Los rojos han hundido al país en la más profunda crisis conocida por el país desde de 1958. Tenemos la inflación más alta del mundo, la mayor escasez en la historia reciente, la menor inversión que se recuerde, desabastecimiento, retroceso de la producción industrial y agrícola, cierre de numerosas empresas industriales y de servicio. Somos uno de los países más inseguros del planeta. El año pasado hubo casi 25.000 muertes violentas, la inmensa mayoría provocada por el uso de armas de fuego. De las víctimas, la mayor proporción corresponde a personas menores de 30 años. El desempleo y la informalidad castigan con especial rigor a los jóvenes, grupo donde se concentra la más elevada cantidad de desocupados e informales.
Estos
son unos pocos indicadores económicos. Agreguemos las señales políticas. Los
partidos tradicionales, en la práctica, desaparecieron o viven un proceso muy
lento de recuperación. Las nuevas organizaciones apenas cuentan con unos miles
de militantes o simpatizantes. Las agrupaciones
políticas no logran atraer la atención de la mayoría de la juventud,
descontenta y frustrada por el modelo cubano impuesto por el régimen. El
porvenir solo le promete miseria a la juventud.
Lo que puede verse en Venezuela es la emergencia de una generación hastiada porque se ve condenada al fracaso. Representa una versión tropical de los indignados europeos, pero sin los privilegios que la seguridad social les proporciona a esas tropas inconformes. A los descontentos vernáculos el Gobierno, y algunos voceros de la oposición, les proponen que realicen una protesta perfumada y entalcada, que no altere la comodidad cotidiana de quienes lograron estabilizarse o se conforman con lo adquirido. Se imaginan, quienes así piensan, que las refriegas y los procesos de cambio pueden ser empotrados y ordenados de acuerdo con planes previamente establecidos. La realidad no se comporta de manera tan educada. Una vez que la inconformidad se apodera del espíritu de una sociedad, las manifestaciones de rebeldía toman los cursos más inesperados Aparecen los anarquistas, los escépticos, los agitadores, los anacoretas. Todas las formas del desencanto se manifiestan, con lo cual resulta difícil darle una sola conducción a la crítica.
Por
supuesto que no abogo por rendirse frente a la variedad de la protesta, pero sí
creo conveniente admitir que una sociedad que ha sido acorralada y humillada
durante quince años, al explotar lo hace de manera tal que en ella prevalecen
los elementos espontáneos; los factores no previstos. El descontrol no significa
que la orgia resultante sea responsabilidad de la dirección convencional. En
las protestas que sacuden al país se mezclan la intolerancia, la agresividad,
la violencia, la rabia. Sin embargo, hay muy poca inducción y premeditación. En
las barricadas no cristaliza el plan de ningún partido o líder, con un programa
desestabilizador concebido con el fin de subvertir el orden y acabar con el
precario gobierno de Maduro. Lo que sí puede reconocerse es la existencia de un
insondable desencanto frente a un régimen que ha conducido a Venezuela a la
ruina económica y moral.
Esta frustración y la incertidumbre frente al futuro han desatado la furia de unos manifestantes que no están pidiendo que se les aumenten las becas o las dotaciones estudiantiles, que se les exonere del pago de la matrícula escolar, se les amplié el cupo en las universidades o se incremente el presupuesto universitario. Los jóvenes exigen que se modifique el esquema totalitario de conducción del país, de manera que Venezuela vuelva a ser un país de oportunidades, donde sea posible vivir y prosperar sin sentir miedo a ser asesinado, secuestrado o maltratado por la policía. La juventud lucha por la inclusión.
Esas
aspiraciones, los jóvenes las plantean según les parece que deben hacerlo. El
reto de la dirigencia política reside en demostrarles que la lucha resulta más
eficaz cuando los objetivos de un grupos particular, se conectan con los
intereses más generales de una sociedad que está siendo aplastada por una
camarilla en la que se mezclan los fanáticos marxistas con los delincuentes de
todo pelaje; donde cohabitan los ideólogos más obtusos con los pragmáticos más
oportunistas e inmorales. Si los jóvenes llegan a entender que la lucha alcanza
el éxito cuando la planificación y la unidad se fortalecen y la
espontaneidad se minimiza, entonces el
inmenso esfuerzo que realizan tendrá más sentido.
@trinomarquezc
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