Ubicando algunas pistas…
La caída del muro de
Berlín hundió al socialismo de Estado, y a ciertos tipos de sociedades
autoritarias, pero ha terminado por liquidar al resto de la izquierda europea.
“La socialdemocracia a su interior sonreía pensando que desaparecería un
adversario estratégico”. Grave error porque ahora solo quedan partidos de
derecha, de centro derecha y de centro izquierda”, todos ellos dedicados
diligentemente a “gestionar el capitalismo-financiero, a hacerlo eficiente”. Y
el rechazo a estas posiciones se ha reducido en “fuerzas fundamentalistas,
nacionalistas y antiinmigrantes”.
Observamos con pena como Zapatero en España, y Obama en EE UU, en el
pasado reciente supuestos gobernantes de la izquierda democrática, fueron
obligados a tranquilizar los mercados financieros”
Una acotación
necesaria.
Los partidos siguen
siendo las organizaciones político-sociales que resumen la mejor forma de
integración y representación de la voluntad de los ciudadanos en las
democracias modernas, pese a todas las críticas y evidentes fracasos. Partidos
y organizaciones políticas son un imperativo para las democracias. Ellas
requieren de partidos políticos fuertes, sólidos y programáticos. A ellos les
tocan por un largo tramo el rol de intermediarios entre la sociedad en su
conjunto y el Estado, deben estar enraizados en la familia, representando los
intereses más variados y complejos de sus concernientes sociedades. Procesos y
movimientos políticos alternativos a los partidos pueden ser inevitables en
ciertos ciclos de complejidad histórica pero, a largo plazo, debilitan los
elementos constitutivos del intento de reforzar la tarea de las democracias,
que es el fin tan ambicionado por todos.
Un análisis
descarnado sobre el actual estado de los partidos políticos en el país nos
traza algunas interrogantes: ¿qué clase de partidos u organizaciones políticas
se necesitan?, ¿cómo establecer sus niveles de democracia interna y externa?
¿Desde dónde se puedan evaluar a estos referentes políticos?, ¿cómo son
asumidas estas organizaciones políticas por la sociedad actual?, (léase hemos
observado en los eventos recientes con asombro el nivel de recelo frente a
ellos de los jóvenes estudiantes), ¿cómo se modernizaran los cuadros políticos
y las ofertas programáticas para que vayan más allá de la asfixiante coyuntura
política y/o electoral? Por otro lado: ¿cómo se explica la dispersión política
actual, la división, las deserciones, y la fragmentación de las organizaciones?
En algunos países de
América Latina, los partidos políticos casi han desaparecido. En otros, se
encuentran en un sopor permanente, o se debaten en un mar de corrupción y del
extravío de la intuición para el abordaje le la complejidad político-social,
vienen siendo desalojados por liderazgos personalistas, mediáticos o
caudillismos mesiánicos. Esta situación no escapa a la apreciación de la
ciudadanía, según lo señalan estudios de opinión pública realizados tanto a
nivel nacional como regional, los cuales ubican a la política y a los partidos
políticos en los índices más bajos de aceptación social. En todo caso, el tipo
de preguntas que suelen aplicarse en esas indagaciones confirman algunas
tendencias a situarlos como apéndices casi ajenos a la sociedad. Una de las
grandes dificultades consiste precisamente en entender el éxito o el fracaso de
los partidos como parte de la expresión de las realidades sociopolíticas. Esta
premisa es básica para aproximarnos al escrutinio de los mismos.
Una de las
interpretaciones presente, que nos convoca a acercarnos a este llamado de
sectores autodenominados progresistas, nos entronca con los análisis de otros
países que es la pérdida de identidad de izquierda de los propios partidos que
ostentan ese nombre. (Sinopsis de la reflexión de la Fundación Friedrich Eber y
compilado por los investigadores, Yesko Quiroga y Jaime Ensigna).
Investigaciones
similares se realizaron en el caso de Brasil. El denso estudio de Iole Ilíada
López muestra que la legitimidad de una propuesta de izquierda debería verse
reforzada por una premisa mundial donde la "muerte de la dictadura del
mercado" (en palabras de Sarkozy) se corresponda con una revalorización de
la política. Sin embargo, esta distintiva dinámica encuentra a una izquierda
debilitada por el colapso del socialismo real; adaptada al orden vigente
(resignada a la imposibilidad de superarlo); y en algunos casos, ella misma
protagonista de la implantación de un orden neoliberal. En palabras de Iole, y
utilizando una expresión de Saramago: quien consiga interpretar mejor lo que
está pasando y formule las mejores salidas políticas para la construcción de un
nuevo orden alternativo, podrá responder más adecuadamente a la pregunta:
¿dónde está la izquierda?
Pero no son sólo las fragilidades
de la izquierda afectan su legitimidad como portadora de un proyecto histórico
alternativo. Lo son también los cambios en la estructura social que redujeron
el poder de movilización y organización de los movimientos populares, al tiempo
que aumentaron la pobreza y la desigualdad que refuerza el pensamiento
conservador. Todo ello ha tenido un devastador impacto sobre la credibilidad de
la política misma y su capacidad para transformar la sociedad.
En Venezuela la
situación no es diferente. De hecho las fuerzas populares y progresistas
enfrentan el "problema de la construcción de una subjetividad política
organizada" capaz de articular una voluntad de cambio "desde
abajo" con "la existencia de una difusa demanda de nuevos rumbos en
una sociedad que colocó en interrogación su propia continuidad como comunidad
política".
Pero no son sólo las
debilidades de la izquierda las que alteran su legitimidad como portadora de un
proyecto histórico alternativo. Lo son también los cambios en la estructura
social que por la vía de la coaptación (véase caso Venezuela) de quienes con
vasto apoyo popular, en una paradoja comienzan a reducir el poder de
movilización y organización de los movimientos populares, al tiempo que aumenta
la pobreza y la desigualdad reforzando en el país el pensamiento conservador.
Todo esto ha impactado sobre la fe de la política misma y su capacidad para
transformar la sociedad.
El riesgo es la
indiferenciación ideológica (como se deduce de la experiencia europea de
gobiernos "socialdemócratas" que más parecen haber alimentado a las
derechas que reproducido y ampliado las posibilidades de la propia izquierda) y
por ello la tesis del programa y la ideología se constituye en un argumento
central.
En su trabajo sobre
Argentina, Mocca ha señalado: "la política de la que el progresismo tiene
que hacerse cargo no es la de la administración meticulosa y burocrática de una
"cosa pública" preestablecida, sino de sujetos capaces de construirla,
expresar las diferencias y generar rumbos". Por oposición, en el caso
argentino la situación fluctúa, según él, entre "situaciones de consenso
generalizado en las que todos los actores parecen querer lo mismo y discuten la
forma de llevar eso que quieren a la práctica, a explosiones inorgánicas de
conflictos muchas veces planteados en términos inconciliables y
terminales". Ello genera un clima antipolítico y la indiferenciación
ideológica que mina sordamente la legitimidad de los partidos.
Pero, ¿cuáles serían
los componentes centrales en el país de un proyecto progresista? De acuerdo al
análisis clásico de los autores concurrirían dispositivos medulares: tales como
la recuperación de la soberanía nacional, la ampliación de la democracia y el
restablecimiento del Estado, así como la definición de "reformas
estructurales que combinen crecimiento económico con transferencia de riqueza,
ingresos y poder para los trabajadores los
jóvenes y los sectores medios".
El desafío de la
construcción de una fuerza progresista o de izquierda democrática, capaz de
convertir el impulso de estrategias alternativas al modelo liberal, como a la
izquierda anacrónica en una acción política consistente y duradera, enfrenta
enormes complejidades. Existe una difundida coincidencia tanto en la teoría
como entre los propios actores políticos acerca de la pérdida de liderazgo de
los partidos políticos en las sociedades democráticas contemporáneas.
La erosión de las
grandes identidades sociales que soportaron los cambios en la organización de
la producción; el debilitamiento de las capacidades de los estados nacionales
en el contexto de la globalización; el nuevo clima cultural signado por el
individualismo y la creciente incertidumbre; el territorio social esencial
alcanzado por los medios masivos de comunicación; y, por fin, el
desmoronamiento del mundo de la guerra fría, con el consiguiente final de
alineamientos en torno a dos grandes polos ideológicos; constituyen el ambiente
en el que se han diluido los grandes partidos de masa y se ha transfigurado en
general el rol de los partidos en la democracia.
Esta afirmación
tendría que enmarcarse en un debate que podría ser histórico en nuestro país,
acerca de qué es lo que entendemos por una fuerza de izquierda. “El mundo
teórico y político ha adoptado mayoritariamente la definición de Norberto
Bobbio según la cual el proyecto de igualdad es la "estrella polar"
de la izquierda. En tanto que para la derecha, las desigualdades y el espacio
para su libre manifestación son la condición para la competencia económica,
siendo ésta sustancial para el progreso de las sociedades. La izquierda, a su
vez, considera trascendente un cuerpo de derechos económicos, políticos,
culturales y sociales sin los cuales es inconcebible la vida en común y mucho
menos la democracia”.
Para que esta
definición no quede suspendida en el vacío de los recintos teóricos al margen
de la historia, hay que incorporarle el hecho de que esa complejidad valorativa
tomó cuerpo históricamente a través de actores sociales y de formas
político-estatales concretas. Fueron los grandes partidos socialistas y
socialdemócratas expresivos de grandes masas de trabajadores, los que
constituyeron el soporte político del estado democrático-social europeo de la
segunda posguerra; seguramente el más alto logro real de las fuerzas de
izquierda. Es decir, ella como presupuesto es algo más que una declaración de
principios subjetiva, favorable al establecimiento de condiciones igualitarias:
es la historia viva de fuerzas sociales que han hecho suya esa reivindicación y
la han convertido en una presencia ineludible en las sociedades democráticas.
Entonces, no es suficiente buscar a la izquierda en programas y declaraciones.
Solamente puede encontrársela con todas sus insuficiencias y contradicciones en
la historia de las luchas de un pueblo.
En suma, puede
hablarse de una variedad de actitudes y relaciones para con el gobierno, por
parte de las organizaciones sociales populares. Sin embargo, hay que poner de
relieve dos cuestiones importantes: la primera, es que los 15 años de el
régimen chavista mas allá se sus exiguos logros han sido de activación de los
sectores populares, después de más de unas décadas en la que estos ocupaban
espacios fronterizos en nuestra realidad política a; la segunda es que, en
correspondencia, se ha creado una dinámica de relaciones entre actores sociales
y Estado totalmente antagónica a la que primó en los años anteriores. La
realidad de este tiempo y específicamente la de los últimos meses, señala la
extraordinaria importancia de esta cuestión.
La crisis de 1998
significó un grave deterioro de las mediaciones institucionales,
particularmente de los partidos políticos. En esas condiciones han proliferado
iniciativas de "autoconvocatoria" en distintos sectores sociales. Es
decir, movilizaciones de colectivos sociales al margen de toda mediación
orgánica.
El principal déficit
de la política y los nuestros políticos está en la manifiesta incapacidad
mostrada para establecer proyectos y metas políticas alternativas claramente
formuladas. La participación ciudadana en política suele estar movilizada por
la sensación de que está en juego algo indiscutiblemente importante, que no
concierne a todos. Durante los últimos meses vivimos una etapa de convulsionada
activación política con pocos antecedentes cercanos. Aliados y opositores a las
políticas, en materia de inseguridad, servicios públicos, abastecimiento,
corrupción, en conclusión una severa crisis económica asociada al tratamiento
arrogante represivo frente a las protestas estudiantiles impulsada por el
gobierno Bifronte, Maduro-Diosdado, que además revelo que se les resienten las
calles que se enunciaron de una u otra manera. Pero hay que destacar el hecho
de que el conflicto solo ha girado en torno a dirigentes estudiantiles y una
que otra figura y que los partidos políticos aparecieran en un plano
secundario, desnuda con crudeza el problema de ausencias de los mismos.
Nuestra escena
política oscila desde situaciones de búsqueda de consenso general, en las que
todos los “actores” parecen querer lo mismo y contienden por la forma de
llevarse a cabo, hasta la práctica de estallidos y conflictos, planteados
muchas veces en términos irreconciliables y extremos. Ese oscilar
particularmente en su fase intensa y polar tiene un efecto devastador por la vulnerabilidad
del sistema político y tienden a bloquear las salidas a un ya recurrente clima
de ingobernabilidad.
En distintas voces,
estamos diciendo que la política de partidos está haciendo falta, y es el gran
desafío del progresismo que apuesta hacerse cargo.
El sistema de
partidos del Dios nuestro de cada día sigue careciendo de ese clivaje ordenador
y mensajero de sentido. Sin embargo, es necesario reconocer que el descamino
del gobierno fue y es un aporte
importante en la dirección de donde debe apuntar con claridad una propuesta
programática. La intuición nos enseña que en el país y en la región (y creemos
que en todo el mundo) se están modificando certezas que abarcaron más de tres
décadas desde que progresivamente el capitalismo fordista y keynesiano de la
segunda posguerra fue desplazado por la globalización neoliberal hegemonizada
por el capital financiero y es uno de los méritos indiscutible del Chavismo. No
sabemos si razonablemente esa intuición fue inicialmente acompañada por el
impulso de un reagrupamiento de fuerzas políticas entre ellas las conservadoras
que atacaron ferozmente a los partidos, disolviendo la poca o mucha civilidad
que residía en ellos, esos factores podrían ser genéricamente llamados "tardo-desarrollistas".
Una gran prueba que
deberán rendir los partidos populares en nuestra región y con especial énfasis
en el país es la de exigir mas allá de la retórica aferente la articulación de
sus políticas para la reducción de los daños sociales que ya soportan los
países latinoamericanos y especialmente en el nuestro. El MERCOSUR, la UNASUR
el CELAC y otras instancias integradoras y cooperativas deberán ser actores
medulares para establecer el modo de
avanzar con fuerza en el concierto mundial. Preciso será franquear todos
los riesgos que tiene el contexto, pero también es cierto que las grandes
fuerzas políticas que dieron giro copernicano a la historia surgieron y se
desplegaron en tiempos turbulentos. Existen muchos indicios de que no estamos
ante una tormenta pasajera sino ante un cambio épocal, cara la declinación de
un modo de desarrollo capitalismo-financiero que no consiste solamente en las
reglas del funcionamiento económico sino en una cultura de las relaciones
humanas y de las relaciones con el entorno natural.
La izquierda en su
vertiente progresista tiene sentido porque presupone siempre un proyecto
transformador. Y la época está exigiendo un proyecto de cambio evolutivo. No lo
encontraremos en los dogmas ya transitados y malogrados. No estamos obligados a buscarlo tampoco en la exclusividad de una
tradición o de una identidad polític específica. Son tiempos de aprendizaje
intelectual e espiritual, de arrojo y de creatividad. En la lastimada República
Bolivariana de Venezuela, tenemos que constituir un nuevo sujeto político de
izquierda democrática en tiempos de enormes transformaciones a escala nacional,
regional y mundial.
Pedro R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5
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