El gobierno está atrapado en sus propias
redes y es incapaz de tomar algunas medidas inevitables y muy dolorosas,
aunque esté convencido
del fracaso; así prolonga la agonía entre la
vida y la muerte.
Trata de disfrazar la grave enfermedad con
“hegemonía comunicacional”, propaganda mentirosa y más controles.
Aplazamiento de decisiones imprescindibles en espera de milagros; quiere
remediar los efectos mientras él mismo sigue fomentando las causas
que los producen. La causa es el modelo económico, social y
político en el que están empeñados.
80% de los venezolanos (gobiernistas y opositores) quiere un cambio y una Venezuela unida para salir de la agonía y entrar en el muy exigente esfuerzo de recuperación de la salud de la república.
La fortaleza de Chávez estuvo en el vigor de la
denuncia, acompañada de la esperanza de cambio radical. Pero su propuesta
de solución fue profundamente errada, destructiva y fracasada
en todas las sociedades que la impusieron. Su columna vertebral es la idea de
que la empresa privada es en esencia e irremediablemente una realidad inhumana
y criminal, basada en el robo de la plusvalía y producto de la sangre del
obrero. De ahí que para construir el comunismo de la felicidad la clave sea la
eliminación de la empresa privada; cuanto antes, mejor.
Para eso el Plan de la Patria. Por supuesto,
hay que eliminar también todo pensamiento y educación distintos y
autónomos de la ideología oficial estatista-gobiernista-partidista. La
prédica chavista demonizó tres elementos básicos de toda economía: la
ganancia, la productividad y el profesionalismo. ¡Vicios capitalistas neoliberales!
Desde luego, toda sociedad debe discutir cómo y para qué la ganancia, la productividad
y el profesionalismo y acordar solidariamente (pacto social) la sociedad justa,
digna y libre que quiere compartir para beneficio de todos. La ilusa prédica de
que no necesitamos esas virtudes creativas porque tenemos un presidente con
renta petrolera y buen corazón que nos ama y nos regala, duró unos años.
Hoy son evidentes la falta de producto y la
corrupción en el reparto; el presidente no tiene ni el liderazgo ni la visión
para corregir tan fundamentales errores de Chávez y que forman el corazón de la
fe de sus seguidores. La ineficiencia y la corrupción consustanciales al régimen
han producido el mayor saqueo de toda nuestra historia.
Hace 16 años asistí como observador a un
mitin de Chávez en la plaza Glorias Patrias de Mérida. Faltaban 3 meses para su
triunfo electoral de diciembre de 1998 y escribí un artículo titulado “El
gobierno de Chávez”, en el que afirmaba que “hay alta probabilidad de que
Chávez gane las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que
significa una especie de suicidio colectivo”.
En el ambiente del mitin y en el discurso del
candidato veía mucha emotividad y lugares comunes de la izquierda fracasada,
sin capacidades para manejar el Estado y curar la enferma gestión pública.
Hoy el gobierno prolonga la agonía. El
suicido es colectivo en la medida de nuestra complicidad por omisión. Ni el
gobierno se cae solo, ni la economía y la democracia se recuperan solas. Es
gravísima la responsabilidad unida de los liderazgos democráticos y de toda la población:
propósito de recuperación único, pero variado en iniciativas y organizaciones
políticas y sociales.
Entre 2014 y 2015 nos jugamos el futuro. Las
próximas elecciones parlamentarias son un hito clave para luchar por las
condiciones realmente democráticas y con movilizaciones antes y después del
triunfo. Pero ello debe ir acompañado de otras mil acciones de resistencia, de
denuncia y de combate contra un modelo político y económico suicida,
antidemocrático y anticonstitucional. No basta que 80% esté en desacuerdo con
ese modelo, es necesaria una gran unión en la actuación de diversos demócratas,
los de la oposición y aquellos del gobierno que han abierto los ojos
desengañados con la miseria.
Unidad más allá de bloqueos ideológicos, con
más sentido pragmático orientado a producir una sociedad con justicia social,
un gobierno honesto y eficiente con movilización de todas las fuerzas
creativas.
NOTA: Recientemente en el semanario La Verdad,
su columnista Colina afirmó que Ugalde aconsejó a Miquilena el nombre de José
Vicente Rangel para presidir la transición. El mismo Colina, un mes antes, escribió
que Ugalde aconsejó a Copei el nombre de Diosdado Cabello para presidir la
misma transición. La verdad es que no he aconsejado nada, ni a Copei ni a
Miquilena. Menos semejantes disparates.
Luis M. Ugalde O. s.j.
lugalde@ucab.edu.ve
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