Querido
Elías:
Revisando
por estos días los materiales del Festival Malpensante con la idea de revivirlo
en 2015, tu nombre pasó dos o tres veces frente a mis ojos. Viniste a la
versión de 2008 y te esforzaste entonces en responder una pregunta irrespetuosa
para un historiador de fuste: “¿Es la historia también un asunto de poetas?”.
Sin
embargo, no te escribo por eso, sino porque leí la “Carta abierta” que en estos
días te dirigió desde prisión Leopoldo López. Te cuento que quedé estupefacto
con su idea de convocar una asamblea constituyente en la Venezuela de hoy.
Leopoldo es un líder carismático, lo que, como se sabe, con frecuencia quiere
decir irreflexivo.
¿Entiende
López que al intentar sepultar la Constitución de Chávez está pidiendo simple y
llanamente la capitulación del régimen? O sea, los chavistas sólo permitirán
que se arroje el famoso “librito” de don Hugo a la basura cuando de ellos no
quede ni el raspado. Antes lo intentarán todo —y quisiera enfatizar en ese
todo— con tal de no ver a su caudillo humillado de semejante manera.
López
no parece entender que las constituyentes exitosas se convocan al final de los
procesos históricos, cuando un régimen ha sido no sólo enterrado, sino velado
durante largo tiempo y ha surgido un nuevo bloque hegemónico. En Chile, para
poner un ejemplo obvio, todavía rige la Constitución que promulgó Pinochet en
1980, pese a que la Concertación gobernó 20 años, con la breve interrupción de
Piñera. Y la recién reelegida Michelle Bachelet, que hizo campaña con la idea
de que el país necesitaba dejar atrás el legado del dictador, ya dijo que ni
siquiera ella se le mide a convocar una constituyente.
Uno
de los problemas de la Constitución colombiana de 1991 fue justamente que se
redactó en medio de la crisis brutal desatada por el asesinato de Luis Carlos
Galán y demás magnicidios del momento. Sin embargo, las uvas estaban verdes y
la Constitución ha resultado inestable y en ocasiones difícil de defender. No
por otra razón ha padecido de una constante reformitis que delata sus problemas
congénitos. En fin, ya se sabe lo difícil que es escarmentar en piel ajena y la
carta de López lo confirma.
Desde
lejos uno no entiende la impaciencia de la oposición venezolana. El tiempo les
está dando la razón. El precio del petróleo va hacia abajo, lo que en muy corto
plazo podría conducir a la quiebra del régimen. Hoy se ve con claridad cuán
ridículo era pretender desarrollar una revolución estatista —porque ni siquiera
era comunista—, basándose en la expectativa de que el más capitalista de los
commodities, el petróleo, iba a tener precios altos para siempre.
En
semejante contexto la Constitución es lo de menos, pues por más sesgados que
sean sus artículos o las interpretaciones que les den, ninguna carta resiste la
potencial debacle electoral del partido en el poder. En otras palabras, hay que
empezar por ganarles en forma inapelable unas elecciones.
¿Por
qué no dejan que sea el propio Maduro, o quien se atreva a reemplazarlo, el que
tenga que empezar a revesar los desatinos del chavismo, en vez de intentar un
proceso constituyente que casi con seguridad unirá de forma férrea a sus
partidarios? No tiene sentido, Elías querido. Incluso hay un peligro: que al
unificar el chavismo en defensa de la Constitución de Chávez, simplemente le
estén regalando votos para las elecciones parlamentarias que vienen.
Andrés
Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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