Bajo la superficie civilizada de casi
cualquier país subyace un magma nacionalista que, de tarde en tarde, hace
erupción tras una crisis.
Es lo
que acaba de suceder en Ucrania. Las tropas rusas se tomaron la península de
Crimea y podrían pasar años antes de que salgan de allí, si es que salen. No se
sabe si Putin piensa invadir el resto de Ucrania, en donde hacen bien en tener
miedo, como ha de tenerlo la vecina Polonia. Esta grave situación no sorprende:
el nacionalismo renace con facilidad, sobre todo en aquellos países nostálgicos
de su pasado “glorioso”. Por eso, yo creo que entienden mal a los rusos quienes
creen que los van a asustar a punta de ruido mediático o de sanciones
económicas. El nacionalismo, insisto, no es un comportamiento racional que haga
cuentas.
Claro que una cosa es el nacionalismo en
países pequeños, como Cataluña, y otro en potencias como Rusia o China. En los
primeros predominan los magistrados, los votantes, los intelectuales y los
referendos; en los segundos, los generales y los movimientos de tropas.
Y hablando de potencias, andan despistados
quienes intentan reclutar a China en favor de la fracción europeísta de
Ucrania. Dos elementos conspiran contra esta posibilidad: el primero es que el
régimen de Yanukovich fue depuesto por una revuelta popular, algo que el PCCh
mira con horror; el segundo, que el nacionalismo en China es tanto o más fuerte
que en Rusia, de modo que el régimen de Beijing no va a condenar un
procedimiento al que quizá querrá recurrir mañana cuando, a sus ojos, la
situación en los países vecinos así lo “amerite”. La coyuntura actual antes
podría azuzarlos.
La tercera potencia cuyo nacionalismo juega
en el conflicto ucraniano es Estados Unidos. Obama, por talante, dista mucho de
ser el clásico imperialista americano. De hecho, su gobierno ha mantenido
relativamente acuarteladas a sus formidables fuerzas armadas, lo que tal vez
haya envalentonado a otros. Pero una situación como la actual bien podría
provocar en los gringos una erupción nacionalista, entre otras razones porque
no deja de convenirle al Partido Republicano, que a estas alturas tiene pocas
opciones políticas atractivas.
Más incierta es la situación en Europa,
continente que apostó durísimo en Ucrania y acaba de sufrir un fuerte revés. No
sobra recordar que, así como la actividad de los volcanes va de la mera
fumarola al cataclismo de Krakatoa, la variedad de las erupciones nacionalistas
es inmensa. Hace justo cien años Europa vivió la primera de dos catástrofes de
raigambre nacionalista en el siglo XX: la llamada “Gran Guerra”. Todavía peor
resultó la Segunda Guerra Mundial, también de origen nacionalista aunque ya en
el más sofisticado formato ideológico de partidos racistas de extrema derecha,
como el nazismo. Devastada por ambas guerras, Europa ha querido desestimular el
nacionalismo al interior de sus fronteras y hasta ahora lo ha logrado a medias.
¿Está vacunado el continente o renacerá el chovinismo, muy en particular en
Alemania, Inglaterra y Francia? Nadie lo sabe.
Decía Samuel Johnson que “el patriotismo es
el último refugio del canalla”. La estupenda boutade no es del todo exacta.
¿Por qué? Porque lo único peor que el nacionalismo exaltado es su ausencia
total. No es deseable ser un bully como Rusia, pero menos deseable aún es ser
el país al que todos agarran a patadas. Casos se han visto.
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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