ASDRÚBAL AGUIAR |
Pedro
Paúl Bello nos obsequia recién su libro sobre Venezuela, raíces de
invertebración: el ser que somos los venezolanos donde explica el porqué de
nuestro saldo histórico como pueblo invertebrado, en apariencia incapaz de
sortear, como ahora, su hora de adversidad.
Escrito
con serenidad, con responsabilidad y sin apremio, describe en sus páginas la
negación que hace de sí cada venezolano antes y después de 1811; a un punto que
nunca nos sentimos satisfechos o contentos ni con la obra ajena ni con la
propia. Y por ello, en la búsqueda agónica de una razón de ser y existir,
apelamos a los mitos que creamos o encontramos al azar para luego desecharlos y
sucesivamente hacernos de otros, en un continuo caminar que a todos nos impide
adquirir aún el perfil de una nación verdadera, ligada por los afectos y
decantada sobre valores compartidos.
Paúl
parte de una consideración de base que vuelve por sus fueros e impide otra vez
dar por cerrado y como cosa pasada el debate acerca de nuestros orígenes
republicanos: vivimos una farsa constitucional permanente que nos obliga, de
tanto en tanto, a emprender de nuevo el camino de la experiencia social,
nacional y republicana, como si nunca lo hubiésemos recorrido.
Según
lo explica el autor, los venezolanos, antes de ingresar al purgatorio -que
viene a ser nuestro Estado, ese que nos hace sociedad artificial o postiza,
primero dentro de las mesnadas revolucionarias que dominan a nuestro siglo XIX,
luego dentro de los cuarteles y sucesivamente dentro de los partidos a lo largo
de todo el siglo XX- perdemos hasta el sentido de la libertad, incluso
económica y de iniciativa, desde la más lejana época colonial.
La
dominación hispana –cuestión que aborda- nos intenta dar identidad en la
lengua, religión y costumbres, y también en nuestro encuentro alrededor de
nuestras pequeñas patrias raciales o las políticas, que son nuestros primeros
cabildos. Pero esa forma de identidad en fragua que nos viene desde España y da
soporte y la oportunidad común para avanzar junto a ella o sin ella en la
ampliación -sea de la idea de la nación española, sea de la búsqueda de alguna
otra parecida-, se rompe una vez como se establecen privilegios sobre los
criollos. Así nacen, de modo anticipado, previo a la emancipación formal de
1810, el estamento de los excluidos, de los resentidos, quienes desde entonces
acopian frustraciones y mascullan sus deseos libertarios, que no de libertad
con su contrapartida de responsabilidades, e igualitarios, que no de igualdad
como desiderátum del esfuerzo personal en ascenso que se niega al rasero de los
mediocres.
En
mis palabras de mediados de año ante la Real Academia, reunida en Cádiz,
expresé por lo mismo y sin ambages que lamentablemente, más tarde, desde
Cartagena de Indias, Bolívar, por preferir la enseñanza antigua sobre la renuncia
del pueblo a su poder soberano a manos del monarca quien lo ha de ejercer
vitaliciamente, se ocupa de rezar y elaborar su credo dionisíaco prosternando a
nuestros apolíneos padres fundadores de 1811, hombres de razón y de levita.
Seguidamente, desde Angostura propone, en 1819, la creación de un senado
hereditario – con los hombres de guerra; pues a ellos todo se los debería la
patria lograda. Y después, con su Constitución de Chuquisaca, de 1826, concreta
el modelo final de su ideario político, de su deriva autoritaria – forja el
presidente vitalicio quien elige a su sucesor en la persona del vicepresidente
– y contra la que reacciona airadamente el intelectual liberal Tomás Lander,
amigo de Miranda y miembro a la sazón de la misma Secretaría del Libertador.
Pero
“estamos ante nuevas realidades – afirma Paúl - que modifican radicalmente las
expectativas de los habitantes de este país respecto a la política, los
partidos políticos y sus dirigentes. Hay apatía, ciertamente; tenemos poca
conciencia ciudadana, es verdad. También conocemos comportamientos que aíslan,
por supuesto. Sin embargo, nada de esto resulta nuevo. El país es lo que es
desde hace mucho: lo que somos y hacemos viene desde los primeros tiempos de
nuestra existencia política formal; pero hace más de cuatro décadas, los
venezolanos -que no éramos otros distintos a como hoy somos y teníamos los
mismos rasgos culturales, defectos y hasta “taras” si así se quiere calificar
algunos de ellos- mostrábamos gran participación política”, observa el autor.
En
fin, según él, habría pasta suficiente para moldear a la nación que aún mora
por serlo y darnos un orden diverso, que se mire en lo que somos y en las
coordenadas del siglo en curso.
Asdrubal
Aguiar S.
correoaustral@gmail.com
@asdrubalaguiar
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