GABRIEL S. BORAGINA |
"Aunque para la mayor parte de los
socialistas sólo una especie del colectivismo representará el verdadero
socialismo, debe tenerse siempre presente que éste es una especie de aquél, y
que, por consiguiente, todo lo que es cierto del colectivismo como tal, debe
aplicarse también al socialismo. Casi todas las cuestiones que se discuten
entre socialistas y liberales atañen a los métodos comunes a todas las formas
del colectivismo y no a los fines particulares a los que desean aplicarlos los
socialistas; y todos los resultados que nos ocuparán en este libro proceden de
los métodos del colectivismo con independencia de los fines a los que se
aplican. Tampoco debe olvidarse que el socialismo no es sólo la especie más
importante, con mucho, del colectivismo o la «planificación» sino lo que ha
convencido a las gentes de mentalidad liberal para someterse otra vez a aquella
reglamentación de la vida económica que habían derribado porque, en palabras de
Adam Smith, ponía a los gobiernos en tal posición que, «para sostenerse, se
veían obligados a ser opresores y tiránicos»'.[1]
F. A. v. Hayek advertía de este modo –a
comienzos de la década del cuarenta del siglo pasado- la manera en que
"las gentes de mentalidad liberal" habían aceptado los postulados
básicos del socialismo, en particular el de la planificación económica,
abriendo paso nuevamente a las tendencias hacia la opresión gubernamental y la
tiranía de todo tipo que se encontraban en pleno auge en los días en los que F.
A. v. Hayek redacta su obra (citada al pie) y que en fechas posteriores
continuó vigente, si bien bajo formas y maneras algo más pacificas en el resto
del mundo hasta nuestro tiempo, pero conservando la esencia totalitaria que -al
fin de cuentas- conlleva todo intento de planificación económica.
Es importante destacar que por
"planificación" no ha de entenderse solamente el sentido restringido
de la expresión, y por el mismo suponerse que quien gobierna ha de tener algún
plan específico en particular a aplicar. Más bien, la alocución "planificación
económica" habrá de pensarse como la posición filosófico-política que
acepta que toda actividad humana ha de ser controlada y dirigida por el
gobierno, sin importar demasiado en qué sentido se irá a orientar dicha
planificación. El término habilita preferentemente la idea de que se excluye la
planificación privada, y que sólo se permitirá y tolerará la estatal. Lo que
está implicado en este asunto es -en esencia- una cuestión moral:
"De la misma manera que el gobernante
democrático que se dispone a planificar la Vida económica tendrá pronto que
enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus
planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir
de la moral ordinaria o fracasar. Ésta es la razón de que los faltos de
escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad
que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aún toda
la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, la
tremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y
la naturaleza esencialmente individualista de la civilización
occidental."[2]
Estas proféticas palabras de F. A. v. Hayek
parecen haberse plasmado en la realidad histórica posterior hasta nuestros
días. Raramente los gobernantes mal llamados "democráticos" han
renunciado a dejar de lado sus planes y, por sobre todo, su vocación
planificadora. Por el contrario, han tendido a creer que toda la cuestión se
reducía a elegir y seleccionar cual debería ser "el mejor plan", el
que daban por sentado sólo podía provenir de mentes burocráticas y no de
ninguna otra parte. Así, en este derrotero que se ha seguido hasta hoy, la
mayor parte de las "democracias" mundiales han devenido en verdaderas
dictaduras, dando lugar a numerosas variantes, entre las cuales se encuentran
los populismos que, en fechas recientes han proliferado, sobre todo en
Latinoamérica, como en la Argentina con los Kirchner, Morales en Bolivia,
Correa en Ecuador y el comunismo castrochavista venezolano, regímenes todos que
-en diferentes grados y medidas- han pretendido emular al totalitarismo
cubano-castrista.
A su turno, aquí reside la explicación del
porque todas aquellas mal llamadas democracias han derivado finalmente en
regímenes inmorales como los mencionados anteriormente. Necesariamente toda
"democracia" que se inspire en principios colectivistas siempre
tendrá un destino de inmoralidad. Habrá que apuntar que lamentablemente
"la naturaleza esencialmente individualista de la civilización
occidental" certeramente señalada por F. A. v. Hayek, se ha ido perdiendo
con el trascurrir del tiempo.
"Las «bases morales del colectivismo» se
han discutido mucho en el pasado, naturalmente; pero lo que nos importa aquí no
son sus bases, sino sus resultados morales. Las discusiones corrientes sobre
los aspectos éticos del colectivismo, o bien se refieren a si el colectivismo
es reclamado por las convicciones morales del presente, o bien analizan qué
convicciones morales se requerirían para que el colectivismo produjese los
resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estriba en saber qué criterios
morales producirá una organización colectivista de la sociedad, o qué criterios
imperarán probablemente en ella. La interacción de moral social e instituciones
puede muy bien tener por efecto que la ética producida por el colectivismo sea
por completo diferente de los ideales morales que condujeron a reclamar un
sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuando la aspiración
a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, este sistema tiene
que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hay razón para
que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven al
propósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán,
en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un
sistema colectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina
totalitaria."[3]
F. A. v. Hayek aquí nos explica que no
importan las intenciones morales colectivistas, lo que realmente cuentan son
sus resultados. Y estos resultados en nuestras democracias colectivistas
siempre han sido de los peores.
[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de
servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 64
[2] Hayek...ob. cit. Pág. 174
[3] Hayek...ob. cit. Pág. 175
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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