En estos días, conversando con un amigo que
labora en un órgano del Estado, me comentaba que los empleados y obreros de la
administración pública les enviaron un oficio según el cual debían acudir al
mitin de Maduro por motivo de la celebración del 23 de Enero con carácter
obligatorio.
Obligación que se materializa no solo yendo a la concentración,
sino que del mismo modo eran sujetos a una lista en pleno mitin y debían decir
“presente” de su asistencia, tal como cualquier escuela de párvulos o de
bachillerato.
Se acompaña el susodicho oficio con la obligatoriedad de ir
vestido de rojo en pantalón y camisa. Esto es realmente lo más humillante que
se puede oír en una dictadura por cuanto, además de violar absolutamente la Ley
del Estatuto de la Función Pública, que lo expresa de manera formal como una
prohibición de manifestación política por parte de los funcionarios al servicio
del Estado, tiene de igual forma su respaldo constitucional, de manera, pues,
que la vulneración del derecho del agente del Estado de no asistir obligado a
una manifestación política es evidente.
Ahora bien, ¿qué nos queda a los demócratas y
libres pensadores frente a tal ignominia? ¿Qué podemos hacer frente a tal
vergonzoso atropello social hecho por un gobierno inescrupuloso e incapaz?:
protestar fuertemente contra ello, pero debemos indicar que existe igualmente
una condición que deberá manifestarse en la naturaleza del propio funcionario
obligado, y es su denuncia formal y su rebeldía ordenada ante los órganos
competentes. He aquí el problema principal, la valentía en responder con otra
manifestación que de una u otra forma reaccione abiertamente e impida semejante
humillación. Solo así se podrá curar esa herida fatal que permanece en la
intimidad del empleado, en su expediente mental, que transita por los órganos
administrativos del Estado.
La democracia no solo es el disfrute de la
libertad con armonía y dedicación, y bajo parámetros formales; muy al
contrario, la democracia es lucha por la libertad y sus consecuencias, por sus
beneficios y sus obligaciones, en fin, sus calamidades y sus alegrías, es un
combate a diario por el todo que se magnifica cuando ocurren hechos como los
descritos, perseguidos por situaciones jamás vistas en nuestro país.
Además, y ya para concluir, la situación de
humillación no solo no se justifica por lógica referencia legal y
constitucional, sino que una dictadura como la que tenemos no tienen atribución
alguna para celebrar la caída de una dictadura como fue la del general Pérez
Jiménez, es decir, una dictadura celebra otra dictadura. Impávida situación
saturada de coloridos y diagramas harto incomprensibles, para lo cual los
ciudadanos y no los simples habitantes desconcertados estamos, cuando estas
situaciones ocurren en nuestro mundo actual.
Como expongo a mitad de artículo, la democracia
es lucha y combate, acarrea, pues, un Estado de conciencia latente que debe
acompañar nuestras acciones y peripecias en el andar de la vida. Ello exige
manifestación diaria de un compromiso con los que nos rodean y más con nosotros
mismos, una situación como la descrita no puede ser consentida por un pueblo,
más cuando las leyes de ese país consagran la libertad como un valor esencial.
Hay que fijarse realmente en esto, no vaya a
ser que amanezcamos de pronto en una situación peor, y un buen día recibamos
una orden presidencial que diga: Se acabó la libertad y tiene carácter
obligatorio. Así lo creo.
Gustavo Briceño Vivas
gbricenovivas@gmail.com
@gbricenovivas
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