De los últimos estudios sobre la obra y vida de
este dramaturgo alemán, favorito de la izquierda en el mundo, el libro de John
Fuegi, Brecht & Co. : Sex, Politics and the Making of the Modern Drama,
abre una caja de sorpresas al revelarnos las prácticas poco honestas de este
hombre que explotaba y le robaba las ideas y los trabajos a sus asociados para
hacerlas suyas, principalmente a las mujeres que lo amaban y reverenciaban.
BERTOLT BRECHT |
Mi primer contacto con Brecht lo tuve al presenciar
una espectacular puesta en escena de La
Buena Mujer de Szeshuan, que hizo el grupo Rajatabla en Caracas en el año pum…
era un muchacho y salí del teatro con un nuevo héroe en mi Olimpo personal de
autores literarios, lo que vi y escuché era pura poesía, a partir de ese
momento busqué sus obras y las leí casi con desesperación, nunca imaginé que
detrás de tanto genio había un molinillo de imposturas y engaño (jamás
compartió con otros la fama ni el dinero que aquellas obras le produjeron) que
tomaba las ideas que escuchaba y se hacía escribir para luego, hacerlas suyas.
Fuegi, un experto en la obra Brechtiana, miembro de
la Sociedad Brecht, ha escrito y colaborado en diversos estudios y crítica
sobre sus obras de teatro, puestas en escena, métodos de actuación e historia
de su compañía teatral.
Brecht permaneció siempre protegido por un círculo
compacto e impenetrable de admiradores y cultores de su teatro, Fuegi
finalmente tuvo acceso a documentación clave, incluyendo su archivo personal,
que indicaba lo insólito: explotaba a sus jóvenes amantes, de ambos sexos, en
un acuerdo de “cama por cuartillas escritas”, revelándolo como insaciable
amante y un experto reempacador de éxitos para las tablas; de hecho, y según el
profesor Fuegi, ninguna de sus principales obras son de su autoría.
Aquello cayó como una bomba en los círculos
académicos y del teatro en 1995, y no era para menos, se estaba cuestionando a
un “clásico” y en el alma de sus obras.
Los herederos de Brecht trataron, en vano, por
medio de abogados y tribunales, de parar la publicación del libro de Fuegi.
Nombres como Ruth Berlau, Elizabeth Hauptmann y Margarete Steffin, algunas de
sus más cercanas colaboradoras en vida, surgieron como las verdaderas autoras,
sino de pasajes, de obras completas que entregaban por amor o por lujuria al
hombre que las había convencido de que estaban haciendo algo importante por la
Justicia Social y la visión humanista del socialismo en el mundo.
En su obra La Ópera de tres peniques, Fuegi
descubre copias de trabajo originales donde aparece Hauptmann como coautora, y
no es de extrañar, ya que fue su traducción de la obra del inglés John Gay, La
Opera de los Mendigos, escita en 1765, la que inspiró la versión, que al poco
tiempo, sólo llevaba la firma de Bertolt Brecht y de Kurt Weill como compositor
de la música; el investigador alega igualmente que Hauptmann fue la autora de
la pieza Final Feliz.
Ruth Berlau era una novelista danesa, actriz,
fotógrafa y directora; Fuegi afirma fue coautora de las obras El Círculo de
Tiza Caucasiano, Las Visiones de Simónn Machard y La Buena Mujer de Szechuan.
Con la aparición de este libro hubo toda una
reacción tratando de justificar a Bertolt Brecht, entre ellos, Eric Bentley,
traductor de las obras de Brecht al inglés, coproductor en algunas de sus obras
montadas en USA, que conoció y fue socio del dramaturgo, quien dice de la
investigación de Fuegi que es muy buena, por cuanto arroja luces en la relación
de Brecht con el comunismo, porque negaba sus orígenes burgueses, y que lo
llevó a adoptar un estilo de vida que rayaba en lo hippie, además de predicar
el marxismo con entusiasmo, lo que lo convirtieron en un perseguido político,
primero de los nazis y después del FBI.
Sus obras están llenas de un desprecio supino por
el capitalismo, al punto de hacerlo causa de todas las guerras y el impedimento
principal de que se diera la utopía socialista en el mundo. Pero de allí a que
fuera un chulo y obligara a sus mujeres a escribir por él, había un trecho muy
largo.
Alega Bentley- que Brecht se rodeaba de un grupo
grande de actores, productores, financistas, técnicos y admiradores, todo lo
que hacían llevaba su sello personal, les predicaba la santa palabra del
comunismo y les hacía ver que el teatro era una empresa colectiva y
centralista, de hecho su compañía era una especie de comuna donde se compartía
todo (menos su dinero).
Su personalidad envolvente y magnética atraía a
muchas mujeres brillantes; pero todo lo que se escribía pasaba por su control
de calidad, lo que implicaba reescritura y el resultado era genial, único, era
Brecht.
Es bueno resaltar que casi todo el período creativo
de Brecht fue anterior a la fundación de su Berliner Ensamble, junto a su
esposa Helene Wiegel, por cierto, el gobierno comunista de Alemania del Este
por medio del servicio secreto fue el principal financista y socio de esa
organización, pero mantenido en estricto secreto, aprovechaban los compromisos
internacionales del ensamble para colar correos, espías e informantes
haciéndolos pasar como parte del troupe.
Bentley admite que la conmoción que causó el libro
de Fuegi hizo mucho bien en los estudios académicos sobre la obra del
dramaturgo, ya que se rompió con el culto a Brecht, y la verdad es que una
serie de ensayos, películas y obras de teatro contemporáneo, que se basan en
Brecht y sus relaciones con estas mujeres extraordinarias y con el comunismo,
surgieron de pronto.
En el ensayo crítico de Robert Fulford, titulado
Como las malas relaciones llevan a la buena música, (publicado en el National
Post, 2007), se explican las prácticas deshonestas y absolutamente egoístas de
Brecht, por lo menos con Kurt Weill, el insigne músico que le dio melodía a la
Opera de tres peniques; cuando unieron esfuerzos en 1928, Brecht enredó de tal
manera la relación contractual que, a pesar de que la obra fue registrada a
nombre de ambos, Weill apenas recibía una fracción de los royalties…cuando los
recibía.
En el momento que quisieron estrenar la obra en
USA, no pudieron, Brecht quería quedarse con la torta casi entera. Sus
financistas le temían y nunca confió del gobierno comunista que prácticamente
lo mantenía, dice Fulford: “Registraba y publicaba todas sus obras en Alemania
Occidental, mantenía su cuenta personal en un banco en Suiza y tenía siempre
listo, en caso de tener que desaparecer rápidamente, un pasaporte austríaco”.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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