanos talibanes del proceso como Cabello, Adán Chávez,
el Negro Aristóbulo, Darío Vivas, García Carneiro, Tareck El Aissami, el
purgantico de Arreaza, Bernal y demás alcaldes y gobernadores incursos en
delitos de cualquier naturaleza, pienso yo.
Y
muy asustados, y amenazándome con golpes de Estado, o los colectivos, o con
lanzar las turbas a la calle y no dejar piedra sobre piedra. “De aquí no se
mueve nadie” me decía Cabello por teléfono “porque no nos vamos a dejar joder”.
Y
no los “dejé joder”, haciendo el ridículo de mi vida, asistiendo a la Asamblea
Nacional, y hablando de un país que no existía, con estadísticas falsas y
trucadas que no creía nadie y diciendo aquella inocentada que recorrió el
mundo: “Dios proveerá”.
Puedo
afirmar que aquel fue mi último acto de gobierno, pues desde entonces, la
agarré por viajar, por no perder ninguna invitación -y hasta autoinvitándome- a
países extranjeros, y cuanto más lejos mejor, Burundi, Burkina Fasso, Nueva
Zelanda, Australia, lejos, lejos.
Y
así hasta que un día me informaron que me habían dado un golpe de Estado, o me
habían ganado unas elecciones (no recuerdo bien) y que ya no era más
presidente.
Y
me quedé por aquí, dando vueltas, por Kartum, Kabul, Islamabad, y Prasanty
Nalayan, pueblo del sur de la India donde nació, vivió y murió mi amado
maestro. Satya Say Baba. Muy escondido, sí señor y casi sin recursos.
Pero "Dios
proveerá”.
Manuel Malaver
manuelmalaver@gmail.com
@MMalaverM
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