ANTONIO JOSÉ MONAGAS |
El gobierno central no ha dejado de obrar a su libre
albedrío. Sigue empeñado en actuar injusta y arbitrariamente según como vayan
perfilándose los escenarios donde mejor pueda usufructuar el poder político y
económico que reposa en sus manos.
¿CÓMO DESTROZAR UN PAÍS?
La política no sólo funge como razón que encauza
ideales alineados con el magno propósito de construir nación para lo cual se
vale del hecho de gobernar con base en principios y valores que determinen la
defensa y el desarrollo del ciudadano, tanto como el respeto a su dignidad.
También, la política disfraza objetivos con la nociva intención de trastornar
realidades con ideologías egoístas dado el carácter malicioso que envuelven sus
postulados. Es decir, la política sirve a fines muchas veces encontrados. Con
ella se apuesta tanto a la cimentación de una sociedad de justicia y amante de
la paz, que promueva la prosperidad y el bienestar del pueblo, como a la
devastación de todo sobre lo cual se depara en su institucionalidad y hasta su
historia.
Sin embargo, la dinámica de una política relegada
por las circunstancias debido a causas que sólo puede explicar la frivolidad y
puerilidad propia de un mundo entregado al consumismo, hace que esa política,
entendida como arte del debate positivo necesario a consecuencia de posturas
legítimamente contrarias, se vea sometida. Incluso, contraída. Más, si a tal
situación contribuye el empirismo (cómplice del inmediatismo) en el manejo de las decisiones de gobierno. O también,
el analfabetismo que padecen arrogantes gobernantes cuya soberbia se exalta
cuando perciben que el poder excita corruptas pretensiones y aviva peligrosas
tentaciones.
Países que viven el infortunio de ser conducidos por
manos y mentes populistas, caen continuadamente en el boquete que lleva a
estupideces cotidianas asumidas como medidas de gobierno. Sobre todo, cuando
dichas ofuscaciones son incitadas por un ridículo coqueteo con el militarismo
lo cual anima repetidos errores y que son aplicados como parte de la gestión
asumida en nombre de doctrinas y proyectos políticos casi sacados del umbral
del “realismo mágico”. Y ni siquiera así, pues hay momentos en que las órdenes
gubernamentales resultan de doctrinas foráneas elaboradas a la luz de tiempos
apocalípticos como la formulada por el político alemán Joseph Goebbels,
acérrimo colaborador de Hitler. Tal fue su depravación, que entre los
principios planteados, enunció el de la “transposición” el cual prescribía que
“cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el
ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que
las distraigan”. Y efectivamente, el actual gobierno ha sabido seguir fielmente
la letra de tan perverso precepto.
La mejor razón que ha encontrado para excusarse ante
la sociedad venezolana para continuar arremetiendo contra intereses y
necesidades clamadas abiertamente, ha sido la de la transposición. Pero
perfeccionada su aplicación, al exagerar argucias con el único propósito de
dificultar toda reivindicación alineada con el sistema político democrático
bajo el cual se deparó el desarrollo nacional que alcanzó el país hasta 1998,
particularmente.
No obstante, el gobierno central no ha dejado de
obrar a su libre albedrío. Sigue empeñado en actuar injusta y arbitrariamente
según como vayan perfilándose los escenarios donde mejor pueda usufructuar el
poder político y económico que reposa en sus manos. Tan es así, que casi todos
los indicadores que hablan en torno a la movilidad y diafanidad de procesos y
procedimientos vinculados al devenir democrático nacional, dan negativas
cuentas de lo que acontece en Venezuela. Sin duda alguna, que algo pasa para
que los resultados afloren en contrario.
El problema, desde luego, ocurre en el plano de la
funcionalidad gubernamental toda vez que sus protagonistas ni reconocen la
inaplazable necesidad de formarse para gobernar procesos de alta complejidad
social y política, ni tampoco comprenden la importancia de conciliar
intenciones con acciones tanto como recursos con oportunidades. Precisamente,
la ausencia de razones y consideraciones en esta dirección, configuran el mejor
cuadro para hacer un pésimo y equivocado gobierno. He ahí, un tanto la causa
que explica la atribulación de la población cuando advierte el retroceso dado
en quince años de deplorable gobierno. El atasco que de ello ha devenido, sólo
ha conducido a confinar esfuerzos que, aunque aislados, han buscado salidas
democráticas basadas en al afianzamiento de las capacidades y potencialidades
existentes. Aun así, el gobierno se ha lucido revirtiendo lo alcanzado en
cuarenta años de democracia. Por ahora, sigue avanzado en contrario. Así deberá
reconocerse, que hoy el país ocupa sitiales de vergüenza internacional. O
acaso, con su impertinente socialismo, bien aprendió a ¿cómo destrozar un país?
VENTANA DE PAPEL
¿QUIEN NOS GOBIERNA?
A decir por los rumores, pues las libertades de
prensa están horriblemente controladas, el país se encuentra a la deriva. Lo
que se observa, da cuenta de sucesos que levantan suspicacia debido a la manera
de cómo sorprenden al venezolano. Por donde pueda meterse el ojo, el país habla
por sí mismo. Convulsiones sociales, conmociones económicas y desarreglo
político, son parte del manjar que alimenta las golpeadas esperanzas de quien
una vez aspiró o imaginó que las cosas irían a resolverse de modo favorable
para todos. Más, si se pensó que aquello de que “Venezuela es de todos”, era
cierto. Pero, al parecer, y de buenas fuentes, el país entró en una fase de
tiempos torcidos.
El gobierno no ha podido ni siquiera cumplir con sus
más elementales ofertas electorales. Menos, con manifiestos de organización,
coordinación y planificación alrededor de la idea de resolver aquellos
problemas económicos terminales que siguen trastornado el sistema social nacional.
De forma tal que los problemas que inicialmente se creían superados, como los
de salud o de distribución equitativa de la riqueza mediante presupuestos
justos y equilibrados, se acentuaron.
O como dicen algunos, “esto se lo llevó quien lo
trajo”. Y aunque dicha afirmación suena pesimista, hay mucho de verdad
alrededor de lo que se presume o se oye. Y lo peor de todo, es que tan
contrariados reveses ocurren en tiempos en que los ingresos petroleros
alcanzaron niveles históricos, hacia arriba. Sin embargo, en pasados tiempos
críticos, hubo gobiernos que supieron administrar la escasez con determinante
responsabilidad y algo pudo resolverse. Pero contradictoriamente, el país va
rumbo a un cruento despeñadero. Y hay quienes no lo creen, o quienes no lo entienden.
Así que no puede ser posible, aunque lo es, que habiendo sido un país
exportador de petróleo, ahora Venezuela se convirtió en país importador de
petróleo. Pero no sólo de petróleo.
El gobierno ha causado tanto daño al aparato
productivo, que debe importar rubros de alimentación que antes dignificaban al
país por su capacidad de producción agrícola o en materia de particulares
servicios. Lo que ocurre ante la inseguridad y la violencia, es el exacto
reflejo de un gobierno que no sabe gobernar. El peligro que reviste la economía
ante situaciones de grave riesgo financiero, es la absoluta expresión de que el
gobierno no sabe gobernar. No ha sabido hacerlo. Ahora, mucho menos. Entonces,
vale preguntarse ¿dónde estamos, como país? Entonces, ¿quién nos gobierna?
“La descomposición de una nación, no sólo depende de la postura moral de sus ciudadanos. Particularmente, está supeditada a la gestión de un gobierno que al ser incompetente y corrupto, genera todo un revuelo hacia adentro y hacia afuera capaz de desordenar la dinámica nacional en todos sus sentidos”
AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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