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1. Nota
7. EL TERCER MUNDO. Decenas de huéspedes del Gobierno han visitado estas
instalaciones, entre ellos algunos jefes de Estado como Leónidas Brezhnev,
Huari Bumedian y Francois Mitterrand en 1974.
2. Todas
las escuelas secundarias de provincia fueron construidas por presos políticos
con un mando civil reducido al mínimo, compuesto por algunos técnicos. En
Oriente, en Camagüey, los detenidos construyeron más de veinte escuelas
politécnicas. En toda la isla existen numerosas centrales azucareras gracias a
su trabajo. El semanario Bohemia enumeraba de manera detallada otros trabajos
realizados por la mano de obra penitenciaria: lecherías, centrales de crianza
de ganado en la provincia de La Habana; talleres de carpintería y escuelas
secundarias en Pinar del Río; una porqueriza, una lechería, un taller de
carpintería en Matanzas; dos escuelas secundarias y diez lecherías en Las
Villas... Los planes de trabajo, cada año más exigentes, requieren una cantidad
cada vez más importante de prisioneros.
3. En
septiembre de 1960, Castro creó los comités de Defensa de la Revolución (CDR).
Estos comités de barrio tiene como base la cuadra o manzana de calle a la
cabeza de la cual se encuentra el responsable de vigilar las actividades
«contrarrevolucionarias» del conjunto de los habitantes. Es una vigilancia
social muy estrecha. Los miembros del comité están obligados a asistir a las
reuniones del CDR y se les moviliza para realizar rondas con objeto de hacer
fracasar la «infiltración enemiga». Este sistema de vigilancia y delación ha
acabado con la intimidad de las familias.
4. La
finalidad de los CDR se puso de manifiesto cuando en marzo de 1961, a
instancias de R. Valdés, el jefe de Seguridad, se organizó y practicó en un fin
de semana una gigantesca redada. Partiendo de las listas que había elaborado el
CDR, más de 100.000 personas fueron convocadas y varios miles de ellas
conducidas a centros de detención: estadios, edificios o gimnasios.
5. Los
cubanos sintieron una profunda conmoción ante el éxodo masivo del puerto de Mariel
en 1980 y esa conmoción fue mayor porque los CDR organizaron siguiendo
consignas actos de repudio destinados a marginar socialmente y a destrozar
moralmente a los opositores —a los que desde entonces se apodó gusanos— y a
sus familias.
6. Una
airada muchedumbre concentrada delante de la casa del opositor arrojaba piedras
e insultaba a sus habitantes. En las fachadas se pintaban consignas castristas
e insultos. La policía solo intervenía cuando la «acción revolucionaria de
masa» resultaba físicamente peligrosa para la víctima. Esta práctica de poco
menos que linchamiento alimentaba en el seno de la población sentimientos de
odio recíproco en una isla donde todo el mundo se conoce. Los actos de repudio
destrozan los lazos entre vecinos y alteran el tejido social para imponer la
omnipotencia del Estado socialista. La víctima, abucheada con gritos de «
¡Afuera gusano!», « ¡Agente de la CÍA!» y, por supuesto, « ¡Viva Fidel!», no
tiene forma alguna de defenderse por la vía judicial.
7. El
presidente del comité Cubano de los Derechos del Hombre, Ricardo Bofill, fue
sometido a un acto de repudio en 1988. En 1991 le llegó el turno de ser su
víctima al presidente del Movimiento Cristiano de Liberación, Oswaldo Payas
Sardinas. Pero, ante el cansancio de los cubanos frente a estos desmanes de
odio social, las autoridades recurrieron a otros agresores procedentes de
barrios distintos a los de las víctimas.
8. Según
el artículo 16 de la Constitución, el Estado «organiza, dirige y controla la
actividad económica de acuerdo con las directivas del plan único de desarrollo
económico y social». Detrás de esta fraseología colectivista se oculta una
realidad más prosaica: los cubanos no disponen de su fuerza de trabajo ni de su
dinero en su propio país.
9. En
1980 la isla vivió una oleada de descontento y disturbios que se tradujo en el
incendio de algunos almacenes. El DSE actuó de inmediato y en menos de setenta
y dos horas detuvo a 500 «opositores». Después, los servicios de seguridad
intervinieron contra los mercados libres campesinos y, para terminar, se lanzó
en todo el país una campaña de amplio alcance contra los que traficaban en el
mercado negro.
10. En
marzo de 1971 se adoptó una ley, la número 32, que reprimía el absentismo
laboral. En 1978 se promulgó la ley de «peligrosidad pre delictiva», o dicho de
otro modo, un cubano podía ser detenido bajo cualquier pretexto si las
autoridades estimaban que representaba un peligro para la seguridad del Estado,
aun cuando no hubiera realizado ningún acto en este sentido. De hecho, esta ley
instituye como crimen la expresión de cualquier pensamiento no conforme con los
cánones del régimen. E incluso más, ya que cualquiera pasa a ser potencialmente
sospechoso.
11. Después
de la UMAP, el régimen utilizó a detenidos del servicio militar obligatorio. La
Columna Juvenil del Centenario N, creada en 1967, se convirtió en 1973 en El
Ejército Juvenil del Trabajo, una organización paramilitar. Los jóvenes
trabajan en los campos y participan en obras de construcción en condiciones a
menudo espantosas, con horarios difícilmente soportables a cambio de un salario
ridículo, de siete pesos, es decir, un tercio de dólar de 1997.
12. La
militarización de la sociedad era ya una realidad antes de la guerra de Angola.
Todo cubano que hubiese realizado el servicio militar debía formalizar el
registro de su cartilla ante un comité militar y presentarse cada seis meses
para verificar su situación (trabajo, dirección).
13. Desde
los años sesenta, los cubanos han «votado con sus remos». Los primeros en
abandonar Cuba de forma masiva, a partir de 1961, fueron los pescadores. El
balsero, equivalente cubano del boat-people del sureste asiático, forma parte
del paisaje humano de la isla de la misma manera que el cortador de caña. El
exilio ha sido sutilmente utilizado por Castro como un medio de regular las
tensiones internas en la isla. Este fenómeno, presente desde el inicio del
régimen, se ha producido sin interrupción hasta mediados de los años setenta.
Muchos de los que abandonaban la isla lo hacían en dirección a Florida o a la
base americana de Guantánamo. Pero el fenómeno de los balseros llegó a
conocimiento del mundo entero con la crisis de abril de 1980 cuando miles de
cubanos ocuparon la embajada de Perú en La Habana reclamando visados de salida
para escapar de una vida cotidiana insoportable. Al cabo de varias semanas, las
autoridades autorizaron a 125.000 de ellos —sobre una población que en la época
ascendía a 10 millones de habitantes— a abandonar el país embarcando en el
puerto de Mariel. Castro aprovechó para «liberar» a los enfermos mentales y a
pequeños delincuentes. Este éxodo masivo fue una manifestación de
desaprobación del régimen, ya que los marielitos, como se los llamó, procedían
de las capas más humildes de la sociedad, a las que supuestamente el régimen
dedicaba mayor atención. Blancos, mulatos y negros, con frecuencia jóvenes,
huyen del socialismo cubano. Después del episodio de Mariel, muchos cubanos se
inscribieron en las listas para obtener el derecho a abandonar su país.
Diecisiete años más tarde continúan esperando esa autorización.
10/11/2014.-
Nelson Maica
nelsonmaica@gmail.com
@jupiterxc
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