Empecemos por definir el vocablo castigar:
Imponer castigo al que ha incurrido en una falta. Obligar a alguien a que sufra
física o moralmente por haber cometido alguna falta o haber tenido un mal
comportamiento. Sus sinónimos son: azotar, fustigar, vapulear, corregir,
disciplinar, flagelar, golpear, meter en cintura, escarmentar.
Es éste un tema que nunca pierde actualidad y
mucho menos en la Venezuela vigente; siempre estará presente de generación en
generación. El castigo físico, se utilizaba en las generaciones más viejas de
nuestros ancestros con sus hijos, siempre y por cualquier falta por pequeña que
fuera.
Creían los padres de ese entonces, que así
los levantarían correctamente, con una disciplina férrea, con la creencia, que
esa era la manera más adecuada para hacer de ellos, personas de bien. Los
maestros o profesores a su vez, utilizaban la regla o cualquier objeto
parecido, con el convencimiento que “la letra entra con sangre”.
De tal educación, no vamos a decir que todo
fue malo; por el contrario, sabemos que a muchos les dio buenos resultados y
sacaron hijos buenos trabajadores, honrados, decentes, virtuosos, disciplinados
y otras tantas cosas satisfactorias. Pero…ahí viene lo peor: Algunos se excedían;
las pelas que ellos llamaban así, eran verdaderos martirios, suplicios,
torturas; con excesos cometidos por padres furiosos, casi dementes en el
momento de aplicar el castigo.
Esos hijos e hijas, por el temor, por la
angustia que tal reprimenda les significaba, se sometían, obedecían, y
prometían no volverlo a hacer. Otros, más osados, más valientes o más rebeldes,
encontraban otra solución: Volarse de la casa al llegar a la mayoría de edad;
se iban a recorrer el mundo, aún en edades muy tempranas; algunos regresaban,
otros no.
Factores como la mala educación, la poca
instrucción académica y la ignorancia, hacían de esos padres unos dictadores,
unos verdaderos tiranos, con un dominio absoluto de su esposa y de sus hijos;
estos últimos, con unos enormes traumas, que vinieron a exteriorizar en su vida
adulta, con graves repercusiones en su personalidad tan duramente maltratada.
Pasaron los años; una gran mayoría de esos
hijos, siguieron el ejemplo del castigo físico que les dieron sus padres, de
pronto, no tan exagerado como el aplicado por muchos progenitores, pero al fin
y al cabo, también castigo, con consecuencias más malas que buenas: Hijos
disciplinados a la fuerza, con actitudes rígidas, estrictas, que llevaron a
estas nuevas generaciones a situaciones de rebeldía, de no aguanto más y
entonces, buscaron un desahogo, una liberación, en acciones no tan santas: La
droga, las malas compañías, la delincuencia, la prostitución, el embarazo
adolescente y esto llevó a las familias a determinaciones un tanto equivocadas,
tratando de salvar a niños y jóvenes.
Hoy, en este siglo XXI de enormes adelantos
científicos, de alta tecnología, de generaciones de niños y adolescentes
precoces, que tienen tanto para enseñarnos desde muchos puntos de vista,
tenemos a un buen número de padres que se preocupan por su educación, por su
formación y han tratado a toda costa de eliminar el castigo físico, recurriendo
a la disciplina de la privación, de la prohibición: ¿Te fue mal en el colegio o
en la universidad? Este fin de semana no sales, no recibes llamadas, no ves
televisión ni te metes en Internet.
Algunos padres hacen esto; pero aún quedan
los que siguen con la aplicación del castigo físico o psicológico con insultos,
vulgaridades, descalificaciones y además lo están haciendo con una crueldad
increíble. La psicóloga Martha Ordóñez, publicó su libro: El castigo físico y
psicológico en los niños y adolescentes y sus consecuencias.
Es un doloroso diagnóstico sobre la una y mil
formas de castigo que se aplican en los hogares Latinoamericanos y Venezuela no
escapan de ello. Dice la autora citada que: “Esta forma de crianza, no conduce
a enseñar valores, sino que es un factor generador de intolerancia y violencia.
No hay derecho a que traigamos hijos al mundo, para destruirlos por fuera y por
dentro. Nos preguntamos: ¿Por qué tenemos entonces una sociedad tan
violenta?”
Es urgente cambiar hacia una sociedad con valores y principios
democráticos que solo una verdadera familia bien constituida y una educación de
calidad y excelencia logrará esa
transformación. AMÉN, AMÉN.
Zenair
Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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