El siglo XX estuvo plagado de “ismos”, cada
uno generaba un fanatismo de secta y una intolerancia de guerra religiosa, el
resultado fue una humanidad violenta y convulsionada.
El más persistente y nefasto, en muertes y
destrucción fue el nacional(ismo). Su antítesis dialéctica fue el
internacional(ismo) comunista que a la larga terminó también en un
nacional(ismo) militante y agresivo. Fasc (ismo), naz(ismo), falang(ismo),
popul(ismo), peron(ismo) y así en cada continente se fueron multiplicando los
muchos (ismos) que terminaron definiendo toda la historia política
contemporánea, que en cuanto a violencia y destrucción fanática, rememoraban
las terribles guerras religiosas del pasado. En el siglo XXI si no llegamos a
trascender estos (ismos) de la intolerancia, terminaremos repitiendo y
multiplicando la violencia y la destrucción.
Uno de los dramas humanos mayores es que el
cambio de mentalidad es lento y siempre llega tarde, solo cuando la realidad y
la necesidad nos obligan, cambiamos, no por convicción sino por necesidad.
El armament(ismo) en pleno auge y las
industrias de la muerte como base y fundamento de la economía de muchos países
no presagian nada bueno. La política que debería prevenir estas situaciones y
realidades y propiciar un cambio en sentido positivo, al contrario tiende a ser
adocenada y anacrónica, más propensa a la inercia de los intereses creados así
como el político tradicional, casi siempre pragmático y cínico es un sostenedor
del “Statu Quo” aunque en el discurso tienda a presentarse como un abanderado
del cambio.
La democracia conocida necesita de los
partidos políticos, pero éstos, cada día representan menos. Un buen ejemplo es
nuestro país en donde según todas las encuestas indican que no más del 30% de
los venezolanos se identifican con algún partido. El gran partido es la mayoría
silenciosa y esta, si no muta en sociedad civil organizada perece políticamente
en su nadedad efectiva, es decir en la queja cotidiana y en el desahogo
emocional, sin efectividad e influencia sobre los hechos políticos reales y sin
capacidad de ejercer presión sobre el gobierno y el poder.
La política era oficio de pocos e interés de
muchos, hoy pareciera naufragar en el desinterés de la mayoría. El vacío de
participación y representación termina abriéndole paso a los demagogos de
siempre, que con un discurso engañoso, ilusionan y arruinan sociedades y
pueblos enteros, sobran los ejemplos, Italia y Alemania de la post-guerra la
Rusia post-soviética así como toda Europa Central y Oriental y aquí en nuestro continente Cuba, Argentina
y Venezuela. En Asia hay casos emblemáticos como Camboya, Corea del Norte y
África, hay tantos ejemplos, con Zimbawe a la cabeza, configurando un verdadero
catacl(ismo) político, económico y social.
Ángel
Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi
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