PEDRO A. PALMA |
Muchas
son las semejanzas entre lo sucedido en Francia durante los años que
precedieron al estallido de la Revolución Francesa y lo que hoy se vive en
Venezuela.
En
los últimos años de la década de los 80 del siglo XVIII las finanzas públicas
de Francia estaban en bancarrota. Los gastos habían aumentado exageradamente llegando
a superar a los ingresos en más de un 20%, lo cual generó grandes necesidades
de financiamiento para cubrir los
crecientes déficits. Eso hizo que la deuda del reino se disparara y que los pagos de intereses y de capital de
esas obligaciones llegasen a absorber más de la mitad del presupuesto. Otros
gastos, como el militar y el de la corte, eran intocables y crecían sin cesar, haciendo
que los recursos que podían ser asignados a la educación, la salud y a la
asistencia social fueran cada vez más limitados. La masiva inyección de dinero
creada por el creciente déficit contribuía a generar una inflación cada vez más
intensa, la cual se exacerbaba por una creciente escasez de alimentos que llegó
a niveles críticos en 1788 debido a la pésima cosecha de ese año. Eso hacía que
cada vez fuera mayor la acumulación de personas haciendo colas interminables
para comprar cualquier cosa, por exigua que ella fuese, siendo común la
frustración de muchos al no conseguir nada que comprar, o no poderlo pagar a
los altos precios existentes.
Era
obvia la necesidad de subir los impuestos y racionalizar el gasto público, pero
el indeciso Luis XVI no se atrevía a hacerlo por temor a la reacción de los miembros
de la corte. Ante esta situación Jackes Necker, el eficiente ministro de
finanzas, insistió en la necesidad de convocar los Estados Generales, una
representación nacional y popular, con el fin de que fuera esa la instancia que
decidiera las reformas fiscales a hacer, repartiendo las cargas equitativamente
entre las distintas clases sociales. Las reformas propuestas, sin embargo,
fueron rechazadas por Luis XVI cediendo a presiones de sus allegados, y en
particular de su esposa, la odiada reina María Antonieta. Ello llevó a la
destitución de Necker y a la
exasperación popular, produciéndose actos de violencia en toda Francia,
destacando la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 y la marcha sobre
Versalles a comienzos de octubre de ese año. Se daba así inicio a la Revolución
Francesa. Como bien dicen Carl Grimber y Ragnar Svanström en su Historia
Universal: “La Corona necesitaba dinero
y el pueblo tenía hambre de pan, y de este modo se conjugaban los dos resortes determinantes de un
movimiento revolucionario”.
Las absurdas
políticas económicas que se han implementado en Venezuela en lo que va del
siglo XXI han generado enormes desequilibrios, haciendo que el déficit del
sector público equivalga a más de 20% del PIB, que el BCV haya creado una
masiva cantidad de dinero inorgánico para financiar parte de aquel enorme
déficit, y que la deuda gubernamental haya aumentado intensamente. La
destrucción del aparato productivo interno debido al hostigamiento del gobierno
y a las injustificadas expropiaciones, ha hecho que cada vez se dependa más de
las importaciones para satisfacer la creciente demanda, compras externas, sin
embargo, que tienen que hacerse con divisas que son cada vez más escasas,
particularmente ahora que se derrumban los precios del petróleo y que la producción
de hidrocarburos y de refinados declina inexorablemente. Todo lo anterior ha
generado inflación y una descomunal escasez que hace que los venezolanos hagan
colas interminables para comprar poco o nada, o tengan que pagar lo que
necesitan a precios exorbitantes en el mercado informal. Todo esto sucede ante
la inexplicable inacción de un gobierno indeciso que no actúa para afrontar los
desequilibrios existentes.
Me pregunto, ¿no se están conjugando en Venezuela los
resortes determinantes de un movimiento revolucionario, o si se quiere,
contrarrevolucionario?
Pedro A. Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
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