LEANDRO AREA PEREIRA |
¡Cómo le encanta un corral a este gobierno! Desde que comenzaron a
mandar no han hecho sino eso: acorralar, corromper, impartir órdenes cual si
viviéramos en un cuartel.
Cómo le gusta pues imponer empalizadas, obstruir el tránsito,
fastidiar a la gente, insultar. ¡Qué no se mueva nadie. Cédula y contra la
pared! Le tiene miedo al movimiento. Proclive a la lentitud, a la realidad en
cámara lenta o retroceso, sigue los pasos hasta de sombras.
Le fascina además uniformar, el pensamiento único, que la gente
cargue su carnet, su cachucha con el membrete del minpopó donde labura. Le
arroba asimismo calcar la huella dactilar para perseguirnos como ganado que
lleva un cencerro, pues así se podrá conocer su paradero para vigilarlo,
imputarlo, castigarlo por fin si transgrede las leyes del corral.
Especial atención ha puesto por demás en desorientar, refundar
mientan, truqueando iconos patrios, el nombre de la república, los símbolos
monetarios y otros menos perecederos, husos horarios y demás membrecías sudadas
y ganadas a lo largo del tiempo.
Es proclive, el gobierno decía, a las murallas chimbas, al
bloqueo. “¿Hacia dónde se dirige usted ciudadano?”, que es para lo único que
les suena y sirve el sustantivo éste que el funcionario usa para inculparte ya
de una posible transgresión. Ciudadano es pues y de por sí sinónimo de
sospecha.
A tal efecto, es amante, el que manda hoy aquí, del derroche en
salas situacionales y demás adminículos persecutorios que compra a precio de
negocio inauditable por razones de Estado y corrupción. Por allí se recuerdan
aún aquellos zepelines con los que el burgomaestre mayor aquél se inflaba más
aún al ofrecer seguridad en las ciudades como si los pillos y demás alimañas
circundantes no fueran sus mejores aliados. ¡La dialéctica, camarada, la
dialéctica de las contradicciones!
Y para montar todo este entarimado, complejo si se quiere,
aprendimos rápido y de lo lindo si te pones a ver. Cómo si no con maestros tan
fulleros como los que nos gastamos. Porque eso de que a las sociedades hay que
domeñarlas y convertirlas en puré de rebaño de ovejas mansas, no es concha de
ajo. Hay que hacer un largo curso, al menos intensivo y on-line de maldad y
desprecio por gusto, despecho, venganza, revanchismo o resentimiento, de
resentido digo.
Y es por todo ello que a cualquier oxígeno se opone: a la
educación, a la cultura y a la ciencia, porque sabe que allí reside el germen
del peor de los males que lo agobian, que es el de la libertad ajena, su
derrota. Le hipnotiza más bien el pomposo cabalgar de los héroes, militares sea
dicho, aunque deje pasar con alas afeitadas y domados a algunos civiles
estrellados que no entonan ni un “ñé” frente a sus tropelías y desmanes.
Mas ahora, que se siente tan cerca del abismo le ha dado, cómo no,
por pasar a una nueva etapa y “superior” de su calle ciega, que es la de
repartir persecución y acoso cual si de cesta tickets se tratara, en un
balanceo pendular y matemático, predecible, que administra según anden sus
energías y defectos. O sea que a más errático, débil e incapaz, más corralero,
fanático de las sardinas enlatadas en todas sus presentaciones.
Y aunque usted no lo crea, hay gente a la que le gusta ese pío pío
de andar en recua llamando a la mamá gallina, que así se le hace la vida más
fácil sin tener que pensar, hacer, trabajar de verdad, crecer, equivocarse.
Poseen estos congéneres vocación de fila india, cola electro-domesticada, eso
sí y por si acaso con una brazada de por medio, que puede ser de placer o de
miedo, que en el fondo viene a medir lo mismo, es decir, kilómetros de
humillación consentida y pagada a cambio de dólar baratario convertido en ganga
con su ñapa incluida, por ejemplo.
Lo que da es pena o risa o ganas de llorar, porque vergüenza, ese
sentimiento de culpa que pudiera llevar hasta el suicidio, posee una
connotación de honor y señorío más bien aplicable a otros lares en donde hasta
el Harakiri llegan. Pero como ninguna sociedad se suicida a sí misma, al decir
del Marx siempre barbudo, en esta indigestión nombrada en tono de zarzuela “La
pequeña Venecia”, hemos preferido en cambio asumir nuestro destino siguiendo
aquella frase magistral y propiciatoria de “como vaya viniendo vamos viendo”.
Y todo sigue pasando, y llega como en un paréntesis embustero un
diciembre otra vez, sin olor a la pintura fresca de otros tiempos porque no se
consigue; sin tampoco sabor a la eterna matrona, doña hallaca, que está muy
cara y escasa de condimentos, encurtidos y pabilos. Y para completar, sin tan
siquiera ya tucusito tucusito llévame a cortar las flores, porque los próceres
dicen en gaceta oficial que lo han enjaulado por si acaso. Debe ser que están
muy preocupados con los apremios dolarescos de estos tiempos y tienen que andar
“mosca” para que no se les alebresten más aún las bestias del rebaño que están
a punto de corear “hasta nunca comandante”.
De ocurrir esto así, no
habría que perder la oportunidad de hacerlos pasar por el juicio de la historia
y de los tribunales, ¿cuáles?, ya que si no lo hiciéramos, habría sido en balde
toda esta lección de chiquero en que han convertido al país al que administran
como el corral propicio de su herencia galáctica.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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