“De la acedia no se suele hablar. No se la enumera habitualmente en la lista de los pecados capitales. Difícilmente se encontrará su nombre fuera de los manuales y diccionarios de moral. Muchos son los fieles, religiosos y catequistas incluidos, que nunca o rarísima vez oyeron nombrar la acedia y pocos sabrán ni podrán explicar en qué consista". (Horacio Bojorge S. J).
La envidia insondable de la que ya nos alerto
con su hondura metafísica (Santo Tomas, a la que señalo como “envidia o mal de
la acedia” y que ha reflexionado en este tiempo el P. Horacio Bojorge), la que
tiene que ver con la esencia humana, no es la envidia “a lo que tienen” los otros sino a “lo que son”, y esta envidia
tan honda que alcanza un “nivel casi que espiritual” solo puede surgir de
alguien con un nulo nivel de dignidad y conciencia de si mismo, radicalmente
incapaz de aceptar sus propios defectos y que apuesta incesantemente a vulnerar
las virtudes de los demás dejando al descubierto su ilimitada maldad. Pareciera
que la envidia o acedia ha provocado un efecto letal que ha servido de caldo de
cultivo para fragilizar aún mas las lógicas políticas imperantes en el país, en
un afán de notoriedad esa emulación colectiva de indignidad elevado al púlpito
al arrogante, al prepotente, al mediocre, es decir al sujeto afectado del mal
moral, quien necesita humillar a los demás, con el fin de exaltarse a si mismo.
Acotación necesaria…
En la celebración del Congreso Internacional
sobre el Humanismo Cristiano, en el tercer milenio el cual celebró, en Roma
21-25 de septiembre 2003. Se abordo el mal espiritual de la Civilización
actual. Un intento de diagnostico
espiritual inspirado en la doctrina tradicional sistematizada y expuesta por
Santo Tomás de Aquino, el teólogo y, S.J. Horacio Bojorge quiso llamar la
atención sobre algunos hechos. 1) la percepción y señalación desde diversas
disciplinas científicas, de la envidia como mal radical de la cultura y
civilización moderna; 2) la conciencia creciente de que la doctrina tradicional
acerca de la envidia y de la acedia, recogida y sistematizada por Santo Tomás,
permite comprender mejor la naturaleza espiritual de esos males y los caminos
para intentar remediarlos; 3) la luz profética que arroja esa doctrina, sobre
las investigaciones en curso para interpretar proféticamente sus resultados, 4)
la conexión de la envidia reconocida, con la acedia ignorada, que sin embargo
es su fuente y origen. Iré señalando en este intento de análisis el grueso de
obras y de sustantivos estudios de diversos autores que exploran, desde
distintas disciplinas el fenómeno de la envidia en nuestra sociedad y en
nuestra cultura, y coinciden en mostrar su presencia, efectos negativos e
influjo determinante en el mundo actual. Son dignas de atención, porque en su
conjunto y por convergencia, permiten apreciar el valor permanente de la
enseñanza de Santo Tomás sobre la envidia, y cómo esa doctrina ilumina la
naturaleza de la dolencia espiritual de acedia, raíz de la envidia que
reconocen como dolencia de la actual decadente civilización. También porque confirma la objetividad de lo
que se ha venido exponiendo en numerosos, estudios, ensayos y conferencias.
Una referencia a una circunstancia actual:
fue el debate de la mención, o no, del cristianismo en el proyecto de
Constitución Europea, la cual brindó una ocasión concreta para iluminar, a la
luz de la doctrina sobre la acedia. Este
hecho confirma que, como adelanto, Bojorge en: “En mi sed me dieron vinagre”.
Para la inaplazable tarea de forjar un nuevo
humanismo en el tercer milenio el terreno no está vacío.
Las ciencias redescubren la envidia
Un buen número de investigaciones en el área
de lo que los alemanes llaman Geistes-Und Sozialwissenschaften, convergen en
observar el hecho de la envidia desde sus respectivas disciplinas. Lo
comprueban e interpretan coincidentemente y a veces utilizando los mismos
términos: Helmut Schoeck en Sociología, Gonzalo Fernández de la Mora en Ciencia
Política, Bernard en Economía, Víctor Frankl y Tony Anatrella en Psicología,
tanto profunda como social, René Girard en filosofía de la cultura, y demás.
En 1966 un joven sociólogo conmovió las
doctrinas sociopolíticas utopistas, señalando en su obra, La envidia una Teoría
de la Sociedad, la función extremadamente dañosa que logra la envidia dentro de
la vida social.
Helmut Schoeck, era un pensador conservador
cuyo pensamiento influyó radicalmente la acción política europea. Dio clases en la universidad de Mainz y
describió las manifestaciones sociopolíticas de la envidia en estos términos.
“La política de aquellos que procuran nivelarlo todo, intentan instaurar, por
lo menos poco a poco, tendencialmente, una igualdad utópica”. Estas utopías que quieren crear una sociedad
en la cual ya no haya casi ninguna diferencia entre las personas que estarían
dispuestas a pagar cualquier precio, tanto en economía como en las ciencias,
cuanto en la capacitación profesional, con tal de alcanzar el ideal de la
igualación al que tienden. En estos casos, la Envidia, que se institucionaliza
como política niveladora en forma de impuestos diferenciales progresivos, es
responsable del agotamiento del potencial de la población y de sus cualidades.
Helmut Schoeck resumió los resultados de sus
investigaciones en la tesis: la envidia traducida a política es el comunismo.
Él probaba su tesis demostrando el carácter expropiatorio de los impuestos
diferencial y severamente progresivos, estos no provenían de la ciencia
económica sino de la psicología política.
La penalización de la eficacia tiene una
causa de orden ideológico. Desde el
punto de vista de la economía de la nación no tiene sentido alguno. La igualación creciente produce el
decrecimiento de la eficacia para daño de todos.
René ha descrito el deseo mimético como el
impulso más profundo del hombre y de los animales. Este deseo de imitar es indispensable para
que el hombre llegue a ser hombre, porque es imitando como aprende a hablar, a
caminar, a integrarse a la familia y a la sociedad, a una cultura. Pero Girard distingue la mimesis de rivalidad
o de antagonismo. El hombre está
gobernado por el deseo mimético.
Deseamos algo porque el otro lo desea.
Y de ahí surge el antagonismo, la rivalidad y la videncia.
No es difícil advertir que lo que Girard
describe larga y minuciosamente, señalándolo en las más variadas obras
literarias, tópicos culturales y religiosos, es lo que tradicionalmente ha
llamado “envidia”.
La teoría de René Girard viene sembrando
desde hace décadas inquietud y encendidos debates en los medios intelectuales
de Francia. De hecho, si se toma en
serio, conduce a una seria revisión del psicoanálisis y de las ideas del
estructuralismo y del marxismo, entre otras pone al descubierto el secreto de
la violencia latente y escondida en el corazón del hombre de todas las
culturas. Sus análisis son una revolucionaria interpretación de la cultura y
una especie de metafísica de la envidia.
Y queda así establecido el nexo lógico que
conecta la envidia con la acedia y que resulta evidente en los planteos de la
doctrina de la Escuela de René Girard. La envidia nace y se nutre de la acedia,
el comportamiento interhumano de rivalidad y de envidia, que entre nefastas
consecuencias tiene la ya señalada del totalitarismo y del terror igualitarista,
y la no menos terrible de ser la fuente de todas las videncias, es consecuencia
lógica de una actitud religiosa anterior y más profunda: acedia, tristeza por
el bien de los que aman a Dios, tristeza por los mismos que aman al prójimo.
Toda cultura es reflejo de una religión, y
toda incultura reflejo y consecuencia de una irreligión. El desorden del afecto
ante el bien supremo, va de la mano con el desorden ante el bien del prójimo.
La acedia: el mal de nuestro tiempo, ha
habido quienes reconocieron con afinada sensibilidad espiritual, más allá de la
envidia entre semejantes, observada y descrita por tantos y desde tan distintas
disciplinas del saber actual, que su raíz y su fuente es un mal espiritual, el
pecado de Caín.
William J. Bennett, un pensador bien conocido
en Norteamérica y buen conocedor de esa sociedad, graduado en derecho en
Harvard, y doctor en filosofía por la Universidad de Texas, afirmaba hace ya
una década, que la verdadera crisis de su país y de nuestro tiempo “es de
naturaleza espiritual y se llama acedia”.
La doctrina tradicional sobre este fenómeno
espiritual, sistematizada por Santo Tomás, cobra por eso particular actualidad
y es recomendable por su utilidad, tanto para el diagnóstico del mal como para
orientar la aplicación de sus posibles remedios.
El Dr. Francisco Canals Vidal, lo afirmaba en
una conferencia en 1989, en el Campus Oriente de la P. Universidad Católica de
Chile: “Nadie puede conocer la situación del mundo de hoy si no medita estos
textos de Santo Tomás”. Y en la tesis de
su obra, La Envidia Igualitaria, Barcelona, 1984 puede
sintetizarse así: ´´El progreso de una sociedad supone la aceptación por la
mayoría de una planificación realizada por una minoría. La pasión malsana de la envidia, que margina
a los mejores y exalta a los mediocres, que demuele las jerarquías de una
sociedad (o de una organización cualquiera), se transforma entonces en una
fuerza negativa que puede llegar a detener el progreso de esa sociedad o de esa
(organización)”. También Fray Armando O.P viendo la actualidad del asunto le ha
dedicado un estudio: Los ángeles y el demonio del mediodía, Santa Fe, Centro de
Estudios San Jerónimo, 1966. El Dr.
Mauricio Echeverría, afirmaba, en ocasión de hacer una presentación sistemática
de la doctrina del Dr. Angélico sobre la acedia: “La acedia y el bien del
hombre, en Santo Tomás” “Angelicum de Roma, con ocasión del jubileo de la
Universidades; publicada en: Intus-Legere, No.4 (2001). “El antiguo concepto de
“acedia” puede resultar esclarecedor para la pregunta sobre el bien del hombre,
precisamente en los tiempos que vivimos”. “Si queremos superar los síntomas de
la creciente depresión contemporánea, la radiografía de la acedia nos mostrará
caminos realmente valiosos para una terapia moral”.
Pero la acedia no afecta solamente a
agnósticos y laicistas, también afecta a la Iglesia. Como lo ha reconocido un observador con nada
despreciable autoridad, el Cardenal Arzobispo de Viena, Monseñor Chistoph
Schönborn, la acedia “es la crisis más profunda” que nos aqueja hoy de la que
no escapa la Iglesia Católica. “La crisis más profunda que hay en la Iglesia
consiste en, que nos atrevemos ya a creer en las cosas buenas que el creador
obra por medio de quienes le aman. A esa
poca fe intelectual y espiritual, la tradición de los maestros de la vida
espiritual la llaman acedia, hastió espiritual, un edema del alma como lo llama
Evagrio que sumerge al mundo y a la propia vida en un lúgubre aburrimiento y
que priva de todo sabor y esplendor a las cosas”. Un hecho de reciente data
viene a confirmar una vez más lo acertado del diagnostico espiritual de nuestro
tiempo, como un tiempo aquejado de acedia: casi simultáneamente con la
celebración del Congreso Internacional de Humanismo Cristiano en el tercer
Milenio, Roma 21-25 sep. 2003. Se agitaba el tema de si se había de mencionar o
no el cristianismo en el texto de la futura Constitución Europea. Se comprueba,
como lo ha hecho Hosep Miró y Ardévol, presidente de la Convención de
Cristianos por Europa, que “reza lo ridículo que el preámbulo haga referencia a
la componente helenística y romana y salte directamente a los filósofos de la
luz, omitiendo la referencia cristiana sin la cual la ilustración resulta
incomprensible. Ignorar como hace el texto, la realidad de la identidad
europea, que tiene como uno de sus componentes básicos el cristianismo,
constituye una imposición ideológica y expresa la voluntad política de que el
laicismo excluyente la única categoría cultural y referencial posible,
marginando así el hecho religioso.
¿Hay
en el país en quienes lo regentan una manifestación extrema de acedia?
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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