La situación actual es como para salir
corriendo, no existe una explicación lógica ante lo que resulta una posición
suicidaría, todos los análisis políticos, económicos y sociales indican que de
no cambiar de rumbo nos dirigimos al desastre final.
Frente a ello el régimen permanece inmutable,
profundizando la crisis a niveles extremos. ¿Obediencia ciega al legado del que
orquestó todo? ¿Decisión de los Castro, a los que solo les interesa su tajada?
¿Estado de locura?
Esta semana sin respuesta a mis interrogantes
preferí escribir un cuento:
…el hombre padecía de delirios enfermizos, su
entorno se encontraba preocupado sus discursos resultaban impropios al
funcionamiento normal de la razón, anunciaba con supuesta energía cosas que no
realizaba. Se contradecía o lo contradecían días después. El pueblo intuía que
se trataba de actos extraños y destructivos.
Celia preocupada lo
observa deambular, andaba arrecha, lo escuchó declamando poemas de León Felipe,
“Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel
estrafalario fantasma del desierto… todo el mundo está cuerdo. …
monstruosamente cuerdo. Oíd… esto, historiadores… filósofos… loqueros”. ¡Es
culpa de Charleston! Gritaba Celia, el pendejo ese, tratando de educarlo y
pulirlo, la cabeza de Mazurro no da pa’ eso.
Desesperada llamaba a
la Habana ¡cámbienme el brujo! Celia era de las que creía que podían ser
maniobras sobrenaturales o demoníacas. Aunque no era creyente le daba un
escalofrió cada vez que pensaba en un castigo divino por culpa de sus pecados.
No se le quitaba de
la cabeza la profanación de la tumba del Libertador y salía corriendo a pedirla
a la comadre, tráigame sal, ajos, las 7 potencias y sangre de pichón.
Poco a poco el pueblo
se daba cuenta de que su conducta se apartaba de lo normal, la prensa notaba
que se mostraba desinhibido, enviando públicamente poemas cursis a su mujer,
pajarito que se le atravesaba lo saludaba. Los militares que lo rodeaban
percibían una pérdida de control, su conducta parecía irracional, no le
preocupaban las consecuencias de sus actos. El interesado veía como su popularidad
bajaba en las encuestas, a causa de sus actos absurdos e inútiles y no le
importaba.
Comenzaban los
chistes en el partido sobre la falta de juicio, “será que le falta un tornillo”
decía uno”, “le patina el coco” respondía otro. Un enchufado más instruido
concluía “preocúpense cuando lo vean contando luceros, hijos o corderos, seis,
siete, ocho, nueve, diez…
Los días transcurrían
y se repetían, de la actividad frenética pasaba a la catatonia. Anunciaba
sacudones que no pasaban de empujoncitos, parecía una burla frente a la grave
crisis económica, a la escasez de alimentos, medicinas y a la delincuencia
desatada. Nadie entendía su indiferencia, por momentos se mostraba incoherente
con la situación. Cuando leía las críticas se sumía en la apatía y la
depresión.
Maniaco repetía las
mismas poses y expresiones que el difunto, que en él resultaban melodramáticas,
por lo que no lograba trasmitir ni comunicar con el pueblo.
Se inventó una guerra
económica, oprimió con la fuerza, cerró fronteras, llamó contrabandistas a toda
la población e intento controles biométricos… pero ni la comida, ni las
medicinas aparecieron. Se le olvidaba un detalle, aquí ya nada se producía, el
comandante difunto había acabado con todo.
El caos nos permite
entender su “lógica”, si obligamos a colocar más cajas en el supermercado
aparecerá la comida o no hay nada más liberador que te tomen la huellas
digitales para comprar papel higiénico.
Celia no lo comenta
con nadie pero nota que su discurso se hace ininteligible, en estos días le
escuchó decir ¡Lo logramos!, de lejos lo vio jugando cara o cruz antes de tomar
una decisión del gabinete. En la intimidad le habla como un niño pequeño, le
repite las mismas frases, le recita poemas con rimas simples y le canta
canciones infantiles.
El viejo zorro cubano
también ha notado el grado de alteración psíquico pero cuenta utilizarlo a su
favor, le decía a su hermano, Raúl allá no hay dirigentes que sepan aprovechar
esos recursos en beneficio de su país, no han hecho sino aumentar los vicios y
la corrupción.
Aprovechemos mientras
podamos, no creo que con la falta de liderazgo ni la escasa formación de
Mazurro lleguemos muy lejos. Esos enchufados son todos ladrones, vea que fuimos
considerados y les dejamos bastantes dólares, se han robado lo que quedaba,
bueno ahora que se aguanten, sin producción, sin divisas y endeudados, tendrán
que acostumbrarse al racionamiento de alimentos, agua y electricidad. Que hagan
cola en los Mercalitos se reía entre dientes, la tos y los cables que lo
mantienen conectado con la vida.
Eso sin contar que el
pueblo se cansa y que le gusta decidir qué y cuándo come.
La gente en la calle
se pregunta si no estarán de remate, según la Valero todo está perfecto en las
cárceles y de acuerdo a la defensora del pueblo los médicos exageran ¡aquí no
hay crisis de salud!
Partiendo del que se
ocupaba del petróleo, en el país no escasean las divisas y tenemos los dólares
que necesitamos, ¿será por eso que se fueron las líneas aéreas? Quizás
necesitamos que nos expliquen ¿Por qué tenemos tantos juicios internacionales
por no pagar? o ¿Por qué estamos vendiendo el petróleo a futuro? ¿Será para
tener flujo de caja y medianamente funcionar?, ¿Para seguir comprando socios
internacionales? o ¿Para continuar raspando la olla?
También se pregunta
¿Por qué hay tantos muertos y nadie va preso? ¿Por qué si vamos tan mal, el
Gobierno no toma medidas? Las palabras de La Valiente no caen en oídos sordos
“El régimen no cambiará sus políticas, por eso debemos cambiar de régimen”.
Ante tantas preguntas
sin respuestas, quedan muy pocas respuestas.
En los años sesenta
Donald Winnicott, psiquiatra y psicoanalista inglés, formula su tesis “El miedo
al derrumbe”, que corresponde a un derrumbe ya vivido en el pasado, cuando el
yo todavía es inmaduro como para poder elaborar el trauma. Una experiencia de
locura que sucedió pero que no fue concientizada. En ese momento no existía la
madurez para integrar la experiencia. El miedo al derrumbe enlaza con la idea
del miedo a la locura, el miedo al vacío y el miedo a la muerte.
Es un trauma que lo
paraliza y le aniquila la voluntad. En su psicosis, Mazurro quiere imponer su
visión del mundo a los demás, trata de someternos a sus conjeturas y designios.
En este cuento el
ciudadano simple, sano, que aspira una vida normal coincide con Einstein:
“Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los
demás”.
Nelson Castellano-Hernández
nelsoncastellano@hotmail.com
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