PEDRO CORZO |
El
presidente Franklin D. Roosevelt expresó en una ocasión, “Creo que si le doy a
Stalin cuanto me sea posible y no le pido nada a cambio, noblesse oblige, no
intentara adueñarse de nada y trabajara conmigo para lograr un mundo de paz y
democracias”, un estilo de negociar que
deja a la voluntad del enemigo la capacidad
de tomar decisiones fundamentales.
Roosevelt
se equivocó y José Stalin impuso un
imperio de terror de proporciones nunca
antes conocidas en la historia. La
indulgencia no seduce a la maldad.
Paradójicamente
el presidente Obama está negociando con un dictador de corte stalinista que
siempre hizo pública su admiración por el socialismo real que Stalin impuso en
la desaparecida Unión Soviética y en sus satélites de Europa del Este.
Al parecer, Obama comparte con Roosevelt, el
criterio que la forma más efectiva para resolver los problemas, es haciendo
concesiones y no negociar sobre bases que puedan endurecer las posiciones de
sus adversarios.
El
procedimiento, discutible, quizás de
resultados con otros gobiernos, pero con quienes controlan a Cuba desde hace 55 años, es
improbable. La dictadura dinástica
insular ha gobernado por décadas sobre las bayonetas y en las relaciones
internacionales desarrolla una política sustentada en el chantaje y la
intimidación.
La
medida del presidente Obama de cambiar radicalmente la política de Estados
Unidos hacia la dictadura de los hermanos Castro, sin que los mandantes de la
isla hicieran concesiones fundamentales, no debería causar sorpresas.
El
presidente dijo siempre que estaba a favor de resolver las diferencias entre su
país y la dictadura castrista, además durante su mandato ha favorecido la
mayoría de las veces la ruta de la menor
confrontación posible en los diferendos que Estados Unidos ha tenido con otros países.
Desde
hace cierto tiempo analistas de asuntos cubanos apreciaban que algo se estaba
cocinando, pero muy difícilmente
consideraron que Washington fuera a tomar decisiones tan importantes sin
demandar del régimen de La Habana, aperturas en aspectos fundamentales como los
derechos humanos, incluidos la libertad de prensa y el pluralismo político.
Es
interesante señalar que el presidente
Obama en declaraciones a ABC News, dijo que
no espera que Raúl Castro cambie su forma de gobierno, dejando esa
posibilidad a las nuevas generaciones, lo que permite pensar que triunfó la
tesis que la política de contención al régimen castrista no estaba dando
resultados, y que era necesaria la apertura, algo así como una decisión de
falso positivo.
Muchas
han sido las reacciones de gobiernos y entidades internacionales que ha generado esta medida de la Casa
Blanca. Todas celebran el acuerdo al que arribaron los dos países de reanudar
relaciones diplomáticas.
Pero
donde más satisfacción se aprecia es cuando comentan la disposición de
Washington de ampliar los vínculos
comerciales, culturales y de otros géneros con La Habana, pero no mencionan la situación de los derechos humanos en
Cuba o la necesidad de que el gobierno de los Castro actué recíprocamente,
impulsando cambios estructurales que permitan en la isla el establecimiento de
una sociedad democrática.
Una
vez más el castrismo ha quedado en la contradictoria posición de víctima de
Estados Unidos y también como victorioso en el diferendo que ha sostenido con
Washington desde el triunfo de la Revolución.
Como
víctima porque hay quienes han declarado que cayó el Muro de Cuba, como si la isla hubiera estado encerrada y no
fuera la dictadura quien ha enclaustrado al pueblo. Como vencedora, porque Raúl
Castro dijo enfáticamente que no habría cambios de ninguna clase y que el
régimen tenía sus propias concepciones sobre la democracia y los derechos
humanos.
Castro
se congratuló por el regreso de los tres espías, uno convicto de asesinato por
el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate. Reafirmó la vigencia del
modelo socialista y se comprometió a continuar los compromisos contraídos con
los aliados políticos del régimen.
Las
disposiciones del presidente Obama han abierto la clásica caja de Pandora. Las
relaciones entre La Habana y la Casa Blanca,
entran en una dinámica nueva de la que pueden derivarse muchas
alternativas pero ningún milagro, como sería el hecho de que la dictadura
cesara por propia voluntad el control que ejerce sobre sus ciudadanos.
Ante
la decisión del gobierno de Estados Unidos ningún cubano, sin importar la
orilla en que se encuentre, puede quedar
indiferente.
Están
satisfechos los que han cabildeado por años por el fin de las restricciones y
el cese del embargo con el único objetivo de obtener ventajas económicas, los
optimistas de buena fe que esperan que la situación mejore gradualmente y los
que decepcionados o no por la decisión del presidente Obama, están
comprometidos a continuar combatiendo, sin concesiones, por la libertad y la
democracia en Cuba.
Pedro
Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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