Siempre
será admirado y querido por los venezolanos, pero entre ellos deja sinsabores
por su debilidad ante el tirano cubano.
Muchos
escritores alcanzan notoriedad y hasta obtienen los más elevados
reconocimientos, pero no están hechos para anclarse entre los grandes de
siempre. Alcanzan una gloria efímera. Hay otros que, por el contrario, son
portentosos, hechos de una madera única que jamás se apolilla. Cervantes,
Borges, Faulkner, Proust, Camus y Gabriel García Márquez, entre otros.
Desde
su atropellada y fantástica niñez, García Márquez tenía clara conciencia de que
la lectura, la libre imaginación y escribir eran lo que más le interesaba. Sus
reportajes periodísticos, crónicas, artículos de opinión, cuentos, novelas y
otros trabajos, tienen ese sello especial que lo coloca entre los mejores de
todos los tiempos.
Pero
como ser humano tenía sus debilidades, entre las cuales la más grande fue la
atracción por una de las figuras más tenebrosas y nefastas del Continente: el
dictador cubano Fidel Castro, responsable directo de más de 6 mil
fusilamientos, decenas de miles de desaparecidos, torturados, encarcelados y
desterrados, sin contar la miseria moral, política y económica en que sumió a
su país.
Claro,
uno tampoco podría ser injusto al atribuirle a ese pecado la gravedad extrema
que no tuvo, porque en honor a la verdad no fue la excepción entre los grandes
hombres de letras o del arte seducidos por dictadores atroces. No. En América
Latina misma hay otros ejemplos protuberantes, también con deslumbrantes
méritos: Nada más y nada menos que Pablo Neruda y Jorge Luis Borges.
Durante
décadas existió entre García Márquez y Fidel Castro una entrañable amistad. En
distintas oportunidades, uno y otro hacían orgullosa referencia a sus largos
encuentros, en los cuales debatían no solo asuntos literarios, sino otros
espinosos de la política latinoamericana. Desde temprano habían sido obvias las
simpatías de GGM por las tendencias de izquierda, que lo llevaron a trabajar
incluso para el aparato informativo del régimen cubano y, por ese camino, casi
sin darse cuenta fue atrapado por el malévolo encanto de Castro.
Para
justificarse, lo más que llegó a decir García Márquez fue que eso había servido
para lograr la liberación de presos políticos en Cuba, lo que, de paso,
implicaba el reconocimiento a la inexistencia de libertad de pensamiento y el
constante irrespeto a los derechos humanos en la Isla.
En
repetidas ocasiones anunció sus memorias, con análisis y reflexiones sobre el
embrujo del poder, porque también fue amigo de líderes de muchos países, aunque
en ningún caso alcanzó los profundos nexos que tuvo con el dictador del habano.
Escribió con delicia la primera parte, Vivir para contarla, pero dejó en el
aire muchas interrogantes acerca de la segunda y nos dejó colgados de la
brocha, en la espera interminable. ¿Por qué?
Pablo
Neruda era un sublime poeta comunista que alardeaba de su ateísmo y de su fe en
la clase obrera. Pero es posible que de manera intencional o hasta con alguna
dosis de ingenuidad, cayera en el exabrupto de calificar a la Unión Soviética
de “madre de los libres” y a Occidente “basural”. La infinita ceguera en que lo
encerró el dogma, lo condujo a alabar a Stalin de una manera censurable. En uno
de los versos tuvo el atrevimiento de decir: “Stalinianos. Llevamos este nombre
con orgullo.| Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.| En sus
últimos años la paloma| La Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus
hombros | y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.| Así
vieron la paz pueblos distantes”.
En
sus memorias, Confieso que he vivido, el soberbio poeta chileno hizo una breve,
casi pasajera confesión de la pena que experimentó al recibir la noticia del
demoledor discurso pronunciado por Nikita Kruschev el 25 de febrero de 1956, en
el XX Congreso del Partido Comunista, con las denuncias sobre los feroces
crímenes, la represión y el culto a la personalidad, de la dictadura de Stalin.
Ahh,
y por supuesto, no puede dejar de hacerse referencia al estruendoso caso del
maestro Jorge Luis Borges, uno de los sobresalientes escritores universales.
Nunca nadie supo por qué un hombre de espíritu tan elevado, defensor del
derecho de los ciudadanos del mundo al libre pensamiento, pudo lanzar una
proclama como jamás se había visto a favor de ese desalmado asesino que fue el
chileno Augusto Pinochet.
Al
dispensarle una visita al tirano chileno en septiembre de 1976, las
afirmaciones de Borges fueron cuando menos desconcertantes: “Es un honor
inmerecido ser recibido por usted, señor Presidente… En Argentina, Chile y
Uruguay se están salvando la libertad y el orden. Eso ocurre en un Continente anarquizado
y socavado por el comunismo”…
Los
tres admirables escritores fueron capaces de incurrir en tales barbaridades, lo
que viene a confirmar que hasta seres de espíritus sublimes son capaces de
deslizarse en las absurdas atracciones que ejercen los opuestos: asesinos
detestables.
Para los venezolanos, García Márquez será siempre admirado y querido por su obra, pero también deja algún resquemor por su debilidad ante el dictador cubano que tanto daño ha causado a Venezuela.
Ricardo
Escalante
ricardoescalante@yahoo.com
@opinionricardo
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