MARY ANASTASIA O’GRADY |
Una concesión peligrosa en las conversaciones
de paz. La última oferta del presidente Santos es no procesar a los
narcoterroristas de las FARC por los delitos de narcotráfico.
El presidente de
Colombia, Juan Manuel Santos, tiró una bomba la semana pasada cuando sugirió,
en una cadena de radio nacional, que la definición de un delito político
debería ser ampliada para incluir el tráfico de drogas. Los delitos cometidos
por razones “políticas” que apuntan a la rebelión en Colombia no impiden que
una persona ocupe un cargo público, mientras que las condenas por delitos
graves sí.
Al día siguiente, el
presidente aclaró su pronunciamiento. No todos los narcotraficantes cumplirían
con los requisitos para que sus delitos sean reclasificados, dijo. En cambio,
la propuesta sería un incentivo ofrecido por el gobierno “específicamente” para
las narcoterroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
en las negociaciones de paz, que se encuentran en su cuarto año en La Habana.
La idea, dijo, es prepararse para “el día en que miembros de las FARC quieran
participar en política”.
Los colombianos que
apoyan una indulgencia para los narcoterroristas como un camino hacia la paz
celebraron. Para todos los demás, las declaraciones del presidente confirmaron
lo que sus detractores han afirmado desde hace mucho: Santos está rogando a las
FARC por un acuerdo, y en el proceso, poniendo en peligro la justicia y la
libertad.
El procurador
general, Alejandro Ordóñez, estaba particularmente perturbado. El funcionario
dijo que Santos quiere poner fin a la persecución criminal del tráfico de
drogas cuando es cometido por miembros de la FARC, prohibir su extradición a
Estados Unidos y “darles el derecho a gobernar a Colombia a través de la
participación política”. Tras haber observado cómo guerrilleros salvadoreños no
fueron penalizados después de sus sangrientos crímenes en los años 80 —y luego
tomaron el poder e impusieron un gobierno castrista en San Salvador—, muchos
colombianos sienten temor. Además, ¿qué pasó con la igualdad ante la ley?
Cuando en agosto de
2012 se filtró a la prensa la notica de las negociaciones secretas con las
FARC, el gobierno de Santos reconoció que los diálogos habían empezado hacía
más de un año. En ese entonces, el presidente me dijo por teléfono desde Bogotá
que los rebeldes se habían acercado a él y que sentía la responsabilidad de ver
si podría alcanzarse un acuerdo de paz.
Santos insistió en
que no habrá un cese al fuego bilateral ni zona desmilitarizada para los
guerrilleros durante las negociaciones, que durarían meses, no años. En sus
duras palabras había una convicción implícita de que las fuerzas armadas habían
reducido el poder de la guerrilla de forma tan exitosa que las conversaciones
eran para facilitar una rendición de los rebeldes.
Algunos de los
congresistas santistas que apoyan los diálogos con las FARC
Algunos de los
congresistas santistas y abiertamente farianos que apoyan los diálogos con las
FARC
Más de 40 meses
después del inicio en 2011, todo este razonamiento está boca abajo.
Las negociaciones
formales empezaron en Oslo en octubre de 2012, pero enseguida fueron
trasladadas a La Habana. La semana pasada, volví a preguntarle a la oficina de
prensa de la presidencia por qué se habían trasladado las conversaciones a La
Habana, en lugar de a una ubicación neutral. No ha habido respuesta. No
obstante, el ex oficial de inteligencia cubano Enrique García me dijo hace unos
meses en Miami que llevar a cabo las negociaciones en la isla viene
directamente del manual de la KGB soviética.
Cuba es famosa por su
vigilancia las 24 horas del día, siete días a la semana, a visitantes
influyentes. La ventaja de la ubicación le permite evaluar psicológicamente a
los negociadores colombianos, estudiar sus debilidades y desarrollar relaciones
de confianza para manipularlos. La KGB también les enseñó a los cubanos a
reconocer, y hacer uso, de las ambiciones personales excesivas, según García.
Santos no ha ocultado
su anhelo de alcanzar un acuerdo que sería calificado como el final del
conflicto más prolongado en el hemisferio. Es difícil ignorar la posibilidad de
que Cuba y las FARC esten jugando con el ego del presidente.
Las FARC ciertamente
no parecen interesadas en la paz. Se han negado a ceder en todos los asuntos
importantes, desde entregar sus armas al gobierno a aceptar penas de cárcel por
sus atrocidades, renunciar a la riqueza obtenida de las drogas y la extorsión,
y pagar reparaciones a las víctimas.
Los terroristas de
las FARC continúan atacando regularmente a blancos civiles. Datos de la policía
indican que ha habido decenas de secuestros desde que las FARC prometieron en
2012 poner fin a la práctica. Santos finalmente puso un límite y suspendió las
negociaciones cuando el brigadier general del ejército Rubén Darío Alzate Mora
y otras dos personas (incluido un civil) que viajaban con él en el departamento
del Chocó fueron secuestradas el 16 de noviembre.
Sin embargo, el
presidente hizo un gran esfuerzo para restaurar las negociaciones con las FARC.
Pastor Alape, un comandante de las FARC, es buscado en Colombia y en Estados
Unidos por tráfico de drogas. No obstante, Santos le dio un salvoconducto desde
La Habana al lugar en Colombia donde las FARC mantenían a Alzate. Cuando Santos
anunció el día de la liberación, las FARC lo atrasaron un día para mostrar
quién estaba al mando.
Antes de la
liberación de los secuestrados, las FARC obligaron a Alzate a posar junto con
Pastor Alape para una foto propagandista sugiriendo una reconciliación. El
negociador colombiano Humberto de la Calle expresó indignación pero, como de
costumbre, nada ha pasado. Esta semana, las dos partes volverán a la mesa de
negociaciones, donde, como me dijo un astuto observador, “Colombia está
negociando los términos de su rendición”.
Mary Anastasia O'Grady
O'Grady@wsj.com
@MaryAnastasiaOG
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