Pueblo
dije. Del que hace colas para comer.
Es
una formula sencilla. Una gran mentira como esta necesita de pueblo y militares
comiendo bien, viajando y siendo reconocidos por la revolución. A billetazo
limpio se compran corazones y cerebros. Si me regalas un apartamento, un carro
y una nevera te puedo llegar hasta querer. Te quiero más si también me regalas
el televisor.
Una
revolución fundida, sin soluciones para una crisis de precios petroleros que se
suma exponencialmente a una crisis cambiaria, productiva, moral, social y
política, no tiene como aguantar el deslave que se le viene encima. Se
requieren soluciones, planes estratégicos, conceptualizaciones adecuadas,
consenso, acuerdos, regulaciones y sobre todo; decisiones acertadas que den un
vuelco a este festín de incongruencias mal razonadas y pobremente ejecutadas.
No Nicolás, no se arregla con un alto mando económico.
Las
malas decisiones acabaron con la caja revolucionaria. La que mantenía a Cuba y
a las misiones “compra pueblo”. Las malas decisiones acabaron con el poder
adquisitivo y ahora –el pueblo votante- debe arreglárselas con menos de
cincuenta dólares por mes. Con ese valor en las manos no hay corazón. Espero
les quedo clarito hace unos días cuando a punta de autobuses apenas
concentraron un puñito de gente en la Avenida Bolívar. No se caigan a mentiras,
con dificultad arrimaron cinco mil fanáticos. Mal comienzo para una revolución
que necesita soporte electoral en 2015.
Tan
mal están que no les queda otra que pisar el librito azul y a trompicones se
saltaron los protocolos para poner a buen reguardo – de su lado- los cargos
públicos que deberían exigirles transparencia en sus menesteres
guibernamentales. Preparan la ruta para intentar evitar el desmadre que se
puede producir en las elecciones de la Asamblea. En la carrera suman esto a las
violaciones de derechos humanos, presos políticos, juicios amañados,
persecuciones, arrebatones económicos y otra cantidad de acciones irregulares
que configuran un gran expediente que las naciones observan.
Déjeme
repetir el comienzo. Sin pueblo no hay revolución ni dictadura…y pueblo ya no
hay. No lo tuvo Pérez Jiménez, pero tampoco Pinochet o Noriega. Por eso
rodaron. Les duró poco el capital político heredado del difunto. No importa
cuantas veces hagan sonar su voz en todas las señales radiofónicas del país.
Pueblo no hay. El que había está haciendo colas indignas para llevarse un
bocado al estomago y en esa espera acumula rabias que se convierten en votos de
protesta.
Un
ejército silencioso llenará los espacios que otrora le pertenecieron a este
engaño continuado.
Enrique Pereira
vienegrande@yahoo.es
@pereiralibre
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