PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ |
El título de este artículo no pretende ser
original, pero posee enorme pertinencia. Es una poderosa idea fuerza.
Cada día es mayor la convicción del peligroso
y temerario rumbo que han venido tomando las cosas en Venezuela.
La conducción de los asuntos públicos se hace
con enorme improvisación. El sentido común parece haber desaparecido entre
quienes nos dirigen. La gente reclama soluciones y no hay respuestas oportunas
y efectivas. El Estado venezolano concentra cada vez más poder, pero cada vez
hay menos gobierno.
En toda la nación la inseguridad campea en las calles, los
empleos desaparecen, la escasez de alimentos, medicinas, de repuestos y equipos
nos paraliza y aísla. Las zonas industriales son pueblos fantasmas, la economía
productiva languidece, la carencia de agua potable nos quita calidad vida, los
apagones hostigan a la ciudadanía, el acceso a una salud de calidad es
inexistente y el costo de la vida limpia nuestros bolsillos.
En general, una sensación de incertidumbre y
zozobra se apodera de la nación. Desidia, incompetencia, desorden,
improvisación, voluntarismo, arrogancia, intolerancia, impunidad,
autoritarismo, derroche y corrupción, son los rasgos más sobresalientes de la
actual hora nacional. Este sombrío balance se produce luego de haber recibido
los cuantiosos recursos económicos que dispensó un prolongado período de
abundancia fiscal petrolera, la cual, súbitamente, ha llegado a su fin. Tal
circunstancia debería generar una seria reflexión acerca del origen y destino
de una riqueza nuevamente malgastada.
Los venezolanos miramos el presente y miramos
también lo que existía décadas atrás y no nos gusta lo que vemos. Cada vez es
mayor el número de compatriotas que no desean, ni la continuidad de lo que hay,
ni el regreso a lo que había. Son los llamados “Ni-Ni”, quienes con sobrada razón aspiran la aparición en el
escenario nacional de una suerte de “tercera vía”. Las encuestas revelan que
los sectores políticamente no alineados representan casi la mitad del
electorado. Pero además hay un inédito
dato que se asoma: el descontento está uniendo ahora a los venezolanos que
antes la polarización política había separado.
El descontento y la inconformidad respecto a
lo que acontece en el país son tan profundos y extensos que han rebasado
abiertamente los límites de la llamada oposición. De hecho está erosionando la
zona de confort en la que cohabitan las conformaciones políticas oficialistas
y opositoras.
Como bien decía un célebre pensador británico
del siglo XIX: “El descontento es el primer paso para el progreso de un hombre
o de una nación” Pero hay que hablarle a ese país descontento y nadie, o muy
pocos, lo están haciendo con la
determinación y la propiedad que se requieren.
El destino de Venezuela se ve poco
auspicioso. Sin embargo, tenemos la oportunidad de cambiar nuestro futuro. Para
lograr este propósito, no basta alertar sobre los males que nos aquejan, sino
iniciar la acción que posibilite revertir tal realidad. Podemos
resignarnos sólo a manifestar públicamente
nuestro descontento y escribir sesudos documentos y artículos, pero millones de
palabras impresas no generan los cambios, los cambios son los que generan que
se impriman millones de palabras. Por eso hay articular un discurso que
interprete y unifique el vasto
descontento nacional existente, a fin de convertirlo en cambio político. Ese
cambio ya no es sólo una necesidad sino una demanda.
Hay que encontrar una alternativa viable y
democrática frente al actual desmadre nacional. Sin atajos ni espejismos. Una
parte del asunto pasa por identificar y descartar a quienes se autoproclaman
como salvadores de la patria e intentan usurpar el sentimiento de cambio que
recorre la nación. Estas expresiones políticas lejos de constituir una
solución, forman parte del problema.
El país camina sobre un plano inclinado. El
reto es detener esa ruta suicida. Sin embargo, el mayor problema de todos es
vencer el escepticismo y no bajar los brazos. Es la hora del coraje cívico.
Este próximo año 2015, tendremos la
posibilidad de ponerle una mano en el pecho al proceso de deterioro nacional.
Los venideros comicios parlamentarios
representan una oportunidad singular para este propósito. Ciertamente la
democracia es mucho más que la mera convocatoria a elecciones. Pero cuando la
democracia casi se ha reducido sólo al acto comicial, hay que hacer uso
intensivo del voto como la última trinchera democrática y la última línea de
defensa del régimen de libertades.
En esos comicios para escoger diputados a la Asamblea Nacional hay
que elegir legisladores que defiendan y trabajen para cada una de las entidades
por las que se postulen. Ese debe ser el verdadero perfil de un parlamentario.
Basta de diputados ausentes, sin arraigo o trashumantes .
Tomemos conciencia a qué nos enfrentamos. No
está en peligro nada más la democracia, está en cuestión la viabilidad misma de
nuestra república, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Pedro Elias Hernández
pedroeliashb58@yahoo.com
@mcymodeloglobal
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