La justicia revolucionaria ha dado a luz
delitos que no existen en ninguna legislación y cuya supuesta comisión no
requiere de testigos o pruebas
Así ironizaron los cubanos con el título de
la memorable película alemana “La vida de los otros”, del director Florian
Henckel von Donnersmarck quien también fue el guionista. La trama se desarrolla
en Alemania oriental -la cínicamente llamada República Democrática Alemana- en
los casi estertores del régimen comunista. El tema es la persecución de la
temible policía política -la Stasi- a cualquier disidencia especialmente la de
los intelectuales. ¿El método? La grabación de las conversaciones mediante
dispositivos colocados en sus viviendas. La Stasi tenía alrededor de 300 mil
funcionarios, entre agentes e informantes, dedicados a la tarea de sembrar el
terror mediante delaciones que conducían a la cárcel sin fecha de salida.
Los comunistas alemanes no inventaron esa
manera de utilizar el miedo para doblegar a la gente, su escuela fue la
soviética. En los tiempos de la URSS había un chiste muy difundido por quienes
visitaban ese país, incluidos los comunistas de otras tierras. Decían que en
los hoteles había el siguiente letrero de advertencia: “no ponerle agua al
florero porque se oxida el micrófono”. El régimen castrista, como buen
discípulo del estalinismo, hizo otro tanto en Cuba: reclutó a miles de soplones
que controlaban (y controlan) las vidas de sus vecinos e incluso de sus
familias, para denunciarlos ante la menor manifestación de descontento o
crítica al gobierno.
Grabar las conversaciones telefónicas de los
ciudadanos ha sido un vicio de casi todos los gobiernos, valga recordar que en
el famoso caso Watergate, los agentes de la CIA que violentaron las oficinas
del Partido Demócrata, no solo buscaban robar documentos sino también colocar
dispositivos en los teléfonos para realizar grabaciones. Los regímenes
autoritarios modernos pueden prescindir de tan numeroso personal y de métodos
que ahora lucen rudimentarios como la instalación de micrófonos con cableados y
otras complicaciones. Las modernas tecnologías permiten intervenir teléfonos a
distancia y piratear correos electrónicos. Y las cámaras de video graban los
movimientos de las personas a quienes se quiere imputar algún delito. Como
compensación o contrapartida a los abusos militares y policiales, cada poseedor
de un teléfono móvil es un testigo de cargo cuando filma las violaciones de los
derechos humanos en que aquellos incurren.
En los 80 fue tan abusivo en Venezuela el uso
de grabaciones telefónicas para extorsionar o desacreditar a personas con
alguna figuración pública, que el Congreso sancionó en diciembre de 1991, la
Ley de Protección a la Privacidad de las Comunicaciones. Cometía delito quien
grababa y quien divulgaba el contenido de las grabaciones. Los policías solo
podían grabar en los casos de delitos contra la seguridad o independencia del
Estado, corrupción, drogas, secuestro y extorsión. En cualquier otra
circunstancia, debían pedir autorización de un tribunal para realizar las
grabaciones. La mencionada ley jamás fue derogada, continúa vigente pero como
casi todas incluyendo la máxima -la Constitución de la República-ha sido letra
muerta para el gobierno del desaparecido Hugo Chávez y para el actual de
Nicolás Maduro.
¿Qué graban los policías del régimen
fascista, seudo marxista y militar de Maduro y su camorra? ¿Acaso se interesan
por descubrir a los miles de delincuentes que mantienen aterrorizada y bajo
toque de queda autoimpuesto a la población? ¿Persiguen a los secuestradores,
sicarios, homicidas que descuartizan a sus víctimas, narcotraficantes,
contrabandistas de uniforme que trafican con alimentos, gasolina y cabillas
hasta la vecina Colombia? ¿Tienen controlados a los pranes que reinan en las
cárceles de todo el país y que desde allí ordenan, por sus teléfonos móviles,
asesinatos, secuestros y extorsiones? En absoluto, los criminales pueden
continuar con sus actividades con la seguridad de que al gobierno poco le
importa lo que hagan y deshagan. Las grabaciones del régimen sirven solo para
perseguir y encarcelar a dirigentes políticos de oposición y para que la gente
común tenga miedo de hablar por teléfono.
Pero ya hasta las grabaciones comienzan a ser
prescindibles, la justicia revolucionaria ha dado a luz delitos que no existen
en ninguna legislación y cuya supuesta comisión no requiere de testigos o
pruebas. Dos alcaldes de oposición, Enzo Scarano, de San Diego, Estado Carabobo
y Daniel Ceballos, de San Cristóbal, capital del estado Táchira, fueron
destituidos y encarcelados por desacato a una notificación judicial publicada
en la prensa. En el caso de Ceballos, el agravante fueron sus conversaciones
telefónicas en las que trazaba estrategias políticas con partidarios. El
dirigente político y ex alcalde Leopoldo López, está en la cárcel por los
delitos de instigación pública, daños a la propiedad e incendio, ambos en grado
de determinador. Pero además por tráfico de influencias, lo que se deriva de
sus conversaciones telefónicas. Esas singulares imputaciones, sin necesidad de
pruebas, han sido fabricadas por la Fiscal general más abyecta en la historia
de Venezuela, se merece que la llamen fiscala.
La tapa del frasco ha sido el delito
inventando por un diputado ágrafo que gracias a la meritocracia revolucionaria,
ocupa la vicepresidencia de la Asamblea Nacional. El nuevo crimen es vandalismo
lingüístico y el criminal es el presidente del gremio médico del estado Aragua.
Cometió ese neodelito al denunciar ocho extrañas muertes por una epidemia
indeterminada en esa región. En un país en el que cada día es más difícil
encontrar medicinas y la gente acude al Twitter para suplicar por ellas, en que
los hospitales carecen de los mínimos recursos para diagnósticos y
tratamientos, en que las clínicas privadas han debido reducir al mínimo las
intervenciones quirúrgicas por falta de recursos, hasta de anestesia; el delito
es revelar que hay gente muriendo por una epidemia ignota e incontrolada. Hay
que agradecer al altísimo que a estas tierras no haya llegado el ébola, la
mortandad sería de cientos de miles y las cárceles no alcanzarían para recluir
a quienes mencionen la soga en la casa del ahorcado, aunque sea por teléfono.
Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus
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