La traducción al inglés de Le capital
au XXIe siècle [Capital in the Twenty-First Century], un mamotreto de 696
páginas del economista francés Thomas Piketty, está agotada y asombrosamente es
hoy el libro más vendido en Estados Unidos.
Según las reseñas, la
escritura es de primera y, dado que no hay tantos economistas especializados en
Estados Unidos para crear un best-seller, mi apuesta es que un lego como yo
podrá leerlo con provecho. Por eso lo pedí. No sé quién adquirió los derechos
para la traducción al español, pero da envidia.
No es raro que la
publicación en inglés haya sido la prueba de fuego para el libro de Piketty,
pues es en este idioma en el que se ha concentrado el pensamiento económico más
influyente desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Asegura una pléyade de
gurús americanos, sobre todo de centro izquierda —entre ellos Paul Krugman y
Joseph Stiglitz, aunque sorprendentemente también la revista The Economist y el
principal comentarista económico del Financial Times, no así The Wall Street
Journal—, que se trata de un libro crucial. Su sesgo historicista amenaza con
revivir la noción de “economía política” de los tiempos de Marx y de David
Ricardo, desacreditada luego por la ácida confrontación de ideas de la Guerra
Fría. Por su parte y en forma previsible, la izquierda radical ha condenado el
libro porque no cuestiona el andamiaje de la economía de mercado como un todo.
Piketty “descubrió”
un continente que estaba allí hace mucho, el de la creciente desigualdad, no ya
en países como Colombia, sino en las economías desarrolladas. Sus análisis
comprueban que la dinámica propia de la economía no genera igualdad en
circunstancias normales y, lo más sorprendente y paradójico, que el bajo
crecimiento económico y demográfico alimentan la desigualdad. Ambos fenómenos
son hoy de rigor en los países desarrollados y hacen que los dueños del
capital, definido en forma amplia, se apropien de un pedazo cada vez mayor de
la torta.
Este nuevo Capital ha
puesto en pie de guerra a la derecha libertaria: Piketty, dicen, es un Marx
reencarnado que desatará otra vez la destructiva lucha de clases. En justicia
hay que decir que nada de eso lo sacan del propio libro, que se limita a
sugerir que la creciente desigualdad, más allá de sus implicaciones éticas,
puede dañar las instituciones democráticas, pues haría que los dueños de la
riqueza tengan intereses crecientemente contrapuestos a quienes no la tienen.
De hecho, la derecha republicana en Estados Unidos, no contenta con favorecer a
los ricos, estigmatiza a los pobres, como hizo Romney durante la campaña
presidencial. Este tipo de inercias siempre se retroalimentan.
La implicación más
importante del análisis de Piketty, y la más contenciosa, no consiste en llenar
al mundo de soviets, sino en cambiar la política de impuestos. Una proporción
creciente de estos tendría que calcularse sobre el patrimonio neto y no sobre
los ingresos, salvo los muy altos. Mucho se ha dicho que este camino es
antitécnico y que los patrimonios emigran con facilidad, un problema real, pero
si la desigualdad se va a volver ante todo patrimonial, lo lógico es gravar el
patrimonio.
Una última paradoja
salta a la vista: con la publicación de su libro y los honorarios que puede
ahora cobrar como conferencista, Thomas Piketty se ha de estar volviendo un
hombre muy rico. ¿Pagará con gusto los impuestos patrimoniales que propone? Ya
lo veremos.
Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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