No
podía ser bueno, algo que nació del resentimiento y del odio.
Existen frustraciones e injusticias que generan deseos de superación,
situaciones dolorosas que motivan, que dan razones para luchar por algo mejor.
Esas generan un efecto positivo en los seres humanos, quienes se trascienden a
si mismo por superarse.
Pero
las que despiertan venganza, reconcomios, envidias y deseos de destrucción,
comienzan por acabar con la esencia misma de las personas que las interiorizan
y la de aquellos que arrastran en su locura destructiva.
El proyecto Castro-Chavista tuvo como semilla sentimientos negativos. Intentó
tomar el poder, a través de un mecanismo anticonstitucional, el Golpe de
Estado, dejando tras de sí un rastro de sangre.
Cuando se convirtió en una posibilidad electoral, logró asociarse con un sector
de la sociedad civil, que pensó que había llegado el momento de adquirir
también poder político.
Si a esto le sumamos el deterioro de los partidos políticos tradicionales, es
fácil comprender como un lenguaje reivindicativo y punitivo, surtiera efecto
para manipular un gran masa que sufría en carne propia las frustraciones e
injusticias a las que me referí antes.
Esto permitió que se instalara la gran mentira bolivariana, esa que prometió un
proyecto social y terminó instalando el sistema comunista de los Castro. La que
ofreció trabajar para los pobres, cuando su intención era seguir manteniéndolos
abajo, para poder manipularlos.
Una banda que se preocupó por enriquecerse rápidamente y por tomar el control
de todos los poderes del Estado, afín de no tener que irse nunca. Aunque para
ello violara leyes y derechos, reprimiera o persiguiera a los ciudadanos que
pretendieron oponerse a sus planes de perennidad.
¿Cómo enfrentar un proyecto que convierte en enemigos al inversionista, a la
persona que se ha preparado estudiando, al que ha ascendido por su esfuerzo
personal?
Como permitir que se persiga al que brinda trabajo, genera inversiones y progreso,
al que se opone a que regalen y roben la nación. Al que rechaza aceptar que
mafias, extranjeros, guerrilleros, pranes, colectivos y extremistas instalen en
nuestro territorio un submundo violento de control social y financiero.
La Revolución Bolivariana nació como un proyecto excluyente, divisionista de la
sociedad, que necesitaba adoctrinar y manipular, hasta lograr convertir al
pueblo en una masa de seguidores motorizados… por el rencor.
Hoy por hoy ser bolivariano-rojo implica celebrar la vulgaridad del lenguaje
oficial, los eructos, la humillación de mujeres, profesionales y trabajadores,
los golpes contra los diputados de la oposición y la represión y la tortura
contra los estudiantes.
Una realidad de extrema violencia, que poco a poco nos convierte en seres
insensibles ante el dolor y la injusticia. Quien, aparte de su familiares,
recuerda a Franklin Brito, fallecido en una huelga de hambre y de hombre,
tratando de recuperar sus derechos o del hijo de la ex –Senadora Haydee
Castillo y de Antonio López Acosta, de las cientos de familias de PDVSA que
quedaron en la calle.
Quien reconforta a los padres de Génesis Carmona, Geraldine Moreno, Bassil Da
Costa o los 41 otros fallecidos, que eran algo más que cifras o bajas
colaterales como acostumbran a expresarse los terroristas.
Ser Chavista significó aplaudir las expropiaciones de las fincas, las empresas
privadas, los canales de televisión. Hasta que comenzáramos a silenciarnos
frente a la escases de alimentos, de medicinas, de repuestos y terminar por darnos
cuenta que no teníamos donde denunciar la situación.
El venezolano formado se está yendo del país, buscando horizontes más
tranquilos para vivir, donde le respeten sus derechos, a disentir, a
expresarse, a mejorar, a poder circular sin miedo a ser asesinado, a tener una
casa y un trabajo digno.
El venezolano común aspira a ver crecer sus hijos, a ser gobernado por
venezolanos, a poder elegir con sus votos y no a través de elecciones amañadas.
También desea que si cambia de opinión, si traicionan los ideales por los que
votó, tener el derecho de cambiar el gobierno que lo traicionó y no cumplió.
La gente de este país fue siempre solidaria, amistosa y acogedora, ¿cuando
comenzamos a sospechar de nuestro vecino y a discriminarnos por el color de una
franela?, ¿Quien comenzó a instalar el odio en nuestros corazones? Ese que nos
impide recibir de nuevo a todos los arrepentidos de la revolución.
Los estudiantes, los periodistas, los sindicatos, los médicos y enfermeras, la
universidad, los medios de comunicación, los padres de familia, los enfermos,
los pequeños negocios. Todos están sufriendo por la escases de productos y
medicinas, por la falta de oportunidades, de insumos, de trabajo.
Pero sobre todo por no poder protestar, sin correr el riesgo de ser víctimas de
atropellos de las fuerzas del orden o de las bandas armadas gubernamentales. Si
no pregúntenle a los presos políticos, entre rejas y rápidamente olvidados por
intereses inconfesables.
Las calles de Venezuela están teñidas de rojo, no de franelas de ese color,
sino de la sangre derramada de manifestantes, de jóvenes, de hombres y mujeres
patriotas. Así como de los 200.000 ciudadano asesinados durante la “revolución
bonita”.
Eso duele en el corazón del venezolano. Por supuesto no interesa a los Castro, ni
a la Cristina Kirchner, ni a la OEA, ni a todos los países que se callan por
que reciben petróleo.
Tenemos que iniciar una autocrítica, esto que vivimos se inició por errores del
pasado y llegamos donde llagamos por los errores actuales.
Si queremos salir de esto, debemos presentar un modelo de país que garantice
igualdad de oportunidades sociales, donde cada ciudadano se sienta parte de un
proceso de desarrollo.
La oposición venezolana debe comenzar por significar una opción de integración
de todos los descontentos, vengan de donde vengan, todo venezolano debe sentir
que juntos tenemos futuro. Tendremos que aprender a superar la desconfianza y
el resentimiento.
No bastan buenas intenciones, hay que estar preparados, para los diversos
caminos. Los que piensan que una sola opción es posible, están fuera de la
realidad. Todo puede pasar, la salida será cuando coincidan una serie de
acontecimientos y realidades.
Existen varios caminos, evidentemente unos mejores que otros, unos más viables
o más humanos… pero deseos no son realidades. Lo que nosotros no hagamos otros
terminaran haciéndolo o reprimiéndolo.
El tiempo no es eterno, el descalabro es total e inminente, no estar preparados
es ser irresponsable, cuando se juega el futuro de una Nación.
El verdadero líder es el que tiene olfato, el que fiel a sus principios sabe
adaptarse a la realidad, con estrategias, atrayendo, respetando posiciones,
solidario, sincero, que reconoce la justa medida del esfuerzo común.
Ese líder, es el que estamos esperando.
Nelson Castellano-Hernandez
nelsoncastellano@hotmail.com
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