El
petróleo ha sido la excusa, el culpable y el objetivo político de todas las
acciones de los partidos políticos y sus gobiernos en nuestro devenir de los
últimos cien años. Zumaque nos convirtió en el país que pudimos ser, cuando los
ojos del mundo desarrollado convergieron en nuestro pobre y aislado país y por
su intermedio iniciamos nuestra incorporación a la modernidad.
Los miembros de
los de países desarrollados vinieron a incorporar sus modos de vida
desconocidos para nuestras grandes mayorías, pero que, en vez de convertirse en
el objetivo a lograr se convirtió en objeto de envidia para los que no estaban
dentro del sector.
Se veían las condiciones del mundo desarrollado que traían
las petroleras como pecado y no como lo que debía ser nuestra aspiración a un
mejor modo de vida y nuevas maneras a emular. No queríamos entender que quienes
venían de ese mundo desarrollado no podían vivir en las condiciones las
depauperadas comunidades que eran, entre otras, Lagunillas y la Costa Oriental
del Lago: caseríos de ranchos.
Comenzó
la pugna. En vez de tener a las petroleras como un ejemplo de lo que deberíamos
ser, se las identificó, equivocadamente, como enemigo y se las usó como pivote
para lograr figuración y proselitismo político: se las identificó como
adversario político y no como la institución gracias a la cual habíamos
comenzado a salir del oscurantismo. Lógico. Teniendo ellas una capacidad que
las hacía indispensables y siendo nosotros un país recién “civilizado”,
existían actitudes y prácticas que dejaban qué desear y que se debían también a
nuestra incapacidad para controlarlas.
A esto último comenzó a dedicarse el
gobierno como parte de la modernización del país. Pero antes que optar por una
actitud de respeto mutuo, comenzó el gobierno a
responsabilizar a las empresas por los males del país, resultado de
nuestras acciones y debidas a las circunstancias de un mundo que no podíamos
controlar y que nos afectaba y no nos permitía hacer lo que nuestros
gobernantes querían pero estaban incapacitados para lograr.
Como
era obligatorio a la luz de esa mentalidad, comenzó la creación de los
procedimientos para el manejo de la relación y su limitación por la ideología
política de moda, más la incapacidad de tomar las decisiones que más convenían
y que nos hubieran llevado a convertirnos en un estado petrolero en constante
superación si nos asociábamos a las petroleras, resultó en acciones para
limitar el desarrollo y crecimiento de la actividad basándonos en la necesidad
de “dominar” el petróleo, condenándolo a su reducción y deterioro y a la
estatización.
Sabemos lo que le costó a Pdvsa Siglo XX restituir a la industria
a sus antiguos niveles, producto de esa insistencia en “dominar”, para caer de
nuevo en el uso de la inversión privada como tabla de salvación, a pesar de que
a través del tiempo las habíamos calificado de sustituibles e indeseables. Sin
embargo, fue un paso al frente, un “vuelvan caras” que produjo un viraje
positivo aunque breve.
El
daño causado al manejar el petróleo como arma política y no de Desarrollo
Humano y, consecuentemente, sin beneficio continuado y creciente para la gente,
unido a la realidad circunstancial de altos precios petroleros que nos
ilusionaron como si fuera seguro de vida para una supuesta riqueza indefinida
en el tiempo que permitiría la creación de un hombre nuevo, nos han retrotraído
a la depauperada calidad de vida de las etapas superadas de Lagunillas y la
Costa Oriental del Lago.
Esta nueva realidad, retorcida por la exacerbación del
enfoque político “nacionalista” que ha sido subyacente, disimuladamente nos ha
guiado en el tiempo hacia la tormenta perfecta y permanente, que ahora se
convierte en tragedia nacional de inflación, escasez, inseguridad, ínfima
calidad de vida, deterioro del país e hipoteca del futuro que será muy difícil
remediar. Ahora somos lo que nunca fuimos: emigrantes. Las perspectivas:
insoportables.
Odoardo
León-Ponte
odoardolp@gmail.com
@oleopon
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