No
se apresure, no me equivoqué. Desde las paritarias y luego las legislativas de
medio término de 2013, el partido gobernante ya no es más el Frente para la
Victoria. Perder electoralmente dejó la Victoria atrás. Pero cada día más, la
“V” de la Victoria es reemplazada por la “V” de la Violencia.
Violencia,
según el diccionario, es acción de utilizar la fuerza y la intimidación para
conseguir algo. También es, coacción. De acuerdo a los estudios del sociólogo
noruego Johan Galtung, la violencia conforma una trilogía. Existe la violencia
cultural, la estructural y la física.
La
primera está en las costumbres y los conocimientos de una sociedad. La segunda
se manifiesta a través de necesidades sociales
de determinados grupos que no han sido satisfechas. Y la tercera es
directamente el ejercicio de la fuerza física o verbal, contra una o varias
personas.
La
trilogía entera de Galtung, se enseñorea entre nosotros. Libremente.
Argentina
siempre ha sido un país violento, con cortas etapas pacíficas. Desde nuestro
nacimiento como esbozo de nación en 1810, en una Primera Junta de 9 personas, se dividieron entre saavedristas
y morenistas. Recordemos el fusilamiento de Liniers, héroe de la reconquista
contra los ingleses y en 1811 la misteriosa muerte de Moreno, ¿enfermedad o
asesinato? Nos lo preguntamos hasta hoy. La Justicia es muy, muy lenta.
Y
las interminables guerras entre unitarios y federales. Y el absurdo e
inexplicable fusilamiento de Dorrego. Y la omnipresencia de Buenos Aires ejerciendo
desde siempre, violencia. Cuando se separó de la Confederación para no firmar
la Constitución de 1853, siendo en total 14 provincias, dijo despectivamente,
“trece ranchos y una provincia”. Y siguió la violencia.
Que
ya venía del orden impuesto con mano férrea por Rosas, que no escatimaba la
violencia. Los caudillos fueron todos violentos. Los que no eran caudillos,
también. Y la Constitución se impuso con violencia. Y toda nuestra historia que
no es larga, pero sí es violenta, lo demuestra.
Pero
ahora no se trata de violencia política, que sí existe desde otro ángulo, ahora
la violencia bajó a la sociedad que se ataca a sí misma. Droga y exclusión.
Falta de orden, la sola palabra implica ¡derecha! y eso está prohibido hoy en
Argentina. Desde la presidencia se ejerce violencia, con nombre y apellido de
los que deben ser escrachados y perseguidos.
Si
le sumamos el casi millón de NI-NI, reconocidos por Cristina, chicos de entre
18 y 24 años que ni estudian, ni trabajan, seres marginales dados vuelta por el
paco (que ataca el lóbulo frontal izquierdo donde está la empatía con el otro),
que saben que no tienen futuro y que la vida, la propia y la ajena no tiene
valor. Entonces matan. Saben que van a morir en cualquier momento y con
violencia. En la jerga, se juegan.
Desde
el 25/5/2003, cuando asumió la presidencia Kirchner y violentó el protocolo
jugando con el bastón presidencial, la violencia fue un elemento usado por el
gobierno. En el caso K, fue una violencia verbal y coercitiva hacia ciertos grupos
nacionales y extranjeros. De la que hizo uso y abuso, en un campo fértil. Le
siguió su heredera. Con menos suerte en la economía, lo que incentiva la
violencia de los ex “privilegiados” del populismo, que se sienten marginados.
La inflación es una violencia muy violenta. Para todos.
Las
estadísticas son escalofriantes. El aumento de los homicidios (en Rosario se
duplicaron en los últimos 6 años), el asesinato de policías casi diario que
aceptamos como algo natural. Ninguno de nosotros sabe si al salir de nuestras
casas vamos a volver sin haber sido violentados por robos, violaciones,
secuestros o cualquier otra violencia, y si al llegar no vamos a ayudar a los
delincuentes a entrar, saquear y quizás, matar.
Y
así vivimos. Encerrados, con cámaras, rejas, luces que se encienden cuando
alguien pasa, custodios privados en edificios o casillas en los barrios, nada
es suficiente. La droga avanza, la violencia también. Ancianas, jóvenes,
hombres, mujeres, embarazadas, “sé igual” diría Minguito. Para robar autos, colectivos, motocicletas,
al grito de “dame la guita, dame la guita”. Y aunque se les de todo, matan.
¿Por qué?, habría que preguntarle a la droga. El gobierno distraído, ¿en qué?,
se desentiende del problema.
Ellos
viajan en helicópteros y aviones, en autos blindados, con custodia, viven en
otro país. No en el país de la gente que se queda sin transporte un vienes de
lluvia, porque asesinaron un colectivero más.
Sus
hijos van a colegios privados que empiezan el año lectivo cuando corresponde.
La violencia de no educar a los otros argentinitos, no les importa, aunque
depende de ellos. Y la violencia de precios que no paran de subir, tampoco les
importa, ya que sus sueldos y sus patrimonios (¿bien habidos?) les permiten
comprar, y el tema también les compete. No es el caso de las mayorías,
violentadas cada vez que intentan comprar comida. No una capa de visón blanco,
para exhibir en París.
Las
ocupaciones ilegales, permitidas, son violentas. El auge imparable de las
villas, regenteadas por esbirros marcos, son violentas. Quebracho usado por el
gobierno para escrachar, es violencia. Los piquetes, son violencia. La impunidad gubernamental, es violencia. Los
barras bravas, son violencia.
Las
violencias son diarias e infinitas. Reinciden, a pesar de Zaffaroni. Hasta las
cadenas nacionales son violentas. Interrumpir un canal para escuchar lo que una
no quiere escuchar, es violencia.
La
decadencia argentina en todos los órdenes, desde la educación, hasta el trigo y
la carne, que Paraguay y Uruguay exportan más que nosotros, es violencia.
Pasando por la economía de Bolivia que es mucho más sólida que la nuestra. Todo
es violencia. ¿Podemos hacer algo contra la violencia, sin violencia? Sí, si la
paciencia llega hasta las elecciones del año que viene. ¡Ojalá nos parezcamos a
Job!
Malú Kikuchi
maluki@fibertel.com.ar
@malukikuchi
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