En los Estados Unidos, los
norteamericanos saben que su Presidente, Barack Obama, cuando le corresponde
tomar o autorizar una decisión de Estado, no la supedita exclusivamente al
costo político que le representa dicho procedimiento administrativo. Y eso
sucede, aun cuando en el alto gobierno existe plena conciencia de lo que
significa actuar, teniendo en la otra acera a una poderosa fuerza partidista
que le adversa, pero, además, a una sociedad organizada que no guardará
silencio, cuando le corresponda reaccionar. Amén, por supuesto, de una prensa
libre, plural, que, día a día, se pone a prueba ante sus destinatarios,
valiéndose del arte de saber transmitir la verdad de los hechos noticiosos,
como de las opiniones más disímiles y heterogéneas, cuando se trata de tratar
lo vivido, lo que se pudiera vivir y la conducta de sus gobernantes.
En otras palabras,
contrariamente a lo que se da, por ejemplo, en las entrañas del ámbito Chino,
Iraní, Cubano –por citar países referenciales que modelan conductas de consumo
doméstico- allí quien hace política, sabe cuánto cuesta moverse en ese complejo
mundo humano. Mejor dicho, cuánto se tiene que apostar, si es que se quiere
ganar reconocimientos, simpatías y respaldos. Y cómo es que cada funcionario
que jura cumplir y hacer cumplir las leyes, tiene que actuar, para que su
carrera política no se vea sometida a la vindicta pública, sin que también el
sometido a juicio popular pueda justificar su buen o mal comportamiento.
En Venezuela, en cambio,
después que un equipo de Gobierno permaneció catorce años haciendo lo que
quiso, como quiso y sin tener que preocuparse ni ocuparse de justificar
aciertos o desaciertos, ha decidido su prolongación apoyada en una especie de
entrega de relevo administrativo. Y cuando el grupo sucesor en una reedición
casi absoluta de su antecesor insiste en actuar sin que dicho desempeño proceda
a los fines de esa necesaria valoración popular, se plantea una especie de
quietismo funcional, debido a que, antes que actuar, primero hay que saber si
dar o no el paso que exige la realidad que se vive, equivale a mucho o poco
costo para la figura del Presidente de la República. En otras palabras, si
actuar como Jefe de Estado erosiona o fortalece la imagen del máximo líder
gubernamental. ¿Y mientras tanto, qué?.
Mientras tanto, de lo que se
ocupa la trilogía partido-Gobierno-Estado, es de tratar de impedir que el
movimiento telúrico en el que se les ha convertido la exclusión del equipo
gubernamental de uno de sus estrategas ideológicos, es decir, Jorge Giordani,
no se les termine de convertir en la experiencia histórica que ya han vivido
incontables veces, las organizaciones partidistas más antiguas del país: en una
división; en una fractura de la base que ayer adoró y siguió fanáticamente al
mentor Hugo Chávez Frías, pero que hoy no termina siquiera de construir un solo
suspiro por la figura del llamado nuevo líder del Socialismo Revolucionario del
Siglo XXI.
El grupo que insiste en
mantenerse en los tres estadios básicos para el control del poder, sabe
perfectamente que la división es inevitable. Y que no tendrá otra alternativa
que convivir con los “traidores” a los se les ha obligado a vivir en casa
ajena, por haber cometido la herejía de practicar el disentimiento como fórmula
de salvación de su derecho a seguir avanzando en el propósito originario. Pero
lo que para quienes no tienen otra opción de celebrar lo que Giordani y sus
defensores han dicho, como tratar de
interpretar lo que, por su parte, insisten en divulgar quienes defienden la
imagen, pensamiento y reclamo del defenestrado burócrata, es cuánto tiempo más hay
que esperar para que alguien de ocupe de decidir.
En otras palabras, de hacerle
sentir a la ciudadanía que gobernar no equivale solamente a crear “Brigadas”
para enfrentar a los ciudadanos que reclaman solución para sus problemas;
convertir a los ciudadanos de uniforme en activistas partidistas, aun cuando la
Constitución precisa que eso no puede ni debe ser; o que de cada agravamiento
de cualquier ya complejo problema, la responsabilidad recae en figuras
fantasmagóricas, a decir de las múltiples estrategias propagandísticas de
eterna vida, aunque de utilidad cada vez menos cierta.
A quien ahora denominan
dentro y fuera del país como el nuevo
zar de la economía, es decir, al multiburocratizado Rafael Ramírez , le
correspondería alzar la voz y reclamar atención, si es que, realmente, ha
recibido la encomienda de ocuparse de evitar que sigan avanzado a sus anchas,
los desequilibrios macroeconómicos y los desajustes microeconómicos o
sectoriales que han engendrado el nuevo cuadro recesivo que registra la economía
venezolana. Sin embargo, lo que para quien lo hecho en materia económica
en 15 años ha sido realmente “exitoso”,
ahora pareciera estar también en el juego de las sucesiones, y con tanta fuerza
que ha logrado consolidar un “ramirizmo”, mientras lo pone sobre la mesa de las
negociaciones. Y por lo que, a su vez, ha provocado el natural surgimiento de
los que se oponen a las pretensiones de quien es el único que sabe si en
Venezuela hay o no dinero para salir del atolladero en el que se encuentra la nación.
¿Y mientras tanto qué?.
Lo cierto es que mientras se
despide el primer semestre del 2014, rodeado de una escasez de dimensiones
nunca vistas, una inflación que no termina de crecer, un desempleo que crece y
crece, a pesar de las reflexiones numéricas de los voceros del Instituto
Nacional de Estadísticas, el juicio valorador de que “algo se está haciendo”,
se asocia con el descenso del riesgo país, la garantía gubernamental de que no
va a dejar de honrar sus obligaciones de pago de los bonos soberanos, y que de
los 15.000 millones de dólares que se le adeuda a la empresa privada, ya se han
cancelado unos 2.000.
Pero eso no termina de
impedir que las protestas se multipliquen, los reclamos se agudicen y, desde
luego, que aparezca una sola persona con voz propia y autonomía conceptual para
exponerlo, y que diga que los venideros seis meses serán menos complicados en
el orden político, económico y social. Y eso sucede porque desde el Gobierno,
lo único que se transmite con acierto es la impresión de que, internamente, no
hay organicidad, coherencia procedimental, autonomía gerencial, y verdadera
capacidad profesional para que la imagen presidencial se fortalezca. Mejor
dicho, que al no saber ni poder impedir “desgaste de la imagen del Presidente”,
ni mucho menos mejorarla, todo se difiere, nada se decide, aunque el país se
hunda con sus habitantes adentro.
El país necesita transitar
por un camino responsablemente definido, en respuesta a objetivos precisos y
metas ciertas. Y ese inmenso compromiso histórico pareciera no existir en la
mente de quienes, desde hace doce meses, han convertido el ejercicio del poder
en una especie de hacer por hacer, en respuesta a un diseño cuyo papel carbón
sigue siendo el rentismo petrolero. Agotado el ingreso, mientras ata
expectativas a lo que ahora pueda suceder con Iraq y su particular negocio
petrolero, todo se convierte en un recurso de vida efímera. Y vivir de sueños cuando se conduce a casi 30
millones de personas que no ocultan su incomodidad ante el cuadro de limitaciones
con los que se les obliga a vivir, es contradictorio con la exigencia de un mayor
pragmatismo político a quienes gobiernan; no titubeos ante la obligación
de apostar con fuerza y decisión, si se quiere ganar.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
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