Si,
amigo lector, la política comienza a prevalecer y a imponer su lógica en el
país. Desde luego, usted puede legítimamente formularse las siguientes
interrogantes ¿a qué se refiere esta afirmación? ¿Acaso, esta actividad no ha
estado presente en nuestra cotidianeidad a lo largo de estos años de
revolución?
Bien, lo que intentamos resaltar es que la práctica autoritaria que
caracteriza al socialismo del siglo XXI
comienza a mostrar profundas grietas. Lo que significa, entonces, que se está abriendo paulatinamente un
espacio para el ejercicio de la política democrática. Entendida esta actividad
como la búsqueda negociada de los acuerdos que implica la existencia de
variedad en las ideas y posiciones en torno a los dilemas que enfrenta la
nación. Es en este sentido que afirmamos que la política y su lógica
democrática retornan.
Ahora
bien, es importante iniciar un intercambio de ideas con la finalidad de discutir sobre la forma más adecuada de
procesar este agotamiento. Es imprescindible prestar atención, por ejemplo, a
la dimensión intelectual que debe alimentar
la práctica política. En consecuencia, resultaría conveniente saber
diferenciar sus aspectos tácticos de los estratégicos. En otras palabras, no
ceder a la tentación de confundir los primeros con los segundos. La estrategia,
como es sabido, constituye el dominio de
los dirigentes, mientras que la táctica es el quehacer de los políticos de
coyunturas. El estratega se preocupa por la historia; el táctico por las
cámaras y los titulares y, en todo caso, por los votos que cámaras y titulares
pudiera inducir.
Es
bueno, señalarlo. La cultura prevaleciente en el período democrático
privilegiaba los aspectos relacionados con el inmediatismo político. Cero
consideraciones sobre el horizonte estratégico. Este se encontraba, por así
decirlo, previamente definido (Pacto de
Punto Fijo). Esta ceguera impidió a los actores políticos de la época avizorar
la crisis que se avecinaba y, en consecuencia, renovar su apuesta estratégica.
En otras palabras, diseñar un discurso y proyecto alternativo a lo ya
existente.
Ahora
bien, ¿cuál sería ese nuevo horizonte estratégico? Y ¿qué táctica sería la
apropiada? Estas interrogantes apuntan hacia un tema complejo. Me voy a
permitir en esta entrega adelantar, brevemente, algunas consideraciones.
La
nueva apuesta democrática deberá superar, en un solo movimiento, las
deficiencias del pasado y el modelo del socialismo del siglo XXI. Para alcanzar este doble cometido, sería
necesario pensar el país dentro de un nuevo marco discursivo. Uno que propicie
un estado federal que conduzca a la creación y afianzamiento de las autonomías
regionales. Recordemos que esta búsqueda no es una demanda nueva ni carece de
asiento histórico. Por el contrario, esta reivindicación se encuentra enraizada
con los procesos culturales e institucionales que fraguaron la independencia y
la creación de la república de Venezuela. Tuvo continuidad en las luchas por la
autonomías seccionales a finales del siglo pasado, la descentralización en los
últimos años de la década de los ochenta y se encuentra articulada con
particularidades de carácter cultural y antropológico.
Bien
pudiera preguntarse ¿qué es Venezuela? Una repuesta apropiada a esta cuestión
tendría que pasearse por estas diferencias regionales que dibujan el mapa
nacional. Andino, valenciano, monaguense, zuliano, guariqueños etc. son
particularidades culturales que no han sido procesadas debidamente por el
discurso político que prevalece en el
país.
En
fin, los signos del presente son alentadores. Es por esta razón que afirmamos
que la política reaparece. Sin embargo, cuidado con los peligros que se derivan
de los viejos hábitos. Estemos atentos.
Nelson
Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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