La palabra "capitalismo" se ha
prestado, y desde épocas posteriores a K. Marx (quien habría sido el más
prolífico divulgador del término) a interpretaciones de las más variadas y
contrapuestas en su significado. A continuación, vamos a examinar someramente
algunos de los distintos sentidos que se le han dado a la fórmula compuesta por
las expresiones "capitalismo", por un lado, y "estado", por
el opuesto, y que es lo que han pretendido obtener los autores que emplearon
este enunciado con la fusión de ambos vocablos.
Comencemos con la visión de un socialista al
respecto:
"En los países de capitalismo privado
monopolista la clase obrera dispone de un mínimo de libertades democráticas… y
que son, aunque limitadas, suficientes no sólo para tomar conciencia de la
explotación a que es sometida, sino también para organizarse y luchar contra
ella. En cambio, en los países de capitalismo de estado burocrático, mal
llamados ‘socialistas’, la clase obrera no dispone de esas posibilidades. No
puede hacer huelga. Sólo puede organizarse en sindicatos que son meras correas
de transmisión del aparato estatal y del partido único, y comparados con los
cuales eran auténticos paraísos democráticos los sindicatos verticales de la
dictadura franquista (AFS: 156)."[1]
Estas palabras de Semprún revelan con total
claridad el grado de confusión conceptual y terminológica que tienen todos los
socialistas (marxistas o no marxistas) sobre el verdadero significado de la
palabra capitalismo. El capitalismo, desde luego, es privado si se entiende
desde el punto de vista de los derechos de propiedad. Pero es público en tanto
y en cuanto se visualizan los extraordinarios y enormes beneficios del sistema
para el conjunto de la sociedad donde se aplique. Esto último es lo que
descarta por completo la calificación de "monopolista" (que no es más
que un mito). Recordemos que los monopolios, si bien escasamente posibles, son
extremadamente raros en un sistema capitalista.
Por lo demás, el "capitalismo
privado" -como lo llama Semprún- (dicho sea de paso, locución más que redundante),
es la antítesis de la "explotación" de la "clase obrera", a
la que si, es sometida en los sistemas socialistas. Parece que, a lo que dicho
autor quiere referirse bajo el rótulo de "capitalismo de estado
burocrático", no es más que -lisa y llanamente- socialismo y comunismo,
sólo que no desea reconocer que el socialismo no es otra cosa diferente a un
paso previo al comunismo. Y todo esto, sin entrar a cuestionar lo inexacto de
pensar en los obreros como una "clase social". Lo que indudablemente
está mal es llamar a los países socialistas con la rebuscada fórmula
"capitalismo de estado burocrático", que no es más que una
contradicción en términos, donde la primer palabra "capitalismo" es
la antinomia del estado burocrático. Sirva pues la cita transcripta para
revelar el grado de desconcierto y mezcolanza que anida en la mente de un
socialista y/o comunista, (pese a que Semprún, posteriormente, modificó en algo
su manera de ver el tema).
Los alemanes de posguerra padecían de la
misma confusión:
"Los sindicatos alemanes reunidos en la
Conferencia de las Cuatro Zonas (Viertel Zonenkonferenz), en mayo de 1947,
reclamaban la instauración de “una economía planificada y dirigida”. La propia
Democracia Cristiana (CDU) de la zona ocupada por las fuerzas británicas
señalaba en su plan de agosto de 1947 que “la planificación y el dirigismo en
la economía parece que serán indispensables por un largo período”, aunque
también reconocía “los peligros de un capitalismo de estado para la libertad
política y económica de los individuos”. En contraposición, el Partido Liberal
(FDP) declaraba que “las necesidades de la población serán mejor satisfechas
por medio de un sistema que incentive la producción mediante un sistema que dé
prioridad a la libre iniciativa y elimine el sistema económico en poder de la
burocracia (Wirtschaftsbürokratie)”."[2]
Parece que los sindicatos y la CDU añoraban
el nazismo del cual terminaban de salir (si bien la CDU se mostraba algo más
prudente), lo que contrasta con la afirmación de muchos, que dicen que Hitler
no contaba con demasiados seguidores hacia el final de su caída (y hasta hay
liberales que afirman que fue un "error" combatir a Hitler). Más allá
de esto último, la cita denota nuevamente el empleo de la expresión
"capitalismo de estado" como sinónimo de comunismo y/o socialismo.
Otros autores, enfatizan la sinonimia de la
fórmula en estudio con lo que se llama estado totalitario, en palabras como las
siguientes:
"En cualquier caso, si es que las
revoluciones modernas son concebibles, hay una presunción de que por las mismas
razones que le obligan a ser totalitario, el capitalismo de Estado corre
mayores riesgos y necesita defensas más poderosas contra la revuelta que los
Estados que no poseen, sino que meramente distribuyen lo que otros poseen."[3]
L. v. Mises, a nuestro juicio con gran
acierto, ironiza sobre la alocución:
"En años recientes se descubrió un nuevo
término para aquello que quedaba encubierto por la expresión “economía
planificada”: Capitalismo de Estado, y no pueden caber dudas que en el futuro
todavía surgirán muchas otras proposiciones para el salvataje del socialismo.
Aprenderemos muchos nombres nuevos para la misma cosa. Pero lo que importa es
la cosa, no sus nombres, y todos los esquemas de este tipo no lograrán alterar
la naturaleza del socialismo."[4]
[1]Samuel
Amaral. "El largo viaje de un rojo español: del marxismo a la libertad en
Jorge Semprún" RIIM Revista de Instituciones, Ideas y Mercados-Nº 51|
Octubre 2009 | pp. 147-200 | ISSN 1852-5970. pág. 180-181.
[2]Enrique Cerdá Omiste. "La reforma
económica alemana de 1948" - Revista Libertas IV: 6 (Mayo 1987) Instituto
Universitario ESEADE pág. 5
[3] Anthony de Jasay. El Estado. La lógica
del poder político. Alianza Universidad. Pág. 306.
[4]Ludwig von Mises. "SOCIALISMOS Y
PSEUDOSOCIALISMOS" Extractado de Von Mises, Socialism: An Economic and
Sociological Analysis, capítulos 14 y 15. La traducción ha tenido como base la
versión inglesa publicada por Liberty Classics, Indianápolis, 1981. Traducido y
publicado con la debida autorización. Estudios Públicos, 15. Pág. 25 a 28
Gabriel
Boragina
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