El encefalograma de la cúpula gobernante, según el humor de Rayma que El
Universal no toleró, no revela signos de actividad. Repite discursos, estilos,
simulacros para gobernar. El líder original pudo, sin menoscabar su
popularidad, llenar el país de un cementerio de primeras piedras. Pero a su copia
lo espicha el fracaso del modelo y la estatura que han tomado los errores en su
gestión.
Vivimos tiempos críticos. Porque hay una crisis general que es imposible solucionar sin redefinir sustancialmente o abandonar este sistema a la cubana. Porque urgen soluciones para frenar los retrocesos en la vida diaria. Y porque las contradicciones pueden tornar inevitable cambiar de timonel antes que los segundos se le amotinen o la tormenta termine en naufragio de todos.
La dinámica de la vida real está anulando la polarización
artificialmente potenciada por el gobierno. Apenas un pequeño porcentaje aún
percibe bien al país, mientras una creciente mayoría comparte que la situación
anda entre muy mal a pésima. Esa
mayoría, por ahora reactiva, está integrada por gente que proviene de la
oposición y por quienes le han retirado su confianza al gobierno. Es el primer
relevante aviso de lo nuevo que está pugnando por nacer.
El empeoramiento de la situación económica es una condición objetiva
para el cambio, pero la conciencia y el tejido de la acción organizada para
alcanzarlo no surgen espontánea y fatalmente de las crisis. Más bien, el
empobrecimiento material y espiritual de la población, la dependencia del
Estado y la angustia por subsistir forman parte de los recursos empleados por
los regímenes autoritarios para cumplir el fin de sus fines: ejercer el poder a
perpetuidad para disfrutar, sin interrupciones, de sus privilegios.
Pero a ese malestar se le está añadiendo lo que toda la sociedad teme y
el presidente Maduro quiere, pero no puede, evitar: la crisis de gobernabilidad
se está reproduciendo aguas abajo, los efectos negativos se están ampliando y
la base social del gobierno ha pasado a ser una minoría. La cúpula es incapaz
de gobernar bien.
El casi inevitable choque del gobierno con su inviabilidad es un
escenario que se ha comenzado a
considerar, según la democrática información de los rumores, en la secreta
instancia político-militar del proceso.
Pero además de esa eventualidad, existe un rango de alternativas
disponibles, dentro de la constitución y desde las próximas elecciones
presidenciales hacia acá. Las fuerzas conservadoras lucharán por mantenerse y
las fuerzas renovadoras por impulsar salidas democráticas, políticamente
progresistas y socialmente avanzadas.
Resolver el conflicto entre esas opciones es el nudo principal que los
venezolanos debemos desatar. Una
decisión que no debe dejarse en manos de minorías como ocurrió en abril del
2002. Eso significa contribuir a que amplios sectores puedan ocuparse de los
asuntos públicos y abrirle paso a una relación positiva entre cultura cívica y
cultura política.
La sociedad está haciendo lo suyo en medio de un cuadro restrictivo. Una
nueva ciudadanía está naciendo lentamente en las movilizaciones estudiantiles,
en las demandas de los trabajadores, en iniciativas de los Colegios
profesionales, en la labor de las organizaciones sociales y en el retorno al
diálogo entre gente con enfoques diferentes y hasta contrapuestos.
La cultura cívica tiene su centro en el ciudadano. La cultura política
se elabora en los partidos. El puente entre ambas son las reglas, las
instituciones, las ideas y los ideales que deben caracterizar los proyectos de
acción personal y asociativa en todos los niveles.
Le toca a la MUD nutrirse y nutrir la resistencia social. Estimular que
la acción concertada de partidos, actores sociales y líderes políticos se base
en símbolos, narrativas, discursos y propuestas que superen la visión que
sirvió a los cuarenta años de puntofijismo.
Su misión principal consiste en definir una identidad nacional superior
a una mera visión partidista, fortalecer los vínculos entre cultura cívica y
cultura política y manejar la unidad de los partidos como un medio para unir a
todos los venezolanos, cualquiera sea su inclinación política.
Ya hemos debido aprender la lección de que desprestigiar dirigentes y
organizaciones es socavar la democracia real. Nadie es ingenuo para ignorar a
lo que conduce la anticultura partidista, aunque se vista de seda.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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