A los comunistas los entiendo, aunque no los
justifico; son personas primitivas, que viven en un mundo de creencias falsas,
algunas muy ruines, en cuanto la naturaleza del hombre y la sociedad, y cuando
llegan a ser gobierno, gracias a la ignorancia colectiva, su desempeño es un
desastre y la sociedad sufre las consecuencias… hasta que rectifica.
Pero que la oposición política venezolana, en su
mayoría también populista, trate de emular el pensamiento y las acciones de los
comunistas, y se ofrezcan como alternativa de poder, con la promesa de un
cambio hacia una mejor sociedad, cuando en realidad van a la cola del tren del
marxismo es imperdonable, sobre todo si vemos a lo que conduce un estado interventor
y controlador de la vida social.
He escuchado últimamente, en los medios de comunicación social, a muchos representantes de la oposición haciendo planteamientos de lo que ellos harían si fueran gobierno… y, para mi desaliento y preocupación, lo que proponen no es más que la continuación del estado de cosas que nos han llevado a esta pavorosa crisis de gobernabilidad.
Tanto la concepción del estado como las formulas de
gobernanza que proponen son todas muy parecidas a las fórmulas comunistas: un
estado fuerte y más intervención estatal, hay hasta una propaganda, que repite
insistentemente de uno de los partidos más importantes de la oposición, en que
su mensaje político se reduce a “nuestro interés es que usted coma más y mejor,
para eso estamos trabajando”; parece el lema de un restaurante o un
supermercado, entiendo que la situación del país esté en el límite de la
sobrevivencia, pero que un partido haya reducido su horizonte de propuestas a
un plato de caraotas dice mucho de lo que ese partido piensa de su misión, y
peor, de lo que piensa de sus electores.
La política venezolana ha involucionado de manera
acelerada; los partidos se encuentran en manos de improvisados y oportunistas,
en su mejor caso de negociantes que pretenden reunirse con el diablo, si eso
fuera necesario, para satisfacer a sus clientes. Eso, señoras y señores, no es
política, es bazofia.
Empecemos nuestro análisis ¿Qué tipo de hombre o
mujer tienen en mente los que dirigen los partidos de la oposición cuando se
ofrecen como alternativa de gobierno?
Esta pregunta parece fácil, pero no lo es, y el concepto es la base que
fundamenta toda política, ¿Qué tipo de sociedad pretendo gobernar? ¿Se trata de
hombres libres, autónomos, racionales y productivos? O se trata, al contrario,
de hombres con mentalidad de esclavos, dependientes, violentos y flojos… no se
trata de ver cuántos son libres y cuantos esclavos, lo importante en la
respuesta a esta pregunta es el ideal al que me dirijo; gobierno para una
sociedad civilizada o en pleno proceso de civilización o me ofrezco a una masa
informe de brutos.
Algunos, los pragmáticos, responderán que depende
de la condición sociológica de nuestro pueblo; si los venezolanos estamos en
estadio intermedio entre civilización y barbarie, entonces, mi oferta de
gobierno será la del plato de comida; por ejemplo, gobierno para que todos
puedan comer. Pero si resulta que, luego de más de 500 años del descubrimiento,
los venezolanos hemos remontado la cuesta de la civilización y podemos vernos
en un futuro a corto plazo como un país desarrollado y perteneciente a la
comunidad de naciones civilizadas, entonces la oferta cambia y propondré
integrarnos al mundo informado e informatizado, a los creadores de tecnología,
por ejemplo.
Luego viene la pregunta ¿Qué tipo de gobierno propongo? Si mi público
es la gleba, los siervos de la edad media, que necesitaban de un amo para que
les indicara el lugar que ocupaban en la sociedad, si necesito robarles el
producto de su trabajo para fortalecer a la clase gobernante, si necesito
obligarlos a actuar contra su voluntad para alcanzar lo que considero que es el
bien común, entonces estamos hablando de un tipo de gobierno autoritario cuyo
respeto y voluntad se impone por la fuerza; en este caso, más que un gobierno,
se trata de la institucionalización del mandato de una pandilla sobre una
sociedad de esclavos.
Pero si se trata de personas iguales a mí, con
derechos individuales, capaces de sostenerse por sí mismos, de emprender y
producir bienes y servicios para toda la sociedad, si se trata de entes
razonables, que piensan y discuten sus diferencias en paz, que coexisten con
los otros en libertad, intercambiando lo que producen, cada uno en su
especialidad, sin coacciones ni supervisión, entonces estamos hablando de otro
tipo de gobierno, un gobierno para una sociedad en libertad.
Y los gobiernos para una sociedad en libertad no se
basan en los buenos deseos de sus líderes, ni en su comprensión del mundo y del
hombre, sino en el respeto a las leyes y al orden, pues es sólo dentro de un
estado de derecho y de justicia que una sociedad puede funcionar, permitiendo
el libre desenvolvimiento de las potencialidades de sus miembros.
Son dos las actividades fundamentales de toda democracia: la
preservación y el libre desarrollo del conocimiento, que garantiza el
desarrollo del espíritu y la conciencia de la gente, y la libertad del comercio
y la industria, que hace posible que una nación sea próspera y autosuficiente.
Para que esto suceda, un gobierno para una sociedad
en libertad debe cumplir tres roles fundamentales: el primero, proteger a sus
ciudadanos y bienes de los criminales y para ello cuenta con las fuerzas
policiales. El segundo, proteger a la
nación de la invasión de fuerzas extranjeras y para ello cuenta con unas
Fuerzas Armadas profesionales. El tercero, resolver las disputas entre sus
ciudadanos, como árbitro, en los tribunales de justicia y de acuerdo con un
marco legal objetivo.
Este es el estado mínimo del que he estado
refiriéndome en mis últimos artículos, que se basa en la menor intervención
posible en los asuntos que le compete resolver a la sociedad en general,
problemas como la educación, la salud, las finanzas, incluso de las obras
públicas, deberían poder ser resueltos por la sociedad organizada, fuera de la
estructura burocrática del gobierno.
Las razones que apuntalan esta posición son muchas,
pero su fundamento básico parte de que el conocimiento social es disperso y es
imposible que una sola persona acapare dicho conocimiento y sea portador de un
saber superior; ningún planificador, legislador o gobernador puede tener mayor
dominio sobre un problema que el que tienen aquellos afectados por el mismo,
menos aún si se busca la solución desde una oficina remota.
Ni el Presidente de la República, ni ninguno de sus
asesores expertos, puede tener mayor conocimiento sobre cómo se debe invertir
el dinero en una plantación de caña de azúcar en el Municipio Iribarren del
Estado Lara, que sus mismos agricultores y dueños de fundos, que son los
principales afectados y viven de esa actividad.
De allí el gran fracaso de Giordani como planificador y del mal hadado Plan de la Patria, no hay
manera de sustituir el conocimiento de primera mano, de la realidad real, por
ideas aproximadas de una fantasía ideológica. El resultado es siempre contra
natura.
El conocimiento de toda persona, así sea el de un
sabio, es siempre parcial y falible; pero el problema no termina allí, si esa
persona es un alto funcionario del gobierno y aplica su plan elaborado en una
oficina con “geniecillos planificadores”, ninguno de ellos puede predecir con
exactitud las consecuencias de sus acciones en la sociedad. Probablemente
algunas cosas resulten bien, pero otras resultarán muy mal, y de esas cosas
malas hay que defenderse, o contenerlas, lo que involucra volver a intervenir e
implica, a su vez, que habrá de nuevo resultados buenos y malos… y así hasta el
infinito, una vez que empieza la intervención del estado no se sabe cuándo
termina.
La gran lección de este “Teorema del Conocimiento
Limitado” es que, en una sociedad de hombres y mujeres libres, se debe permitir
que cada uno decida sus propias finalidades, basándose en su propio
conocimiento y capacidad; finalidades que coinciden- según lo expresó hace ya
algunos años Ludwig Von Mises- con lo que cada uno piensa puede “controlar” y
para cuya realización ofrece a los otros, a cambio de las prestaciones que
necesita, lo que él es capaz de hacer: “Así es cómo la cooperación social se
mantiene, no por la obligación de perseguir fines comunes, sino por una amplia
trama de acuerdos referentes a los medios que recíprocamente nos proporcionamos
unos a otros.”
No olvidemos que cada vez que actúa el estado, lo
hace restándole a la sociedad una cantidad de energía y recursos, que la
sociedad necesita para resolver, justamente, esos problemas.
Invito a los políticos de la oposición a que se
abra en el seno de sus partidos las discusiones necesarias para atender esos
puntos de doctrina que, hasta los momentos, están siendo dominados por el
pensamiento populista marxista, lo que se conoce como socialismo “light”…
terrible por lo primitivo de sus postulados.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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