LUIS E. MARTÍNEZ H. |
Es tradición en buena parte del mundo
occidental, con motivo del año nuevo, solicitar doce deseos que en el caso de
Latinoamérica se hace al tiempo de comer doce uvas. Probablemente, en
muchísimos hogares venezolanos no fue posible disponer de las uvas pero con
seguridad cada uno de nosotros si formuló sus doce deseos.
En su primer acto del 2015, en Roma, el Papa
Francisco hizo público un solo deseo: “Que no haya más guerras” rogó, al tiempo
que señaló: “La Paz siempre es posible, tenemos que buscarla”.
Los grandes medios internacionales, vinculan
el llamado del Papa a los varios conflictos armados que sacuden distintas
regiones del mundo y/o a los que lucen probables en los próximos meses. Las
miradas se posan en Ucrania, Pakistán, Irak, Afganistán, Yemen, Somalia, Corea
del Norte/del Sur, como todos los años desde hace décadas en el medio Oriente,
prestándo especial atención a los sanguinarios grupos de Boko Haram o Isis, sin
descuidar al gigante ruso que, agobiado por las dificultades económicas, pudiera verse tentado a emprender
una aventura militarista.
Hoy, ningún analista mirará hacia nuestro
país como posible teatro de guerra, de guerra convencional agregaría yo, por lo
que pudiéramos sentir que en lo que a nosotros se refiere, el deseo del Papa no
aplica: como no hay ni se prevé que nos involucremos en una guerra –y no
menciono a la económica porque esa no se la cree nadie- el “Que no haya más guerras” de Francisco,
pudiéramos pensar, no nos toca.
Conviene, sin embargo preguntar: ¿realmente
no es Venezuela, escenario de guerra?
¿Los miles de muertos, caídos por la acción
de una delincuencia que cada día se hace más fuerte, no son víctimas de una
guerra implacable que el malandraje adelanta contra la familia venezolana?
¿Los miles de huérfanos, de viudas –que cada
semana son más- resultado de la acción del hampa desbordada no lo son acaso de
un acto de guerra?
¿Es qué por el número de caídos bajo su
acción, por la violencia y la crueldad asociada, los muchos asesinos que
campean, en nuestras ciudades, no merecen ser calificados como criminales de
guerra? ¿Y qué decir de los pranes que ya no solo azotan en las cárceles sino
que aterrorizan a distintos sectores de la vida nacional?
Cuando se publiquen las cifras de los
homicidios del 2014 -todo indica que serán más de los 24.763 del 2013 o los
21.692 del 2012- veremos un parte de guerra con un número de bajas superior a
varios de los conflictos armados que se dieron en otras latitudes, en el mismo
período.
Si hay entonces una guerra en Venezuela, la
que los delincuentes declararon y adelantan contra los hombres y mujeres,
contra los jóvenes, incluso los niños, de bien. Nadie por cierto, está a salvo,
en esta confrontación: oficialistas u opositores, ricos o pobres, empresarios o
trabajadores, citadinos o campesinos, sufren idéntico riesgo. Igual suerte
corrieron, y el dolor fue el mismo para los suyos, Mónica Spear que Eliecer
Otaiza, José Marcano, obrero sin empleo, que cayó tiroteado en el barrio El
Bombillo de Petare que Jesús Fernández, odontólogo retirado, masacrado en su
casa de Maturín.
El Papa Francisco también pidió que Dios
"conceda la Paz a nuestros días: Paz en los corazones, Paz en las
familias, Paz entre las naciones" pero en el caso de Venezuela, no habrá
Paz verdadera mientras la gravísima inseguridad, que a todos afecta y amenaza,
no sea abatida, mientras esta guerra por lo demás desigual no concluya de la
única manera posible: derrotando al delito.
Hay un gobierno nacional, hay gobiernos
regionales y los hay locales. Si bien en mucho deberían estar de acuerdo y
accionar coordinadamente, es en el combate contra la delincuencia, en el
terminar la guerra del hampa contra los ciudadanos, que deberían empeñarse más
y trabajar más.
En lo que a mí se refiere, mis 12 deseos de
año nuevo los cambio por uno solo: que la familia venezolana pueda vivir en un
país seguro que así será un país de Paz.
Luis
Eduardo Martínez:
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@rectorunitecve
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