JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO) |
“No sé si las de
otras patrias tendrán una significación tan profunda como tiene para los
venezolanos nuestra bandera nacional. Fue de cumbre en cumbre, cual águila
tricolor, señalando los pasos de la Campaña Admirable. Ondeó en los campos de
batalla y, ensanchándose, supo unir corazones y voluntades que hicieron nacer
nuevas patrias donde se conoció por primera vez la palabra libertad. Brilló
igual en los pendones de Carabobo que en la improvisada lanza de un centauro de
Páez y se sublimó de gloria cuando su rojo se confundió con la sangre de
Atanasio Girardot que la clavaba en Bárbula. Por eso, cuando
suenan las dianas y veo izar mi bandera al alba o descender marcialmente al
crepúsculo, bendigo el nombre de Francisco de Miranda, creador de esa tela que
es más orgulloso y procero espejo de mi patria”.
Esta composición, con
la que decidí arrancar mi artículo de hoy –por cierto, el artículo con el que
quiero despedirme de ustedes por este año- la escribí cursando quinto grado de
primaria en el Colegio San Agustín de El Valle, a solicitud de mi maestro
Justiniano Martínez.
El profesor Justiniano nos puso esta tarea, que también fue asignada a todos los alumnos del
colegio, para que participáramos en una especie de concurso con el que
celebraríamos el Día de la Bandera.
Un jurado, conformado por distintos
maestros, seleccionó mi composición como la ganadora: ¡y tuve que aprendérmela
para recitarla en un acto especial!
Sin duda, me la aprendí. Tanto, que nunca
más la olvidé y hoy, casi cincuenta años después, la recuerdo perfectamente -de
principio a fin- como el día que me tocó proclamarla ante el auditórium.
También recuerdo que estaba muy nervioso – ¿quién, a los diez años, no lo
estaría?- y muy emocionado cuando me entregaron el programa del acto y vi mi
nombre impreso.
Henchido de orgullo, por mi composición y por mi bandera, la
proclamé a viva voz. ¡Qué respeto nos inculcaban por los símbolos patrios y por
nuestra Venezuela!...La otra Venezuela: la de la bandera de siete estrellas. La
del escudo con el caballo galopando a la derecha. La que emergía como
referencia para el resto de los países de América Latina. Sin numeritos rojos…
sin exceso y abuso del rojo. Una Venezuela de poderes independientes y respeto
por la vida.
Hoy recordé, con
mucha nostalgia, mi composición sobre la bandera. Me descubrí repitiéndola con
la misma entonación que lo hice otrora; sólo que con la voz más gruesa. Pero,
hoy mi discurso no estaría cargado de loas. Los años y las experiencias hacen
mella. Me he vuelto crítico –y mucho- de las atrocidades que, con impunidad, cometen
y se comenten en nuestra tierra…
Estoy convencido de que mis palabras no
estarían impregnadas de hazañas y relatos valientes de los héroes que “hacen
patria” o dicen hacerla. Mi discurso sería un llamado a la conciencia de un
país, que yace adormecida. Una sacudida carajeada, sustentada por la rabia, por
la indolencia con la actuamos.
Nuestra nación se hunde y no hacemos nada por
sacarla a flote. Mis frases serían una carajeada al gobierno y a la dirigencia
opositora para que, de una vez por todas, dejen el juego y se pongan a trabajar
por Venezuela. ¡Qué dejen las ambiciones a un lado y halen al país hacia el
progreso; pero, eso sí: que nos convoquen a todos con autenticidad! Entromparía
a los gremios, a los grupos mayoritarios y minoritarios.
Le haría una
convocatoria a la República entera, porque el llamado sería para trabajar para
y por el beneficio de Venezuela. Intentaría hacer entrar en razón a los que me
escuchan, como lo hago con mis hijas cuando hacen algo que pudiera estar
errado.
Estoy cansado de la gente que sólo aspira el poder por el poder–y
aferrarse a él como parásitos y pedigüeños- sólo para enriquecimiento propio.
¿Acaso no es el deseo de muchos: lograr, por fin, una nación encaminada, bien
gobernada e inmaculadamente administrada?
Quiero ver a mis compatriotas
haciendo país y no colas para abastecerse. Quiero a mi familia y a las familias
que se dividieron y se fueron regresando a Venezuela. Quiero reconstrucción y
progreso. Seguridad y calidad de vida. Quiero ver la cara de mis amigos, de mis
vecinos, de toda la gente con la que me cruzo, cargada de sonrisas y
esperanzas.
Quiero el país que todos merecemos. Una Venezuela de primer mundo,
enrumbada hacia nuevos derroteros. Un país sano de espíritu y fuerte de
corazón, que busca incesantemente, todos los días, un mañana siempre mejor.
Arroparnos con la bandera, cobijados con la emoción que significa ser
venezolanos. Entonces, y sólo entonces, el cielo de Venezuela será mi bandera y
la tuya. Y mi bandera, siempre será mi discurso.
Qué estas navidades nos traigan momentos de
reflexión, reconciliación, madurez, sindéresis y tolerancia. Retos colectivos
cargados de esperanza y compromiso con los cambios que urgen. 2015 se vaticina
como un año crucial –para no decir difícil. De nosotros depende la Venezuela
que queremos.
Mis queridos lectores…nos reencontraremos,
con el favor de Dios, en enero.
José Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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