Hace
unos días la prestigiada revista británica, El Economista, publicó una
entrevista con nuestro flamante Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en la
cual, entre otras cosas, hace una importante revelación. Afirma él que, para
lograr su doctorado en economía, tomó la decisión de acudir al Masachuset
Institute of Technology (MIT) y no a el otr0 prestigiado centro de estudios
económicos, The University of Chicago, porque piensa que los mercados no son
perfectos. Cabe señalar que en esa época, la universidad de Chicago era el
cuartel general del legendario Milton Friedman y sus monetarista, que le daban
vida a la famosa escuela de Chicago.
La
afirmación asoma cierta rivalidad y, sobre todo, parece asumir la superioridad
de la escuela económica del MIT frente a la de Chicago. De forma subliminal,
Videgaray afirma que los últimos Secretarios de Hacienda, Francisco Gil Diaz y
Agustin Carstens (200-2009) fueron hombres emanados de la Universidad de
Chicago, en donde obtuvieron sus doctorados, y la economía mexicana en ese
periodo tuvo crecimientos muy raquíticos. Yo en lo personal pienso que, dadas
las circunstancias y los presidentes a quien sirvieron, Gil Diaz y Carstens han
sido dos de los mejores Secretarios de Hacienda de nuestra historia.
Con
sus afirmaciones Videgaray telegrafía el que los Chicago boys (liberales) rezan
ante el altar de los mercados asumiendo su divinidad que los convierte en
infalibles, mientras que los MIT boys (intervencionistas) prometen domar las
manifestaciones erróneas de los mercados mediante la agresiva intervención del
estado, viajando mas allá de las responsabilidades originales que le dieran
vida a los gobiernos, la protección de vida, libertad y propiedad de los
ciudadanos. Esta corriente de pensamiento, en sus diferentes grados y facetas,
es precisamente la que ha lanzado a México al pozo oscuro del intervencionismo
y no ha permitido se desarrollo.
Aun
cuando Videgaray luego pasa a describir cómo el gobierno debe promover el
mejoramiento de los mercados, se queda muy corto al no desenfundar acciones
claras y concretas que realmente conviertan a nuestros atrofiados y manoseados
mercados, en fuerzas vibrantes y saludables que catapulten el país a la
dimensión que merece, la dimensión de los grandes. Me parece que nuestro
flamante secretario aun quiere cabalgar, ni muy, muy, ni tan, tan, sobre aquel
fantasmal corcel de las medias tintas. O más claro, como lo afirmara Carlos
Elizondo en un reciente artículo; “Ni tanto que queme al santo”, es decir, a no
soltar la rienda muy jalada, para caer en el océano de la mediocridad.
La
economía mexicana es, y seguirá siendo, una economía mixta, nos gritaban los
políticos en los años 60 y 70, una economía en la cual el gobierno y la
iniciativa privada van de la mano, es decir, una economía a medias tintas.
Desgraciadamente ese fatal híbrido parió a los empresarios estatistas, líderes
sindicales millonarios, una hambrienta burocracia, el estadio de la rampante
corrupción y políticos como los describiera Hank Gonzalez; “Un político pobre
es un pobre político.”
Después,
los modernos científicos, durante los años 80 y 90, notificaban el final de la
economía mixta para transitar, mediante el “neoliberalismo, no el verdadero
liberalismo”, hacia una economía privatizada ya sin el estado propietario, mas
abierta, dispuesta a penetrar mercados internacionales y, supuestamente, una economía
con el afán de competir. Todo ello se pretendía implementar “liberalizando” la
economía pero manteniendo un sistema político a imagen y semejanza de Elias
Calles y su dictadura perfecta. Es decir, te doy piola pero poquita, y si no
cabresteas te ahorcas.
Pero
como siempre ha sucedido en nuestro país, todo ello se implementaba igual, a
medias tintas, ni muy, muy, ni tan, tan. Los organismos privatizados pasaban
solo de ser monopolios estatales para convertirse en monopolios privados. Las
clásicas representaciones revolucionarias como el petróleo, la energía fueron
intocables. El ejido, la bandera mas clara del fracaso revolucionario, sufría
una trasformación que parecía representar a un grave enfermo en la sala de
operaciones, al cual los médicos abandonan en medio de la cirugía. El estado
mexicano ya no era tan, tan propietario, pero a través de legislaciones,
impuestos, regulaciones, tramitología etc, sostenía su abrazo mortal sobre la
economía que le han permitido seguir consumiendo el mismo porcentaje del PIB.
Finalmente
el cansancio y los nuevos tiempos, que fueran totalmente ignorados por nuestros
líderes, provocaban la explosión del sistema político a principios de los años
90 luego que atestiguáramos algo impensable, la rebelión contra el presidente
de miembros del partido culminando con el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Los avances ni muy, muy, ni tan, tan, logrados por la administración de
Salinas, fueron luego destruidos en un país sin instituciones para afrontar el
saboteo producto de la rebelión política, y con el error de Diciembre, el país
inició otra caída mas al abismo.
El
terremoto político finalmente llevaba al poder a la fiera oposición frente a la
gran esperanza de los mexicanos. Si de alguna forma pudiéramos calificar las administraciones
panistas de 2000 al 2009, tendría que ser con lo mismo; ni muy, muy, ni tan,
tan. Perdidas, opacas, grises y claro, no provocaron las debacles económicas de
antaño y eso, señor Videgaray, se lo deben a esos Chicago boys, Paco Gil Diaz y
Agustin Carstens, pero el país no requería administradores del statu quo,
requería de estadistas con la habilidad de lograr los cambios y reformas, en lo
económico primero, para luego continuar pues es bien sabido que sin
combustible, no se puede transitar.
Ricardo Valenzuela
chero13704@gmail.com
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