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jueves, 10 de abril de 2014

RICARDO ESCALANTE, EL POMPEYO MÁRQUEZ QUE CONOCÍ

Era yo un pichón de periodista en San Cristóbal cuando conocí a Pompeyo Márquez en noviembre de 1970, mientras él recorría el país con sus explicaciones sobre las causas de la ya inevitable división del Partido Comunista de Venezuela, que dio origen al Movimiento Al Socialismo (MAS).
Márquez estaba entonces en su tránsito hacia algo distinto, deslastrado de aquel comunismo internacional de tiesos y viciados dogmas que tenían a Moscú como su Meca. Las atrocidades soviéticas y las proclamas contrarias a la razón, lo empujaron a ser uno de los protagonistas principales del debate interno en el PCV, mientras las contradicciones se profundizaban en Europa del Este y la represión aumentaba.
La desilusión había comenzado mucho antes, al descubrir que a su familia la tenían como en un campo de concentración en la capital rusa, mientras él era un perseguido político. Poco a poco Pompeyo iba descubriendo que una cosa eran las palabras y otra las realidades del imperialismo comunista, con lo cual se enriquecía su espíritu crítico.
Con los años yo pasaba de un periódico a otro y, así, en la misma medida nos convertíamos en amigos. Recuerdo que en uno de nuestros tantos almuerzos en restaurantes de La Candelaria y Altamira, él agitaba sus enormes manos de gladiador a ritmo del relato de su participación en el XX Congreso del Pcus, en aquel gélido febrero de 1956, cuando Nikita Kruschev pronunció el largo e impactante discurso con denuncias de la crueldad ilimitada de Stalin contra su propio pueblo.
La hipocresía comunista era tan grande, que a las delegaciones extranjeras no se les permitió asistir a esa histórica sesión.  En el instante en que Kruschev describía las atrocidades del régimen del cual había sido miembro prominente, Pompeyo, al igual que los demás invitados del exterior, eran llevados en un engañoso recorrido por lugares turísticos de la ciudad, mientras escuchaban las explicaciones de esos guías entrenados para decir medias y torcidas verdades históricas.
El proceso de revisión de las ideas comunistas tomó años, en los cuales ese veterano político intervenía en la lucha armada contra el gobierno legítimo de Rómulo Betancourt en Venezuela, pero el estudio y la dura realidad le permitieron reflexionar y admitir que su postura había sido una gran equivocación. Pompeyo juró entonces combatir todo aquello que tuviera tufo totalitario de cualquier signo y el culto a la personalidad.
En otro de nuestros almuerzos, en compañía del común y apreciado amigo Pedro Llorens, pasábamos revista a la lista de dictadores que con inteligencia y buena carga de cultura han tenido habilidad para esconder en guante de seda el puño de acero. Ahí él recordó entonces ciertos detalles de un encuentro suyo en Pekín con un hombre de finos modales, vastos conocimientos y sin corazón para derramar una lágrima a la hora de mostrar su dureza: Chou En Lai.
En 1998 luchó en el MAS contra la tesis oportunista de respaldar la candidatura presidencial la candidatura presidencial de Hugo Chávez. Advirtió con firmeza el peligro que para el país representaba un militar golpista cuyas intenciones totalitarias eran evidentes, pero se impuso la tesis pragmática, el negocio político. Ahí llegó su otra gran desilusión, porque el partido que en sus inicios había prometido algo fresco, nuevo en el terreno de la confrontación de las ideas, se desmoronaba en medio de su postura clientelar, con graves desviaciones. En ese mismo momento Pompeyo y Teodoro Petkoff se separaron del partido, aunque no de la refriega diaria.
Antes, cuando el segundo gobierno de Rafael Caldera (1993-1998) se tambaleaba con sus terribles inconsistencias, aceptó apoyarlo como una manera de sostener el régimen democrático. Lo hizo a pesar de las torpezas antisistema de Caldera, que dieron al traste con la etapa de 40 años de vida democrática venezolana.
En los tantos años de trayectoria política, en los cuales ha escrito libros e infinidad de artículos de opinión, Pompeyo Márquez ha cultivado la imagen del dirigente combativo y a la vez tranquilo con su conciencia, respetado incluso por quienes ha adversado sin vacilaciones. Por eso, rindo homenaje a mi buen amigo Pompeyo Márquez por su valiente e inagotable capacidad autocrítica.
Ricardo Escalante
ricardoescalante@yahoo.com
@opinionricardo

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