Por
los años 50, cuando en Venezuela gobernaba el dictador Marcos Pérez Jiménez, la
orquesta de baile más popular de todos los tiempos, la Billo's Caracas Boys,
estrenó una guaracha (ritmo cubano que obligaba a mover las caderas con la sensualidad
que el recato de cada quien permitía) llamada “Los Cadetes”, como homenaje a
quienes se graduaban en alguna rama de la carrera militar. La tal guaracha
tenía un estribillo que decía: “La marina tiene un barco, la aviación tiene un
avión, los cadetes tienen sable y la guardia su cañón”. Y los jóvenes y no tan
jóvenes de entonces nos entregábamos con entusiasmo a bailar y corear una
elegía musical al mundo militar, sin detenernos a meditar que precisamente de
ese mundo provenía el dictador que gobernaba al país con mano de hierro y los
militares que abusaban de su condición.
A éstos les bastaba con colocar sus
gorras en la parte trasera de sus vehículos, como salvoconducto para cualquier
tropelía. Había presos políticos, espantosas torturas, exiliados y sobre todo
miedo. El régimen tenía espías y nunca se sabía quién podía hacer una delación
si hablábamos más de la cuenta. En algunas ocasiones no era difícil detectarlos
porque había espías realmente naive. Por ejemplo, cuando estudiaba el primer
año de la carrera de leyes en la Universidad Central de Venezuela, en 1955,
había un hombre de más edad que el promedio de los cursantes, usaba lentes
oscuros, sombrero de fieltro, impermeable, se sentaba en la última fila, su
nombre no aparecía en la lista, no asistía a los exámenes y no hablaba con
nadie, se limitaba a sonreírnos. Supongo que el espía de la clase jamás pudo
pasar un reporte y sabe Dios cómo y porqué le pagaban un sueldo.
Aquella
dictadura que había comenzado en 1948 con el golpe militar que derrocó al
presidente Rómulo Gallegos, parecía inconmovible e inamovible a pesar de las
masivas manifestaciones de estudiantes universitarios ocurridas en octubre y
noviembre de 1957, que llevaron al gobierno a cerrar las universidades. Pero el
1º de enero de 1958, los trasnochados caraqueños que habían celebrado hasta la
madrugada la llegada del nuevo año, despertaron con el ruido de aviones que
volaban sobre la ciudad. La casa de mis padres quedaba a pocas cuadras de la
Seguridad Nacional, el cuartel de la policía política donde había prisioneros
de conciencia y salas de tortura. Mis hermanos y yo subimos a la azotea de la
casa, al igual que hicieron muchos vecinos, para saludar con pañuelos y
banderas a los aviones que venían a liberarnos del yugo perezjimenista.
Fracasaron, el jefe de la intentona, coronel Hugo Trejo fue apresado y algunas
semanas después unas brigadas antiexplosivos desalojaron varias cuadras de
nuestro barrio -El Conde- porque las bombas arrojadas por los aviones habían
caído en todas partes menos en su objetivo que era la Seguridad Nacional.
Ninguna explotó por lo que puedo ahora estar narrando lo que ustedes leen.
El
21 de enero de ese mismo año comenzó una huelga general, la Seguridad Nacional
apresó a muchos manifestantes y en la madrugada del día 23 Pérez Jiménez huyó
el país. Los militares se habían sumado a la protesta civil y le quitaron su
apoyo. Lo único que habría que reconocerle al depuesto dictador, es haberse
negado a resistir lo que hubiese significado un baño de sangre. Instaurada la
democracia, algunos militares quisieron mantener su status anterior pero fueron
barridos por la protesta cívica. Y ya con Rómulo Betancourt como presidente, el
primero electo democráticamente después de diez años de dictadura, dos golpes
militares El Porteñazo y El Carupanazo, llamados así por las ciudades donde se
produjeron, también concluyeron en vergonzosas derrotas sin dejar a un lado la
cantidad de muertos y heridos que ocasionaron.
La
Fuerzas Armadas venezolanas, fueron impecables y exitosas en su propósito de
derrotar a la guerrilla urbana y rural, que políticos locales emprendieron en
los años 60 con el apoyo militar y logístico de Fidel Castro. Se ganaron el
respeto de la ciudadanía y parecieron ser respetuosas de la Constitución hasta
que en la madrugada del 4 de febrero de 1992 los caraqueños volvimos a
despertar con la sorpresa de un golpe militar. Los vecinos de la residencia
presidencial La Casona y del palacio de Miraflores, sede del gobierno, fuimos
testigos del ataque inclemente al que ambos fueron sometidos. En La Casona se
encontraban la esposa del presidente Carlos Andrés Pérez, sus hijas y nietos,
que salvaron sus vidas milagrosamente. Quién es hoy el ministro de Justicia y
Paz, fue el comandante de esa operación criminal. Aparentemente ha reconocido
que lo ocurrido ese 4 de febrero fue una aventura.
No
es fácil que los no familiarizados con el realismo mágico entiendan cómo es que
unos militares que planifican durante diez años derrocar al gobierno
democrático de turno y sustituirlo, hayan podido fracasar de forma tan
estrepitosa. Mucho menos comprensible es que el jefe de esa aventura, refugiado
en el Cuartel de la Montaña donde ahora se encuentra el mausoleo que
supuestamente contiene sus restos mortales (ojo, en la Venezuela de hoy todo es
supuesto, presunto o probable), no haya disparado un solo tiro, no se haya
expuesto a recibir ninguno y haya terminado transformado en un héroe nacional y
de allí en adelante en un semi Dios solo comparable en sus dimensiones épicas,
a El Libertador Simón Bolívar.
El
27 de noviembre de ese mismo año, de nuevo un madrugonazo golpista. Esta vez
fueron almirantes y generales de la aviación. Los aviones volaron de manera
amenazante sobre la capital, hubo más de cien muertos y quien suscribe habría
sido uno de ellos si la bomba que uno de esos aviones lanzó teniendo como
objetivo el Palacio de Miraflores, no hubiese caído tres cuadras más atrás,
justo al lado del edificio donde yo me encontraba. Como es ya casi rutinario,
la bomba no explotó. En este país donde por fortuna y por la tradicional
corrupción, las fragatas no navegan, los cañones no disparan, los tanques se
atascan, los bombarderos tienen pésima puntería y las bombas no explotan, el
teniente coronel Hugo Chávez Frías llegó a la presidencia de la república por el
voto mayoritario de un electorado que creyó que aquí hacía falta un militar
para ponerle mano dura a la delincuencia y a la corrupción. Quince años después
los resultados están a la vista, Chávez murió prematuramente no sin antes haber
destruido la economía nacional, institucionalizado la impunidad de los
delincuentes, dividido al país con odios que él mismo se empeño en hacer
irreconciliables, dilapidado miles de millones de dólares en regalos a otros
países y en dispendios insólitos, haberse entregado en brazos de los hermanos
Castro y así convertir a Venezuela en una colonia cubana. Y lo peor, haber
dejado como heredero de su poder absolutista, a un ser gris, inepto, ignorante,
desorientado y trastabillante, absolutamente sometido a La Habana.
La
otra herencia del difunto fue haber politizado, partidizado e ideologizado a
los militares y colocarlos en posiciones de gobierno y frecuentemente, de
enriquecimiento ilícito. Los transformó no en el sector del país encargado de
la defensa nacional, sino en defensores de la revolución, del llamado proceso o
socialismo del siglo XXI. Hoy, cuando Venezuela está llena de protestas de
estudiantes y de la población en general por la inseguridad, los presos
políticos, la escasez de alimentos, la humillante presencia cubana y muchos
etcéteras, podemos apreciar el resultado de esa aberración militarista. Quienes
creímos que los militares venezolanos estaban hechos de una pasta diferente a
la de los gorilas sureños, los torturadores y asesinos de las dictaduras
chilena, uruguaya y argentina en los años 70, nunca creímos que un militar
venezolano vejaría, golpearía y torturaría a sus congéneres. Hoy presenciamos
cómo pisotean los derechos más elementales del ser humano. Y peor aún, su
indignidad al aceptar instrucciones de militares cubanos y su cobardía al
amparar a los grupos delictivos paramilitares a los que Nicolás Maduro ha
ordenado disparar contra la población, saquear e incendiar especialmente las
universidades a las que él nunca fue. El lema de la Guardia Nacional cuando no
era bolivariana fue: “El honor es su divisa”. Ahora el honor no se divisa ni en
ese cuerpo militar ni en ningún otro.
Paulina Gamus.
paulina@gmail.com
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BRAAAAVO PAULINA. SOY DE LA GENERACION DEL 58. BUEN ARTÍCULO ESTE. SOLO QUE NO SE POR QUE USASTE LA PALABRA "ELEGÍA " AL MUNDO MILITAR-.. LO DIGO PORQUE SEGUN LA REAL ACADEMIA ELEGIA ES UNA COMPOSICIÓN DEL GENERO LIRICO Y DE ASUNTO TRISTE Y LASTIMOSO Y TANTO EL RITMO COMO LA LETRA DE ESA GUARACHA QUE TANTO BAILE NO TIENEN NADA DE ESO. SALUDOS Y EXITOS. RAFAEL ARTEAGA radar25@gmail.com
ResponderEliminarBRAAAAVO PAULINA. SOY DE LA GENERACION DEL 58. BUEN ARTÍCULO ESTE. SOLO QUE NO SE POR QUE USASTE LA PALABRA "ELEGÍA " AL MUNDO MILITAR-.. LO DIGO PORQUE SEGUN LA REAL ACADEMIA ELEGIA ES UNA COMPOSICIÓN DEL GENERO LIRICO Y DE ASUNTO TRISTE Y LASTIMOSO Y TANTO EL RITMO COMO LA LETRA DE ESA GUARACHA QUE TANTO BAILE NO TIENEN NADA DE ESO. SALUDOS Y EXITOS. RAFAEL ARTEAGA radar25@gmail.com
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