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martes, 9 de septiembre de 2014

MANUEL MALAVER, MADURO DESPUÉS DEL SACUDON

Aparte de ser un pésimo lector de la crisis -un analfabeta funcional, para precisar- Maduro también revela que es incapaz de mantener sus viejos aliados mientras se atrae otros nuevos, y que nadie, como él, para no alejarse del centro de un huracán que hunde sus índices de aprobación a menos de 20 puntos.

Es otro ejemplo histórico de inmolación política, de abulia y suicidio, como si presintiera que la única forma de transcender y ser recordado es por esos minutos finales que a lo mejor le inspiran algo.

En tales circunstancias puede suceder lo impensable, es el “sacudón” más dramático de la vida humana y quién sabe si surge el chispazo que permita decir lo inesperado.

Un gesto, una frase, quizá una imagen, que por lo menos insinúe que ahí, en la presidencia estuvo un señor cuya única preocupación fue no hacer nada.

Creo que su última aparición ante el país y ante los medios, la del martes pasado, estuvo inscrita en esa modorra, pues, según transcurría, resultaba increíble que al 90 por ciento de los que asistieron, dirigentes de su partido y ministros de su gobierno, les machacara -en alta e inteligible voz- que si había una crisis, él no la había notado y mejor era que cambiaran de cassette y comenzaran a repetir que vivíamos en el mejor de los mundos posibles.

Hombres y mujeres que no le reían sus chistes, que aplaudieron muy pocas veces y que, en cuanto se convencieron que el presidente había ido hablar más insensateces y lugares comunes que nunca, se largaron a dormir a pierna tendida.

En sentido estricto, solo se veía a una funcionaria “a la bajura” de las circunstancias, la ministra de la Defensa, “almiranta” Carmen de Meléndez, muy contenta, al parecer, de su ratificación en el cargo y de que la represión continuara como siempre.

Pero los que permanecieron despiertos no salían de su asombro, resultándoles difícil admitir que el presidente no estuviera persuadido del dilema de que, o tomaba medidas económicas o se hundía.
Pero Maduro decidió jugar a la ruleta rusa, a que sea lo que Dios quiera, a como vaya viniendo vamos viendo y convencido que si se le viene encima otra ola de protestas, se podrá contener con otro baño de sangre.

Disparatando y como un elefante en una cristalería, lo vio también la mayoría de la teleaudiencia que se acercó a enterarse de qué era aquello del “sacudón”, si de verdad había un propósito serio en el anuncio de “reforma de la economía” y si se adoptaría el cambio único o dual, o aumentaba (y en cuanto) el precio de la gasolina.

También, puede asegurarse, que se contaban por millones las amas de casa que se mordían las uñas esperando alguna medida para aliviar el desabastecimiento que les ha arrebatado la leche, la harina pan, el arroz, el azúcar, la carne, el papel toalet, y tantos productos de la cesta básica, sin los cuales, es imposible que una sociedad pueda sentir que vive una existencia decente y civilizada.

Y tanto como las amas de casa, los enfermos, en los hospitales, y en sus casas, sin medicinas ni equipos médicos para tratar sus dolencias, y que, como el resto de los venezolanos ha rodado hacía el abismo de la carestía y las carencias enfrentados a esta subespecie de gobernantes para quienes la vida no vale nada.
Lo saben mejor que nadie las víctimas del hampa común (y de todas las hampas), reducidos a sus casas y abandonados en calles y lugares de trabajo por un estado fallido, indefensos y a la buena de Dios, frente a feroces asesinos que, por no dejarse arrebatar unos pocos cobres, un par de zapatos, un celular o un objeto cualquiera, les quitan la vida.

Hasta 25 mil venezolanos fueron asesinados el año pasado por las pistolas y toda clase de armas de estos criminales, y a los cuales Maduro, por ser incapaz de combatirlos, ha incorporado a sus cuerpos represivos.

En mucho sentidos, es una suerte de fuerza militar nueva, siglo XXI, informal y anormativa, pero diluida entre la oficial, formal y regular y, por eso mismo, más eficaz e indetectable a la hora de ejecutar sus crímenes.

Viene operando a pocos años de establecida la llamada revolución, que había dado pruebas de su irrupción en señalados choques del pasado, pero que solo ahora y a raíz del estallido estudiantil que se lanzó a protestar contra Maduro de febrero a junio de este año, se reveló como una fuerza paramilitar que llegaba a complementar las fuerzas regulares y, en muchas ocasiones, a sustituirlas.


En otras palabras: que sobre este volcán en ebullición fue cómo apareció Maduro el martes pasado, a implementar su “sacudón”, decretar sus reformas económicas, anunciar el cambio único o dual y anunciar el aumento de la gasolina, y sobre estos temas fue precisamente que no dijo una palabra, como si no existieran y su programa en el corto, mediano y largo plazo, fuera profundizar la tragedia que el socialismo tiene como menú principal para los venezolanos.

Porque ese fue, en última instancia, y por sobre todo, el asunto que no se quiso abordar, el del socialismo, que es el sistema económico y político que al margen de la constitución, y a trancas y barrancas, ha querido imponérsele a los venezolanos, pero para no conducirlos a otro paraíso que el que vivieron los soviéticos, los chinos comunistas, los países de Europa de Este y viven Cuba y Corea del Norte.

Reliquias donde imperan la más absoluta miseria, regímenes de partido y pensamiento únicos y feroces dictadores que destruyen cualquier vestigio de individualidad para que los derechos humanos sean borrados del recuerdo como si jamás hubieran existido y la sociedad retroceda a la Edad Media o al mundo antiguo.

Amenazas que no son espejismos, empezaron y se fueron estableciendo según la sociedad redujo sus necesidades al mínimo para existir y devenir en una masa que solo busca alimentos, medicinas y bienes y servicios que siempre se le niegan o se les suministran por cuenta gotas.

Panorama que no es un accidente, sino un objetivo que los llamados socialistas o comunistas buscan persistente e incansablemente, sea a través de crueles dictaduras o de sistemas de simulación democrática, en los cuales, ya sea por la tortura, la cárcel, la muerte o las engañifas electorales siempre se arriba a lo mismo: la dictadura del caudillo redentor que gobierna a nombre del hambre.

Libreta de racionamiento o captahuellas para dosificar y al fin acabar con los suministros alimenticios, son parte de este sistema que solo favorece a la élite que se somete a la esclavitud del Único, mientras se la impone al resto de la sociedad.

Y desde esa perspectiva, que Maduro no vea, no oiga, ni perciba la crisis es lo normal, y que contrario al resto de los venezolanos se sienta contento con sus resultados, fue lo que nos dejó el “sacudón”.

Manuel Malaver
manuhalm912@cantv.net
@MMalaverM

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