Los órganos de justicia no pueden ser un pelotón de
fusilamiento contra quienes disienten de un régimen. Tal cosa está sucediendo
en Venezuela. Leopoldo López es el ejemplo más reciente al igual que Enzo
Scarano y Daniel Ceballos.
Justicia a la carta de acuerdo a los intereses del
régimen que no tolera la disidencia; procesos judiciales tendenciosos y al
margen del debido proceso están a la orden del día en el país.
Todos estamos bajo sospecha y se acabó el principio
de presunción de inocencia. Quienes son llevados al banquillo de un proceso
judicial, ya no deberán demostrar que son inocentes, sino más bien demostrar
que no son culpables.
Este régimen es capaz de todo, desde obligar a un
señor mayor como Teodoro Petkoff a presentarse semanalmente ante los
tribunales, hasta mantener encarcelado a un niño como Marco Coello, quien
apenas cumplió la mayoría de edad estando preso. A María Corina la montaron en
la tesis de un magnicidio, para que corra igual suerte que López.
En Venezuela el régimen chavista, queriendo ser más
papista que el Papa, dividió el Estado en cinco poderes: Los tres clásicos de
la teoría democrática: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, más el Electoral y el
Moral Republicano. Esas funciones siempre habían existido y funcionado, pero
ahora le dieron “cache”, para destrozar con los pies lo que hicieron con las
manos; desarrollan la doctrina de la “función única del Estado” o algo
parecido, que se reduce a que la lucha centenaria de sociedades, la cual
incluye momentos trascendentes como la Revolución Francesa, la Independencia de
los EEUU y la de las Repúblicas Hispanoamericanas, sencillamente, se deja para
los discursos pero no se cumple. Simplemente en Venezuela no hay funcionamiento
autónomo de los poderes, sin lo cual no puede sobrevivir una democracia.
Tenemos una Administración Pública que dirige y
ordena absolutamente todo, desde Miraflores, asiento del Poder Ejecutivo o,
según algunos, desde La Habana. Observamos magistrados coreando consignas
partidistas cual barras de mítines de pueblo.
La Asamblea Nacional ha presentado los mejores
espectáculos de sumisión y banalidad. Vivimos en una involución que nos coloca
a la altura de las sociedades menos desarrolladas institucionalmente con el
agravante que ese entuerto no se compensa con calidad de vida, ya que estamos
sumidos en un mar de inseguridad, escasez, servicios públicos inexistentes y
pare de contar.
Así que los historiadores del futuro tendrán mucha
tela que cortar y, especialmente, para analizar como realmente llegamos a este
nivel y como nos costará salir, que aún no sabemos, dada la enorme
descomposición institucional de Venezuela, atrapada en un régimen más que
totalitario, absolutista imposible de imaginar. Bajo tales premisas, aquí no
hay una democracia, hay un espejismo democrático aplastado por una realidad que
cada vez se dibuja más como una dictadura, con todos los poderes públicos, cada
vez con menor rubor, al servicio de un poder político, hegemónico, excluyente,
intolerante, en fraude a la Constitución, las Leyes, derechos y garantías
ciudadanas.
Omar Avila
oavila1973@gmail.com
@omaravila2010
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