"Se
comienza rompiendo libros y se termina matando gente"
Mario
Vargas Llosa, Bogotá, 5 de mayo de 2014
1
El 10 de mayo de 1933, hace exactamente 79
años, los nazis escenificaron el ensayo
general de lo que una década después sería el más horrendo de los genocidios
conocidos en la historia de la humanidad, el llamado Holocausto: por orden del
NSDAP, el partido nacionalsocialista que hacía unos meses había asaltado el
poder de la mano de su líder Adolf Hitler, y bajo la instigación directa del
ministro de propaganda Joseph Goebbels se amontonaron 40 mil volúmenes en el
centro de la plaza August Bebel, así nombrada en honor del líder de la
socialdemocracia alemana, en Berlín, la capital del Reich, para encender una
gigantesca fogata. Se lanzaba a la hoguera, metafóricamente, a lo mejor del
espíritu y la cultura alemanas: no sólo
las obras de Carlos Marx y Federico Engels, de Rosa Luxemburg y Karl
Liebknecht, sino también de grandes novelistas, dramaturgos y poetas alemanes,
como Thomas Mann, Hermann Hesse, Franz Kafka, Bertolt Brecht o Heinrich Heine,
quien en 1817, en una siniestra premonición de lo que le esperaba a su amada
Alemania un siglo más tarde, escribiese: “Eso sólo fue un preludio, ahí en
donde se queman libros, también se termina quemando seres humanos” ("Das
war ein Vorspiel nur, dort wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch
Menschen").
Nada casual que al día siguiente de su
apoteósica despedida de Caracas, en donde su incondicional respaldo a las
luchas por la libertad llevadas a cabo por el estudiantado venezolano al costo
de 41 asesinatos, cientos de heridos y miles de prisioneros causara conmoción,
un fanático de la extrema izquierda colombiana – “Ud parece un personaje
escapado de la Historia de Mayta” le dijo entre sarcástico y sorprendido el
Nobel peruano, refiriéndose a la novela que le dedicara a Alejandro Mayta, el
violento dirigente trotskista de la izquierda revolucionaria peruana – luego de
imprecarlo destrozara una de sus novelas con similar saña a la empleada por los
guerrilleros de las FARC para descuartizar a sus víctimas. Ni de que a pocas
horas de que El País, de España, publicara su encomiástico artículo Estudiantes, reproducido este domingo en El
Nacional, de Caracas
(http://www.el-nacional.com/opinion/estudiantes_0_402559867.html) los
motorizados y fuertemente armados colectivos bolivarianos, suerte de versión
tropical y barbarizada de las Tropas de Asalto (Sturm Abteilung) del nazismo
alemán asaltaran, robaran, saquearan e incendiaran la Universidad Fermín Toro,
en Barquisimeto, Estado Lara. Se comienza incendiando universidades, se termina
incinerando pueblos enteros.
Decididos a ahorrarse el trabajo de
seleccionar las obras destinadas por el Goebbels venezolano a la hoguera – cabe
suponer al ministro de interior y justicia a cargo de tales tropas de asalto
tan analfabeta como sus esbirros parapoliciales – optaron sus secuaces por incendiar
la biblioteca entera. Y no conforme con la biblioteca, llevaron la barbarie,
suficientemente exponenciada por el odio, el rencor, la cobardía y el miedo a
incendiar la universidad entera. De extraer las consecuencias de la fogata de
la Plaza Bebel y siguiendo al pié de la letra a Heinrich Heine, bien podríamos
estar a las puertas de matanzas orgiásticas y hornos crematorios a la moda de
Himmler y de Eichmann. Provoca escribir un ensayo: Auschwitz en Caracas.
2
La
inmensa gravedad de estos actos de vandalismo hitleriano, castrocomunista y
genocida debiera llamar a una profunda reflexión a todos los sectores
democráticos de Venezuela. Y en primer lugar a quienes desconocen o minimizan
la profundidad de la crisis social y la extrema gravedad de la circunstancia a
futuro creyendo posible sentarse de buena fe a dialogar con los promotores de
este terror de Estado pensando que mediante el uso de la palabra y las buenas
razones podrán apagar el fuego que anima a los miembros de la Nomenklatura
castrocomunista que nos desgobierna y convencer a los pirómanos del régimen de
deponer sus armas, renunciar a sus postulados totalitarios y volver al redil de
la Constitución, las Leyes y la convivencia democrática. Hombres educados y
cultos, como los que dirigen la Mesa de Unidad Democrática ¿pueden desconocer
las terribles enseñanzas de la historia que nos demuestran que el delirio
revolucionario, sea nacionalsocialista o sea marxista leninista, no amaina en
mesas de negociaciones sino sólo y estrictamente al fragor de la presión
incontenible del furor y la indignación popular, incluso de la guerra? ¿Son
incapaces de comprender que ni Pérez Jiménez ni Augusto Pinochet usaron
esbirros paramilitares para incendiar universidades que se les oponían? ¿Están
intelectualmente incapacitados para comprender las profundas, estructurales,
sustanciales diferencias entre una dictadura totalitaria de signo
castrocomunista y una dictadura militar de sesgo comisarial, dispuesta a dejar
el Poder una vez cumplida su tarea de recomponer la sociedad quebrantada por el
asalto de la subversión?
Sería criminal de mi parte exonerar de
responsabilidad en las graves violaciones a los Derechos Humanos a esos
siniestros dictadores del pasado. Pero sólo la supina ignorancia puede
desconocer que Pinochet entregó una República y un Estado saneados y debió
abandonar el Poder cuando en Chile izquierdas y derechas, incluso sus
compañeros de armas – unas fuerzas armadas disciplinadas, verticales e
impermeables al virus del castro comunismo, la corrupción y el narcotráfico
- comprendieron que su permanencia iba
contra los designios de la historia y boicoteaba el posterior desarrollo de la
prosperidad que él mismo había encauzado. ¿Es imposible que comprendan que Pérez
Jiménez no dejó una Venezuela devastada, sino una Venezuela enrumbada hacia la
prosperidad, el progreso y la modernización? Tanto Pinochet como los restantes
autócratas militares del Cono Sur y los dictadores de la talla de Pérez Jiménez
no dejaron tras de si un terreno arrasado. Ni montaron el aparataje que les
permitiera sobrevivirse a sí mismos, como lo ha hecho Fidel Castro en Cuba. Él,
no Pinochet, es el punto de referencia y
comparación que debiera servirnos de modelo justificatorio.
Sobran pues las razones que legitiman las
acciones de nuestros jóvenes, como lo resaltara merecidamente el Nobel peruano
Mario Vargas Llosa, y ofenden la incomprensión e incluso la mala fe con que
parte de nuestra Intelligentzia agota el léxico en busca de términos ofensivos,
degradantes y escarnecedores para descalificar a quienes han tenido la hombría,
la grandeza y el coraje de enfrentarse a pecho descubierto al neofascismo
imperante. Usemos el lenguaje con la grandeza que nos permite la cultura que poseemos:
no están apurados: están urgidos. Comprenden la circunstancia mejor de lo que
parece comprenderla la élite. Es el tiempo que apremia, el tiempo que urge, el
tiempo que resta, como lo plantean las epístolas paulinas. Pues la barbarie no
pierde su tiempo. Ya comienza a incendiar universidades. Dios quiera que no
continúen incendiando periódicos. Y debamos arrepentirnos por nuestra
inconsciencia.
3
La necesidad de unir todos nuestros
esfuerzos para impedir que la barbarie continúe su faena devastadora es nuestro
mayor apremio. Unirnos cuanto antes y blindar los propósitos que el momento nos
plantea. Esa unidad no puede someterse a los planes entronizadores del régimen
ni seguir sus aviesas manipulaciones electoreras. Es sencillamente criminal dar
por buenas las decisiones con que el neofascismo reinante destituye y encarcela
a nuestros alcaldes y dirigentes políticos y seguir sorda y ciegamente la ruta
que se nos impone a la espera de que por efecto del espíritu santo el régimen
se desmorone. Cada día, cada hora, cada segundo que pase este régimen empujando
al naufragio y desintegración de la Patria es un día, una hora, un segundo
perdidos de nuestra historia.
Las razones de la urgencia están a la vista:
mientras el régimen llama al diálogo y a la paz: persigue, reprime, hiere,
encarcela, asesina. Y lanza a sus perros de presa al ataque de nuestras
sagradas instituciones académicas. En el colmo de su bárbara incultura, cree
que incendiando universidades aplaca el espíritu de combate de los jóvenes
universitarios. Más criminal aún sería permitirles que vayan un paso más allá e
incendien universidades colmadas de estudiantes. El talante de la criminalidad
gobernante permite imaginarse un terror semejante. Son nazis. ¿Alguien lo duda?
Las vías de las fuerzas democráticas parecen
irremediablemente bifurcadas. Las dirigencias de los partidos políticos que
hacen vida en la MUD parecen dispuestas a agotar el camino del diálogo, el
entendimiento e incluso la cohabitación. A cualquier precio: el costo ya
asciende a 41 asesinatos, cientos de heridos, miles de presos políticos y la
creciente devastación del tejido social venezolano. Suponemos que lo hacen
seguras de que tarde o temprano el régimen se desmoronará por efecto de sus
problemas y contradicciones internas. Y de que producido el descalabro se
llamará a elecciones y se resolverá el problema.
Las fuerzas de la Resistencia, entretanto,
convencidas de lo ilusorio de tales espejismos, demuestran con hechos
irrebatibles que sólo la acción callejera, la demostración de una inequívoca
voluntad de lucha y la decisión de acorralar al régimen empujándolo al
desprecio internacional, acelerando sus contradicciones internas, pueden no
sólo cambiar la correlación de fuerzas – como en efecto está sucediendo a favor
de las fuerzas democráticas – sino precipitar la toma de conciencia entre
quienes más temprano que tarde tendrán que optar entre amparar una satrapía que
traiciona los más sagrados principios de nuestra Patria o ponerse de lado de la
voluntad libertaria de nuestro pueblo.
El desiderátum sería reunir ambas vías y conformar un bloque de Poder que, así soldado, sería invencible. Debe ser nuestra meta. Entre tanto, la Resistencia debiera unirse y mostrar un solo frente de combate que cobije a los nuevos liderazgos, los partidos y movimientos sociales decididos a enfrentar y derrotar a la dictadura. Es la tarea que debieran asumir y resolver al más corto plazo estudiantes, trabajadores, profesionales, pueblo en general. Y las tres figuras más destacadas del momento histórico que vivimos: Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma. Que Dios los ilumine
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