ANTONIO JOSÉ MONAGAS |
En la desesperación, la política fenece. Más
al reconocer que la desesperación es como una enfermedad mortal. Es lo que sucede cuando algunos animales
ponzoñosos entran de tan intemperante crisis de vida.
Conciliar responsabilidades con
desesperación, es casi un suicidio a cielo abierto. Cuando cunde la
desesperación, el pensamiento se embota y las acciones se atropellan al
aglomerarse sin orden ni claridad alguna. Aunque mucho peor resulta del hecho
cuando la desesperación se hace hábito ante la confusión que asalta ideas
afanadas por dar con algún objetivo todavía indeterminado en la confusión en la
cual ilusamente se recrea. De hecho, es indudable el grado de complicación al
que se llega cuando el norte es confundido con el sur por aquello de que las
polaridades parecieran homogeneizarse en el plano del caos que mejor explica la
Segunda Ley de la Termodinámica.
Sin embargo, este mismo asunto proyectado al
ámbito de la política, entendida ésta como cotidianidad y necesidad, adquiere
otro matiz que si bien luce comparable, tiene su propio proceder. Primeramente,
en política, cualquier actitud de desesperación termina frustrando o arruinando
toda pretensión de gestión. Incluso, más allá de las ideologías que sostienen
los distintos proyectos políticos de gobierno. Sobre todo, de programas
gubernamentales que pecan en anuncios democráticos que ni siquiera son
atendidos. Y que además, por arrogarse la condición de popular, se reducen a
meras mamparas para así evitar ser descubiertos en sus recónditos propósitos.
En el plano de tan confabuladas realidades,
suelen emerger actitudes despóticas. Actitudes éstas tentadas por el afán de
apropiarse del poder sin más recursos que aquellas emociones negativas o
peligrosas capaces de torcer el rumbo de una nación. Como en efecto sucede
cuando la desesperación domina sobre la inteligencia y la moralidad de quienes
en principio se atribuyen la presunta responsabilidad de conducir procesos de
gobierno. Sin embargo, en el fragor de revueltas así, poca cabida tienen las
esperanzas. Es ahí cuando la desesperación, revisada desde la perspectiva de la
política, toma forma de amenaza. Pero rebosante de la fuerza necesaria para
impulsar los peores errores que desde el poder pueden cometerse.
El gobernante desesperado, es víctima de su
propia trampa sin más limitación que la que levanta en su desmesurada angustia
para después dejarse arrastrar por la violencia, el resentimiento o la exasperación.
Así llega a elaborar decisiones tan equivocadas y contradictorias, que se
convierten en la espiral que inducirá, tristemente, la perdición de lo que en
un momento constituyó la motivación de su propuesta política.
Es decir que en
la desesperación, la política invoca la muerte de lo que avivó. En la
desesperación, la política fenece. Por eso se dice que la desesperación es como
una enfermedad mortal. Es lo que sucede
cuando algunos animales ponzoñosos entran de tan intemperante crisis de vida. Sólo
que en política, la desesperación le infunde valor al demagogo y brío al
corrupto. Sobre todo, cuando estos adalides del populismo grosero se sumergen
en el caos creado por sus mismas artimañas. Es como hablar de la desesperación
del alacrán.
VENTANA DE PAPEL
OJO AVIZOR
La crisis a la que este régimen ha sumergido
al país en todas sus manifestaciones, es insólita vista desde cualquier ángulo.
Pudiera decirse que la ha hundido hasta donde la anegación supera todo límite
de supervivencia. Venezuela está convertida en un espacio dominado por la
infamia, el ultraje y la deshonra cometida por quienes actúan como sus más
acérrimos enemigos. La historia política contemporánea es testigo de ello. La
sociedad venezolana se ha visto humillada cuando después de haber superado
tiempos de penuria económica y de opresión social, ha retrocedido a horizontes
caracterizados por la incertidumbre, la oscuridad y el tormento.
Particularmente, por largas hileras de venezolanos agolpados frente a
establecimientos que deberían ofrecer oportunidades de decencia, de dignidad y
de honor. Pero no es así. El camino para que el país haya llegado a tales
extremos, ha sido el de la resignación en conjunto con la subordinación a la
que está sometido. Al parecer, la orden de esbirros embutidos en trajes de
gobernantes, ha sido la de oprimir al pueblo para acostumbrarlo a la
mediocridad de la cual se insufla el modelo político puesto en marcha a manera
de ensayo: el mentado socialismo del siglo XXI. Aunque en su apología,
pareciera haber un craso error al momento de puntualizar la época. Debió
transcribirse como “socialismo del siglo XIX”. Hubo una omisión cuando quiso
escribirse XIX saltándose un lugar la letra “I”. Así que nada sorprende ver
inmensas colas de personas de cualquier edad a la entrada de tiendas, abastos y
supermercados. La desvergüenza es de tal desproporción, que no conforme con la
paciencia que estos venezolanos han tenido que armarse, la violencia física ha
sido fiera por tomar de los anaqueles los únicos y últimos productos que se
ofertan. Todo se redujo a la forma de un círculo. De un círculo vicioso que
cada día atrapa más al país con la intención de masticárselo para luego
saboreárselo a sabiendas de su gusto amargo. No obstante tan deslucida forma de
gobernar, comienza a verse frenada por cuanto volvieron las reacciones por
parte de la población de sentimientos y esperanzas democráticas contra la
superioridad gubernamental demostrada a través de la soberbia, la rabia y la
inquina da la que a diario hacen gala funcionarios de alta y media jerarquía.
Incluso, de baja jerarquía. quienes muchas veces sienten la vergüenza necesaria
y suficiente a partir de la cual han asumido una firme actitud de protesta. De
manera que ya no hay mucho tiempo para hacerle ver al resto del mundo el
ensañamiento del régimen por desquitarse la imagen de atropello que
lamentablemente ha cultivado. Al pueblo venezolano ya se le acabó su capacidad
de conformidad y de obediencia. Las posibilidades de sostenerse con trampas
electorales y infames argucias, se han mermado. Sólo queda enfrentar al
despotismo y al autoritarismo. Así que en adelante, hay que actuar ojo avizor.
CERCADO POR LA CRISIS
Un viaje por China, Rusia, Portugal, y países
de la OPEP que lejos de haber sido provechoso para el país, resultó ser sólo
derroche, es el resultado de la gira presidencial cuya descomunal comitiva
integrada por familiares e incapaces altos funcionarios sólo fue motivo para
hacer turismo con divisas impropias. Sin duda, esto ha generado una inmensa
molestia que bien puede traducirse en gruesos reclamos de cara a la situación
de crisis económica, social y política por la que atraviesa Venezuela. De
hecho, la Constitución de la República da pié para protestar “cualquier
régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y
garantías democráticas o menoscabe derechos humanos. Al menos, así reza el
precepto constitucional (Artículo 350). La administración de gobierno ha sido
impúdicamente acomodaticia para encubrir los dolosos manejos financieros que
han enriquecido a los colaboradores presidenciales de mayor capacidad de
adulancia. Esta conducta, avalada por dictámenes del Poder Judicial y de leyes
improcedentes en el plano de la democracia, ha hecho que el país haya quedado a
la deriva del curso de los alcances determinados por el desarrollo económico y
social alrededor del cual se ha apegado la mayoría de los países
latinoamericanos en los últimos años. Incluso, aquellos que en algún momento
estuvieron entre los más retrógrados. Pero la voracidad por el poder, consumió
el escaso nivel de gobernabilidad que en un principio definió a Venezuela por
encima de muchos países vecinos. Pareciera que esta gira presidencial fue una
especie de ensayo donde se ha querido practicar la cobarde estrategia de “huir
hacia delante”. La exacerbación generada por la falta de los insumos habituales
que determinan un nivel aceptable de calidad de vida, ha alcanzado a la inmensa
mayoría de venezolanos. Sobre todo, de quienes al contrario de los personajes
del alto gobierno, siempre protegidos y con todo a la mano, están al borde del
abismo personal pues no tienen forma de conseguir alimentos y demás insumos que
se requiere para vivir con decencia y dignidad. Tan grave malestar ha infundido
razones para que los integrantes del Ejecutivo Nacional sientan temor y vivan
con miedo. Con el miedo que hace recular cualquier decisión mal tomada o tomada
a medias. Más, porque el gobierno, hoy más que nunca, se encuentra irrefutable
e innegablemente cercado por la crisis.
“Cuando el político confunde su proceder con
el de quien presume de astuto por ganar una competencia, cae en la trampa que
la desesperación le tiende al hombre carente de principios y de razones para
enfrentar los problemas con ecuanimidad y responsabilidad”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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