"Yo me justificaré ante el tribunal de
la ley", Miranda.
Cuando el ciudadano Dumont, primer jurado en
el juicio realizado a Miranda en mayo 1793, entró a considerar en su audiencia
la conducta militar del prisionero, acusado de traición en complicidad con el
general Dumourier en ocasión a sus acciones durante el sitio de Maestricht,
Lieja y la batalla de Neerwinden, en ese momento singular cuando la Revolución
Francesa que se debatía entre los intereses de los grupos en conflicto, definió
extraordinariamente las condiciones en la que era necesario realizar los
procesos judiciales indicando que: "nosotros no tenemos otro juicio que
nuestra conciencia, inevitablemente en medio de la borrasca de todas las
pasiones; nosotros no debemos contar en nuestras opiniones sino con nosotros
mismos; es por ello que importa a la salud de la República que este tribunal no
cese un instante de estar rodeado de la confianza de todos los buenos
ciudadanos...", afirmando de manera ejemplar: "la nación ha sido
indignamente traicionada; la perfidia de muchos de nuestros generales es
constante; el pueblo demanda, con razón, el castigo de los culpables, pero si
los grandes males han extendido las sospechas sobre todas las personas puestas
en estado de arresto, estos prejuicios están fuertemente enraizados y yo creo
necesario fijar la opinión pública sobre el asunto actual...".
Dumont se pronunció a favor de Miranda de la
siguiente manera: "... en estas circunstancias donde las simples sospechas
exigen precauciones extraordinarias, los eventos que han precedido el arresto
de Miranda son de esta naturaleza, pero el pueblo, siempre justo, no puede
querer el castigo de los inocentes...; el error no debe jamás dictar los
juicios y los criminales solo deben expiar sus hechos...; el hombre culpable
debe temblar cuando se aproxima a este tribunal..., pero el inocente se puede
presentar con garantías...".
Otros testimonios fueron concordantes, el
ciudadano Fallot destacó su: "convicción íntima de que la intriga y la
perfidia han conducido a ese tribunal" en contra de Miranda y que si:
"el crimen recibe sus junta punición, la inocencia resulta siempre
triunfante". De la misma manera, el ciudadano Chrétien, con valor y
determinación, condenó las prácticas persecutorias aplicadas en Francia al
juzgar que: "... en este momento de la revolución en el que frecuentemente
la hipocresía toma el lugar de la virtud,
y el hombre virtuoso es generalmente observado por los ciudadanos como
culpable", se hacía necesario defenderlo como en el caso de Miranda.
Destacando la función de los jueces el
ciudadano Sentex cuestionó la degeneración de los principios y aun cuando él
debía en razón de sus funciones: "escuchar los efectos de la calumnia, yo
los debo juzgar...; repugna a mi conciencia... favorecer a la calumnia y ser
injusto", considerando indignos de un funcionario republicano tales
extravíos; calificaba de "impostor" a Dumourier, a quien Miranda
denunció, y reconoció sus desvelos ciudadanos siendo como eran evidentes:
"las pruebas del amor del acusado por la libertad, por el régimen
republicano" inspirado en valores de patriotismo auténtico.
Pero si algún juicio fue acertado sobre las
cualidades republicanas de Miranda ningún otro más elocuente que Jourdeuil,
miembro del Tribunal Revolucionario, al expresar que: "Durante la
instrucción de este penoso asunto, yo he reconocido en Miranda, el filósofo mas
esclarecido, el amigo más sincero de la revolución, el padre de los soldados,
el defensor del oprimido, y yo me he dicho muchas veces: si la República no
hubiera tenido generales comparables a Miranda, los déspotas no existirían
más...".
Al concluir la audiencia, tal y como refirió
la "Le Moniteur Universel" del 30 de mayo de 1793, el jurado declaró
a Miranda irreprochable. "El pueblo, -señalaba el periódico-, después de
haber aplaudido con emoción la sentencia, ha, por así decirlo, llevado al
general en triunfo a la casa de su defensor Chauveau Lagarde, gritando: Viva la
República, Viva Miranda".
Al asumir meses después los jacobinos el
poder por decisión del "Comité de Salvación Pública" fueron
arrestados varios militares y entre ellos Miranda en julio de ese año, quien
afirmó: "yo soy un hombre libre encadenado, un inocente encarcelado por
una medida de seguridad general". La revolución se transformó en tiránica
y cruel, la dictadura apareció a través de Robespierre.
Miranda criticó los excesos revolucionarios y
mantuvo sus planes de liberar a su país, pero otra vez, mal juzgados sus actos
e incumplida la capitulación de 1812 por Monteverde en Venezuela, en medio del infernal: "bochinche"
propio de nuestros errores ciudadanos y debilidad republicana, fue
definitivamente víctima de España y de sus propios compatriotas. La revolución
negaba su carácter, su virtud y su origen, terminó destruyendo a uno de sus más
prominentes gestores, perdió en ese acto el juicio y la razón.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599
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