ROSALÍA MOROS DE BORREGALES |
Había una vez un Rey que decidió hacer
cuentas con sus siervos a quienes bondadosamente había prestado. Entonces, fue
traído a él aquel cuya deuda era mayor. El siervo avergonzado le rogaba que le
perdonase la deuda pero el Rey insistía en que fueran vendidas todas las
posesiones del siervo a fin de saldar la deuda; pero el siervo se humilló,
suplicándole al Rey que tuviera misericordia de él.
El Rey, conmovido por las súplicas de su
siervo decidió perdonarle la deuda a su siervo. Entonces el siervo se fue
agradecido, aliviado de aquel momento tan terrible que había vivido. Cuando aún
iba en camino se encontró con un consiervo, quien le debía mucho dinero, aunque
no tanto como lo que el Reyle acababa de perdonar a él.
Entonces, al ver a su deudor se asió de él,
queriendo ahogarle le demandaba que le pagase lo que le debía. Su consiervo
lloraba y gritaba rogándole que lo perdonase pidiéndole paciencia y prometiendo
pagarle toda la deuda. Pero, este hombre a quien el Rey había perdonado
endureció su corazón contra su compañero y lo entregó a las autoridades y éstas
lo echaron a la cárcel.
Al ver esto los amigos y consiervos de aquel
hombre fueron y le contaron al Rey lo sucedido. El Rey impresionado ante tal
acto de injusticia mandó a que le trajesen a aquel hombre, le reprendió
diciéndole:- te perdoné aquella deuda tan grande y tu no tuviste compasión de
quien te adeudaba una ínfima parte de lo que te perdoné. ¿No debías tú también
tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces,
enojado, le entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Vamos por la vida siendo perdonados, primero
por todos quienes nos aman y, segundo por muchos otros que misericordiosos y
tolerantes nos perdonan o pasan por alto nuestras ofensas. Sin embargo, cuando
de perdonar se trata, nosotros
endurecemos nuestro corazón y archivamos la ofensa hasta que cobramos el último
centavo. Pretendemos el regalo del perdón, pero nuestra soberbia se ha elevado
a tal punto que no estamos dispuestos a tener misericordia de nadie; muy por el
contrario, tomamos la venganza en nuestras manos para castigar a nuestros
ofensores.
La clave para decidir por el perdón se haya
en el hecho de que todos somos pecadores y no somos dignos de Dios. Sin
embargo, Dios en su infinita fidelidad para con el ser humano mostró su
misericordia a través de su hijo Jesucristo. Cuando Jesús sufrió la muerte de
cruz derramó su sangre para saldar la deuda del pecado de toda la humanidad. El
se convirtió en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Cuando venimos a Dios con un corazón
arrepentido, cuando creemos en El como nuestro Salvador, todos nuestros pecados
son perdonados. La deuda que todos tenemos con Dios fue saldada por Cristo en
la cruz. Entonces, al sabernos pecadores, sabemos que no somos merecedores de
esa misericordia y, comenzamos a entender que de la misma manera en que fuimos
perdonados somos llamados a perdonar a otros.
Termina la historia que Jesús refirió a sus
discípulos diciendo: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no
perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas”. MT. 18:23-35.
La misericordia de Dios hacia cada uno está,
en muchos casos, condicionada a la misericordia que mostremos hacia nuestro
prójimo.
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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