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miércoles, 30 de abril de 2014

JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY, COMPORTAMIENTO REAL EN ÉPOCA REPUBLICANA

En los regímenes monárquicos la delimitación entre el poder de la Monarquía y sus relaciones propias internas han logrado que el Estado respete las maneras y normas de comportamiento Reales. Cuando se produce la muerte de algún monarca, la sucesión viene dada por los vínculos consanguíneos existentes, usualmente, entre el fallecido y sus descendientes.

En los países republicanos, cuando el jefe de gobierno, nacional, estadal o municipal, fallece o deja el cargo, las relaciones jurídicas existentes prevé los procedimientos de sucesión, ocurre a través de los mecanismos políticos imperantes. Los vínculos consanguíneos no tienen cualidad para la elección y esto constituye un principio de carácter ético, de norma no escrita. 

La contrapartida conceptual se presenta en los casos puntuales de regímenes autoritarios y/o totalitarios. En estas circunstancias la sucesión se instaura por los vínculos de sangre, conyugales o de afinidad entre el autócrata y su parentela. Esta modalidad muy propia de esos gobiernos se implementa por la fuerza y la coacción manu militari. La excepción al principio viene dado cuando el hijo o pariente del jerarca desaparecido, por méritos propios y de  trayectoria impoluta accede al poder,  pero siempre es una excepción. Así que el límite entre esta infame conducta, definida como nepotismo, esta apuntalado por los principios políticos, éticos y hasta legales, conservando siempre un carácter excepcional.

En Venezuela desde hace alrededor de cuarenta años, en la "cuarta y en la quinta república" esta atípica conducta ha venido acentuándose de manera progresiva. Hemos visto como presidentes otorgan poder político a  cónyuges, amantes, hijos, hermanos, sobrinos etc. Luego, por vía analógica, muy "democráticamente", dicha conducta la han asumido diversos funcionarios que la consideran derecho adquirido. Así gobernadores de Estado, alcaldes, concejales y otros funcionarios que cubren todo el espectro burocrático del Estado la practican. También, a nivel partidista, tan novedosa costumbre se ha hecho presente y vemos a altos jefes políticos practicando sin rubor alguno esa especie de "tráfico de influencias" con los cónyuges, hijos etc., imponiéndolos en sus respectivos feudos cual gamonal de épocas pretéritas. 

Tan antidemocrático y anti republicano proceder se ha expandido de forma tal, que se ha convertido en costumbre de aceptación consuetudinaria a todo nivel sin que la opinión pública haya hecho sentir una repulsa general a tan ilegítimo proceder.

"Los braguetazos y/o pantaletazos" -ruego al lector me dispense lo escatológico- siempre han estado presentes en la historia menuda de los pueblos y en muchos casos forman parte de la idiosincrasia de los mismos. Suelen ser objeto comúnmente de burlas y comentarios dicharacheros, pero aún así, no se justifica la aceptación tácita por parte de la sociedad que la asume pasivamente debiendo ser rechazada. 

Por ello, la dirigencia política como órgano ductor debe estar atenta y evitar que tan deleznables conductas sigan campeando, a no caer en arreglos acomodaticios para deshacer entuertos sin que ello signifique una postura rígida. Que es perfectamente factible conciliar las realidades puntuales y sorpresivas, con la aplicación de procederes y estilos de conducta cónsonos con los principios republicanos y éticos siempre inmutables y alejados de actitudes pragmáticas que suelen presentarse en circunstancias especiales. Cuando los líderes  o la dirigencia colectiva comienzan a ceder postulados y criterios doctrinarios en aras de soluciones fáciles, se inicia también un deslizamiento progresivo hacia el oportunismo político adquiriendo muchos el reconocimiento sui generis de políticos con sentido de realidad, fríos y triunfadores ocasionales que al final siempre terminan subastándose en la almoneda de la historia.

Asumimos perfectamente que la política es entre otras cosas el arte de armonizar voluntades hacia el logro de un objetivo común, ese dificultoso transitar no esta exento de dudas ante la determinación inminente de tomar una decisión. Siempre ha sido y será así. Muchos, la mayoría, cuando han triunfado van dejando jirones de sus principios en el camino, todo en sintonía con aquello de que el fin justifica los medios. Pero el camino recto jamás debe ser soslayado por sendas acomodaticias y tortuosas permitiendo un triunfo pírrico circunstancial. El riesgo que se corre con tal proceder es que al final, cuando se llega a la meta deseada, se es otra persona distinta a la del comienzo del camino. Creo que fue Clemenceau, el político francés de comienzos del siglo pasado, quien emitió una frase cínica y lapidaria cuando un antiguo compañero de ruta le recriminó procederes cometidos en contradicción a sus principios, le respondió: "Es que yo estaba entonces del otro lado de la barricada".

José Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@CheyeJR

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