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martes, 1 de abril de 2014

ISAAC VILLAMIZAR, POR QUÉ AMO LA HISTORIA DE SAN CRISTÓBAL

Nací en esta hermosa ciudad, el 14 de Febrero de 1961. Fue muy cerca a la fecha cuatricentenaria  de San Cristóbal. Y espero que mis cenizas, algún día lejano, la brisa de la Loma del Viento las esparza sobre  esta sin igual comarca, en medio de sus envidiables montañas. 

VISTA DE SAN CRISTOBAL ESTADO TACHIRA

Mis padres, ambos médicos, recién habían  inaugurado el Hospital Central. Por eso mi madre me dio a luz en el Servicio Semi-Privado de esa institución. Muchas personas creen que nací en Palmira. Lo que pasa es que estando muy niños mi hermana y yo, mis padres compraron nuestra casa paterna en Palmira, donde me crie de muchacho, donde conservo muy bellos recuerdos y donde aún permanece mi padre, en  ese museo que guarda tanta historia del Táchira y de la ciudad. 

Mi madre fue la primera Médico Neurólogo del Hospital Central, cuando llegó de su Postgrado de la Universidad de Londres. Mi padre fue Jefe del Servicio de Psiquiatría de esa institución. De tal manera que Alba Marina (Angela), mi hermana,  y yo, al acompañar a nuestros padres a sus trabajos,  correteábamos de chicos por los pasillos, ascensores y consulta externa del Hospital como si fuera otra de nuestras casas. Cosas de la vida, nunca nos llamó la atención la medicina como carrera. Angela terminó siendo Ingeniero Civil y yo Abogado.

Desde muy chicos mi padre, J.J. Villamizar Molina, Cronista de la Ciudad de San Cristóbal, nos inculcó la extraordinaria memoria histórica de la urbe. De él aprendí a amar la empresa fundadora del Capitán y Adelantado Juan Maldonado y Ordoñez de Villaquirán. Conocí en los libros de nuestra profusa biblioteca personal las costumbres indígenas de los Tororos, los Oracas,  los Simaracas, los Sirgarás, los Táribas, los Guásimos, los Zorcas, los Azuas, los Tononoes, los Chucuríes, los Tiocarás, los Tiriparas, los Quinimaríes, los Canias y los Cuites.  Mi hermana y yo le dictábamos a mi padre ante su máquina de escribir las notas manuscritas que él tomaba de sus investigaciones en los diferentes archivos históricos, entrevistas y revisiones bibliográficas sobre la evolución de la ciudad desde sus comienzos. Guardo como una joya en mi casa diversos libros sobre Barco de Ávila, pueblo natal de Juan Maldonado, que mi padre me trajo como obsequio desde allí, y que relatan la historia de este lugar y el linaje de la familia Maldonado.  
Fueron muchas las tardes y noches que también acompañábamos a mi padre al Archivo Histórico Municipal, primero cuando el Ayuntamiento capitalino quedaba en la Av. Isaías Medina Angarita, y luego cuando se mudó a la Urbanización Mérida.  Allí también aprendí a leer en los viejos infolios manuscritos de varios siglos atrás la descripción de diversos acontecimientos de la urbe que crecía y que ya señalaba un camino de progreso y de renombre, por su envidiable ubicación geográfica entre Venezuela y Colombia. 
Yo creo que esa labor consuetudinaria de ser el asistente de mi padre en esas viejas revisiones, de algún modo no sólo despertó mi amor a la ciudad, sino mi interés por acercarme a uno de los pasatiempos más agradables que tengo, como lo es indagar sobre la historia de la humanidad.
Lo cierto del caso es que aprendí muchas lecciones de la fuente maestra directa del Cronista de la Ciudad, mi padre. Recorrí infinitas veces la descripción histórica de las acciones y logros de los primeros pobladores y vecinos de la ciudad, del trazado de sus primeras calles, de la construcción de sus viejas plazas y monumentos, de las primeras instituciones educativas y sus profesores, de las tradiciones populares, fiestas y ferias, de la fe religiosa y de los diversos templos e iglesias de la villa, de la actuación pública de personajes, gobernantes, presidentes del Concejo Municipal  y ediles, de la historia de los comuneros en San Cristóbal, de la actuación de Presidentes de Estado y Gobernantes como Eustoquio Gómez, de las fuentes, faroles, calles empedradas, alamedas del cementerio, puentes y nomenclatura de calles y esquinas de la ciudad, que brotaban en el transcurrir de sus tiempos.
Hay cuatro libros que cualquier persona interesada en la historia sancristobalense debe escudriñar, escritos por mi padre, y que yo conocí a fondo por ser testigo de primera fila en su escritura y elaboración: 1) Páginas de Historia del Táchira (Volumen 56 de la Biblioteca de Temas y Autores Tachirenses); 2) Instantes del Camino; 3) Ciudad de San Cristóbal, Viajera de los Siglos; 4) Ciudad de San Cristóbal. Este es un hermoso legado que deja mi padre a la ciudad sobre su transcurrir en estos más de cuatro siglos y medio. Es la labor acumulada que tiene en sus 55 años como Cronista de la Ciudad de San Cristóbal, siendo el funcionario activo de mayor antigüedad al servicio de la Municipalidad de San Cristóbal, y el Decano de los Cronistas de Venezuela.
Mi padre ha estudiado profundamente la historia de San Cristóbal. El la ve, la ama y la siente desde su retrospectiva, desde su crecimiento, desde sus alegrías y miserias, tal como el mismo lo ha dicho. Porque todas las ciudades del mundo han pasado por épocas de gloria y por situaciones difíciles, algunas que han terminado por acabarlas. Pero San Cristóbal tiene grandes potencialidades, tiene una ubicación geopolítica de primer orden, tiene unos regalos de la naturaleza espectaculares, con el contraste de sus montañas, de sus parques nacionales, de sus valles, de su cercanía a páramos y llanos. Por eso, partiendo de conocer la historia de San Cristóbal, como la conozco y como la amo, yo veo proyectada la ciudad hacia un gran futuro. Por eso, desde 1989, he venido haciendo público en los medios impresos y radiales mi megaproyecto “San Cristóbal, Ciudad Maravilla”, que combina una serie de subproyectos de envergadura, de gran atractivo turístico, partiendo de un concepto de ciudad renovado, como la de ser un inmenso centro de atracciones.  
Esa es mi visión de San Cristóbal. Porque yo pienso que Juan Maldonado, aquel 31 de Marzo de 1561, pensando en Barco de Ávila, en su río Tormes (aquí río Torbes), en su crianza en el barrio San Cristóbal de Salamanca, en algún momento de ese trascendental día fundador, pasó por su mente que esa villa, en donde él colocaba el estandarte blasonado con las torres de Castilla, llegaría a ser grande, próspera y también feliz con sus habitantes.
Estas líneas las escribo con mucha nostalgia, cono mucho sentimiento, con mucho amor por San Cristóbal, pensando que ella se merece el mejor empeño de sus nativos y habitantes. Yo pongo mi grano de arena del río Torbes para edificarla con esa perspectiva. Le canto como su himno “Salud  San Cristóbal:
Querida ciudad
hermosa y gentil,       
soñada ideal
venimos a ti
con esta canción
de fe y lealtad.

Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado

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