La salida de Giordani no va a generar un terremoto en el PSUV. No es una
causa sino una de las muchas
consecuencias que la erupción de los enfrentamientos por el control del coroto
está produciendo. Un cruce de golpes que, como en las sombras chinas, se puede
ver en su proyección sin estar necesariamente mirando los movimientos reales.
La significación concreta de su salida no sorprende . Ratifica lo que
parece ser una ley de las revoluciones
basadas o emparentadas con el marxismo: comienzan como el asalto al cielo y
terminan como la bajada al infierno. Se
vuelve a repetir la eterna historia de los revolucionarios engullidos por su
revolución. Pero en la letra chiquita de su nombrada carta, Giordani deja en
claro que este proceso entró en la fase de convertir en opositores hasta a sus
propios partidarios. ¿Síntoma terminal?
El monje pasará a ser un pretexto para aplastar a los críticos y para
descalificar los descontentos que están creciendo dentro del PSUV y en los sectores sociales que han sido la
base de apoyo del proceso. Pero lo más
importante será que, al achacarle todos los errores y fracasos asociados a la
gestión gubernamental durante el último año, Giordani será usado para
justificar el viraje económico que Maduro consideraba inevitable, pero que no
se atrevía a dar. Ahora fabricaron un traidor, sin fuerza interna, al cual van
a echar por la borda junto con ciertos aspectos del proyecto chavista original.
¿Se pondrá más rojo el descontento interno?
Giordani también servirá de mampara para seguir ocultando al gran responsable de la catástrofe. La experiencia venezolana, a diferencia de los procesos en Rusia, China, Cuba o Vietnam, no tiene épica y se inició a partir de una victoria electoral. Chávez ignoró esta distinción por lo que el absoluto control del Estado y la estatización de la economía sólo condujeron a destruir el aparato productivo, restringir los derechos de los trabajadores y rodear tanto de privilegios como de impunidades a la alta burocracia y a la boliburguesía.
El fracaso de los delirios revolucionarios no tiene fondo. Tal vez ya al
gobierno no le quede sino el recurso desesperado de cambiar el modelo para que
lo fundamental siga igual: aprovecharse del usufructo del poder y luchar, por
todos los medios posibles, para mantenerlo.
El sector pragmático del gobierno sabe que el modelo chino es un espejismo
porque en la situación de Venezuela no se puede pensar en la liberalización de
la economía a cambio de cerrar la sociedad mediante una acentuación del
ejercicio autocrático del poder. Es una salida con plomo en el ala, aún si la
aceptaran una parte gruesa de los empresarios.
Los
fracasos también buscan el momento de pasan factura. La línea de contención de
la fuga de apoyo gubernamental está en torno al 30% y con fisuras que pueden desmoronar aún esa
cifra. Paradójicamente la aplicación del
paquete rojo pudiera crear condiciones para mejorar hacia finales
del año próximo la valoración del gobierno. Aun así es cuesta arriba que el
gobierno evite que se aplique la máxima gramsciana que tanto invocaba Chávez:
los quince años se niegan a morir y su alternativa tiene dificultades para
nacer. El tic tac de los cambios va en aumento.
La crisis que estamos viviendo no es una contingencia marginal. La
necesidad de ponerle fin al empeoramiento de la situación ha pasado a ser un
anhelo de toda la población. Ya no es un tema para clasificar a partidarios del
gobierno o de la oposición. Es un objetivo de sobrevivencia de país.
La masa está en el punto para moldear otro proyecto nacional. La gran
pregunta es si las fuerzas de oposición van a operar como aceleradores de una
nueva conciencia democrática y progresista, si sabrán dar los pasos para
construir una hegemonía inclusiva.
¿Podrán?
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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